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¿Por qué Salgar sí y Gramalote no?

Mientras a Gramalote, seis años después, no lo han logrado reconstruir, a Salgar en menos de un año lo tienen de nuevo funcionando

José Manuel Acevedo M., José Manuel Acevedo M.
21 de mayo de 2016

Fue en 2010 cuando la tierra se tragó literalmente al municipio de Gramalote en Norte de Santander. El deslizamiento del cerro de la Cruz desestabilizó el terreno y desde la iglesia principal hasta las casas que albergaron varias generaciones de gramaloteros se vinieron abajo obligando a miles de habitantes a buscar refugio en Cúcuta y otras poblaciones vecinas.

Pasaron cinco años y el país se estremeció con las imágenes de una segunda gran catástrofe natural: a la población de Salgar en Antioquia se la llevó una avalancha destruyendo alrededor de 270 casas y cobrando la vida de 93 personas.

Salgar y Gramalote tienen en común la tragedia social, humanitaria y de infraestructura derivada de eventos naturales imprevisibles. Sin embargo, su suerte ha sido distinta desde el momento en que ocurrió cada desastre. Mientras a Gramalote, seis años después, no lo han logrado reconstruir, a Salgar en menos de un año lo tienen de nuevo funcionando casi en un 90 por ciento. ¿Cómo explicar que dos contingencias relativamente parecidas hayan tenido finales tan distintos?

En primer lugar, conviene aclarar que aún compartiendo varios elementos en común, hay magnitudes y retos que no son del todo simétricos. En Gramalote, alrededor de 5,000 personas quedaron sin hogar mientras en Salgar fueron 1,400 los afectados directos. La diferencia en términos económicos también es significativa: reconstruir el primer municipio le cuesta al Estado unos 328,000 millones de pesos mientras que en total el traslado de las familias salgareñas tuvo un valor aproximado de 33,000 millones de pesos.

En Gramalote el desafío era mayor pues se trataba de encontrar un nuevo lote para trasladar todo un pueblo –tarea que le tomó al gobierno un año y once meses–. En contraste, a Salgar lo podían reconstruir a pocos metros de donde ocurrió el desastre, cerciorándose eso sí de que una nueva avalancha esta vez no produjera los efectos lamentables que provocó en 2015.

Aunque, en efecto, las dimensiones sean distintas, hay quienes creen que nada justifica que hayan transcurrido seis años y al Estado le haya quedado grande rehacer Gramalote o siquiera avanzar con más contundencia, mientras que en pocos meses los antioqueños y el gobierno nacional pudieron dar soluciones a la tragedia de Salgar.

¿Qué pasó entonces?

Sin duda la respuesta institucional que se ha dado a lo sucedido en Gramalote ha sido insuficiente. El tal Fondo de Adaptación creado para este fin no ha tenido resultados tangibles y a su exgerente, como premio por no haber logrado mayor cosa, lo nombraron ministro de minas. ¡Eso sí es caer parado!

Entretanto, las labores en Salgar estuvieron en cabeza del exministro de vivienda Luis Felipe Henao, a quien paradójicamente por dar demasiados resultados lo terminaron sacando del gabinete. ¨La gente cumple sus ciclos¨, habrá dicho el presidente Santos en su infinita sabiduría.

Pero más allá de estas dos personas y de la inestabilidad del sistema de gestión de riesgo en Colombia, si Gramalote hubiera estado en Antioquia tengan la seguridad de que las cosas serían a otro precio. El ´factor paisa´ y la determinación con que sus empresarios e instituciones regionales asumieron el desafío fue indispensable para lograr el objetivo de tener prácticamente reconstruido el municipio antioqueño.

Me cuentan quienes son de Norte de Santander, que allí ni siquiera las ayudas humanitarias se coordinaron bien porque cada quien tiraba para su lado. Entretanto se esperaba mucho desde Bogotá y pasaban los días y el gobierno central no salía con nada.

Las lecciones que dejan ambos modelos de atención de desastres deberían servirnos para aprender de quienes lo hacen bien y dejar de inventarnos genios que desde los escritorios pontifican mucho pero no logran nada.

En twitter: @josemacevedo

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