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El miedo al populismo

Convendría hacer una distinción más fina sobre cuál es el verdadero temor, el miedo al populismo o el miedo al cambio.

Julia Londoño, Julia Londoño
17 de febrero de 2017

Durante los años previos al asesinato de Gaitán, cuyo ascendiente político lo perfilaba como el próximo presidente, la clase dirigente de la época empezó a vociferar su preocupación por la aparición del populismo –que Gaitán encarnaba– como una amenaza a nuestras instituciones.

El asesinato de Gaitán evitó que Colombia transitara por la deriva populista que dominó gran parte de la política latinoamericana con figuras como Perón, Velasco Alvarado, Velasco Ibarra y Getulio Vargas, entre otros. En cambio de populismo tuvimos una era de violencia política, primero entre los partidos tradicionales y luego entre estos y las guerrillas que los desafiaron. Ese ciclo apenas se cierra gracias al Acuerdo de paz firmado el año anterior.

Como la historia a veces se repite como tragedia y otras como comedia, acá estamos, casi 70 años después, con nuestro establecimiento otra vez consternado por la amenaza del populismo.

El proceso de paz abrió un boquete en el grupo dirigente colombiano que ha conducido el país durante estas décadas y que denominamos genéricamente "establecimiento”. El riesgo de la toma violenta del poder generó la necesidad de coordinación y acción conjunta de las élites para dar respuesta a la amenaza proveniente de la guerrilla. La salida negociada al conflicto y la firma de un acuerdo de paz que se fundamenta en la necesidad de abrir la democracia e impulsar un período de reformas generó una ruptura con un sector del establecimiento reacio a cualquier tipo de concesión en aras de la paz.

Esa división entre quienes apoyaron la paz y quienes se opusieron a ella tiene el sistema político al borde de un verdadero cisma, pues el juego político se ha abierto de tal manera que por primera vez resulta posible que alguien ajeno al establecimiento acceda a la Presidencia de la República en el 2018. La paz ha permitido hacer más visibles las fracturas de nuestro régimen político, antes cubiertas detrás de la cortina de la confrontación armada.

Y henos aquí otra vez repitiendo la historia, esta vez en forma de comedia, por fortuna, con el establecimiento preocupado por la aparición del fenómeno populista en Colombia. Pero esta preocupación parece olvidar que acá ya vivimos el fenómeno populista. El “ochenio” de Uribe, como lo calificó Juan Gabriel Vásquez, fue sin duda un período de populismo rampante, con un líder que decía encarnar el pueblo y trataba de gobernar por encima de las instituciones, apoyado en el llamado “Estado de opinión” y buscando la manera de perpetuarse en el poder y poder culminar así su destino histórico mediante la terminación del conflicto armado a través de la victoria militar.

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¿Por qué ese populismo tuvo tan pocos críticos y la perspectiva de uno nuevo tiene tantos? La razón es que el populismo que tuvimos se desplegó en favor de establecimiento y se erigió como el gran defensor de las jerarquías establecidas, promotor de los intereses de quienes han sido beneficiarios del modelo de desarrollo y del conflicto armado, y férreo contradictor de quienes desafiaban el conjunto de poderes establecidos.

Así que lo que realmente preocupa, hay que decirlo, no es el populismo, sino el populismo que puede cambiar el orden de cosas existentes y desafiar el estatus quo. Se pretende hacer creer a la opinión pública que la defensa de la institucionalidad es la preservación del estatus quo. Y la verdad es que se está cometiendo un gran error, no tanto como aquel de Gaitán que nos llevó a la tragedia de décadas de desangre, pero sí como farsa, pues si se busca defender las instituciones para preservar el orden establecido, la gente va a votar contra esa idea y asumirá que son las instituciones las que encarnan la situación actual caracterizada por la corrupción y la desigualdad. Puestas así las cosas, si hay que escoger entre la corrupción y la desigualdad frente al populismo, no cabe duda que la gente escogerá lo segundo, no hay que equivocarse. Al fin y al cabo, de lo primero ya hemos tenido bastante.

Convendría entonces hacer una distinción más fina sobre cuál es el verdadero temor, el miedo al populismo o el miedo al cambio.

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