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Uribismo: ¡a espabilarse!

¿Por qué no se arriesga a ir a La Habana a un cara a cara con los miembros de las FARC para expresarles todos sus reparos y, quién quita, llegar a puntos de acuerdo?

Revista Semana
30 de enero de 2016

No creo que la oposición en Colombia encabezada por el Centro Democrático deba subirse al bus de la paz santista. La mejor forma de contribuir con una ‘paz completa’ es manteniendo el escepticismo y fomentando el disenso democrático. En ese sentido es absurdo seguir hablando de enemigos o saboteadores de la paz. Es válido y necesario, en cambio, que haya contrincantes políticos de las Farc y que estén robustecidos para competirle en las urnas a una guerrilla que con la plata que esconde en otros países de América Latina saldrá a comprar votos en el mediano plazo y a aprovecharse de la ventaja estratégica que este gobierno accedió darle.

Y es que si todos nos dedicamos a bajarle la vara a la guerrilla sin más, van a pasar de pedir 80 zonas de concentración a 12 departamentos o la mitad del Congreso y siete ministerios si nos descuidamos. Se necesitan voces firmes que construyan un espacio para la diferencia, y que presionen sanamente con su discurso crítico la consecución de un acuerdo que resulte lo más justo posible en medio de las inevitables injusticias que se derivan de una negociación.

Es en ese escenario donde será indispensable contar con una oposición creativa y audaz, dos características que infortunadamente se han perdido dentro del uribismo. El Centro Democrático no puede mantenerse estático y repetitivo. Tiene que aprender a evolucionar y convertirse en una oposición que dé golpes de opinión, sorprenda y reviva la llama que se está apagando en el corazón de sus seguidores. La dialéctica y el arrastre de Álvaro Uribe Vélez tiene que compadecerse con un esfuerzo operativo de los líderes del partido que sume en vez de restar. Lamentablemente, el segundo a bordo que debería cumplir con esta misión se ha venido destiñendo con el paso de los días. Ni dentro de su colectividad ni mucho menos afuera, Óscar Iván Zuluaga representa al líder que Uribe necesita al frente de los asuntos del día a día de su partido. Cumplió su papel hace unos meses, pero entrampado en los procesos judiciales contra él, su hijo y su asesor espiritual y convencido de que por derecho propio le corresponde el pase para volver a participar en la elección presidencial de 2018, perdió la fuerza y ha entrado en un desgaste que no le conviene para nada al proyecto uribista.

No he encontrado un solo congresista del Centro Democrático –y he hablado con casi todos– que me diga que Óscar Iván es el hombre que necesita el partido en la intensa coyuntura política que se vive por estos días. Sin autoridad y, al contrario, con muchos cuestionamientos sottovoce aún de quienes fueran sus más leales aliados como el exministro Fernando Londoño, Zuluaga debería entender que llegó la hora de hacerse a un lado y permitir que nuevos liderazgos como los de Iván Duque o Paloma Valencia le impriman un rumbo distinto a una fuerza política que aún conserva una importante hinchada pero que necesita espabilarse para no perderla.

Si el uribismo quiere seguir brillando con luz propia necesita poner a hablar a la gente de algo más que simplemente los trinos de su máximo líder. ¿Por qué no se arriesga a ir a La Habana a un cara a cara con los miembros de las Farc para expresarles todos sus reparos y, quién quita, llegar a puntos de acuerdo? ¿Por qué el uribismo no propone un debate en televisión abierta entre el expresidente y Santos en el marco de la campaña del plebiscito por la paz que ya comenzó? ¿Por qué no se atreven, para empezar, los congresistas a plantearle a Uribe de frente la necesidad de cambiar a Óscar Iván para promover figuras como las que ya he mencionado o el nombre de Juan Lozano que ronda desde hace unos meses en las conversaciones de los miembros del Centro Democrático?

Si no le apuestan a la innovación política el bus que los dejará dentro de poco no será el del proceso de paz de este gobierno, sino el de la oposición inteligente que aprovecha el descontento popular para capitalizarlo y proyectarse hacia el futuro. Los retos de seguridad que vendrán con el posacuerdo necesitarán posiciones tan firmes como originales y, por ahora, el Centro Democrático parece simplemente resignado a rezar por la salud de Vargas Lleras para que los represente en la próxima contienda pero nada más.

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