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Otra explicación para el No. Y sus consecuencias

¿Si usted debe escoger entre algo bueno y algo mejor, qué preferiría? Sin duda todos nos inclinaríamos por lo mejor; aunque, obviamente, preguntaríamos si nos costaría más. Pero, si le aseguran que el precio es el mismo, ¿por qué no escoger algo mejor sobre algo simplemente bueno?

Julia Londoño, Julia Londoño
5 de octubre de 2016

¿Si usted debe escoger entre algo bueno y algo mejor, qué preferiría? Sin duda todos nos inclinaríamos por lo mejor; aunque, obviamente, preguntaríamos si nos costaría más. Pero, si le aseguran que el precio es el mismo, ¿por qué no escoger algo mejor sobre algo simplemente bueno?

Esta fue la razón por la que ganó el No el domingo pasado en el plebiscito. Es cierto que hubo de todo: mentiras (por montones, como que Timochenko sería Presidente), tergiversaciones (a granel, como que las curules de las circunscripciones territoriales para la paz serían para las FARC) y amenazas (de manera desbordada, como que Colombia se volvería Venezuela). Pero no creo que eso haya movido la opinión de la forma en que se transformó hasta dejar por el suelo todos los pronósticos. Las encuestas internas del gobierno mostraban ya un crecimiento del No, y dos días antes del plebiscito, ya era claro que se dependía de la votación de la costa para salvar el Sí. Expectativa que, literalmente, naufragó.

La explicación del resultado –como suele suceder en la democracia– es que los ganadores supieron vender una mejor oferta de la que tenía el gobierno y los partidarios del Sí.

Los partidarios del Sí, creímos (me incluyo, por supuesto) que la decisión era entre el Acuerdo y la guerra, pero los votantes nunca creyeron que esa era la alternativa. Ningún votante consideró que las FARC fuesen a volver a las armas, o que el gobierno rompiera el proceso si no le aprobaban el Acuerdo. Así que no había una alternativa peor al Acuerdo, en cambio, había una opción que les ofrecían como mejor, y no había riesgos para no ensayarla.

Para la mayoría de los colombianos la guerra ya se había acabado. El cese unilateral, primero, redujo de un tajo la violencia derivada del conflicto armado. Luego, la firma del Acuerdo sobre fin del conflicto en julio, ampliamente cacareado como “el último día de la guerra”, y finalmente, la finalización el Acuerdo en Agosto y la firma de la paz en Cartagena, convencieron a los ciudadanos de que volver a la guerra no era una opción sobre la mesa.

Reconocer el triunfo del No implica reconocer que lo hicieron mejor. Así de simple. No hay que echarle la culpa a nadie al interior de los equipos del Sí. Ni andar en cacería de brujas ni cobros de cuentas. Como en los partidos de fútbol, normalmente gana quién juega mejor y aprovecha mejor las debilidades del otro, que en este caso eran evidentes: una guerrilla odiada y un presidente impopular.

Ya la suerte está echada y es necesario ver como hacemos de esta situación una oportunidad, tal como lo dijo el presidente.

Para ello hay que partir de una premisa, y es que la oferta del No era construir un Acuerdo mejor, no derogarlo, ni acabar con el proceso. Debemos creerles. No cabe duda que algunos que votaron por el No quisieran resolver esto a bala, pero ninguno de los líderes está por esta opción. Todos han dicho que quieren mejorar los acuerdos. La pregunta es, entonces, ¿cómo se pueden mejorar los acuerdos y qué tan aceptable es que se introduzcan modificaciones?

Si hemos de creer en lo dicho durante la campaña, las mejoras al Acuerdo se enfocan en lo referente al tema de justicia. En este punto está el meollo de una posible renegociación. Supongamos por un momento que la conversación se abre y tratemos de especular si es posible que los acuerdos sean modificados.

Si los voceros del No moderan sus propuestas, tal como han venido haciendo a partir de la victoria, dejan de lado el lenguaje populista y mendaz que usaron, es posible construir una agenda mínima para el diálogo con las FARC. Para ello tendrán que aceptar que son ellos mismos quienes deben plantear dichas propuestas a la guerrilla y tratar de dialogar con ellos directamente. Seguramente las cosas que le podrán plantear a la guerrilla van a ser distintas de aquellas que usaron durante su campaña, de lo contrario será inviable el diálogo.

Dado que hay una nueva realidad política, y es necesario intentar un acuerdo que integre a los voceros de la campaña del No, facilitar un diálogo directo es la fórmula de corto plazo.

La premisa de ese diálogo es que la discusión gira sobre cómo mejorar los acuerdos, no sobre cómo volver a la confianza inversionista y otras argucias que desliza el senador Uribe, pues no se votó sobre el programa de gobierno, sólo sobre los acuerdos.

Si las gestiones de un nuevo intento de negociación no llegan a resultados fructíferos, porque los sectores del No, y especialmente el uribismo, por ejemplo, insisten en que los jefes de la guerrilla deben ir a la cárcel o que se elimine el narcotráfico de los delitos conexos, o buscan impedir que los jefes de la guerrilla puedan hacer política, los diálogos sucumbirán. Estos eslóganes les resultaron útiles en campaña, pero no van a servir si lo que quieren es llegar a un nuevo Acuerdo.

Si un nuevo Acuerdo no es posible, quedarían dos caminos entonces.

El primero sería que el Presidente use sus facultades ordinarias y extraordinarias establecidas en la constitución para el desarrollo de los contenidos pactados. Mediante facultades ordinarias debe enviar al Congreso los Actos Legislativos y Leyes necesarias para dar paso al sistema de justicia transicional. De manera extraordinaria, mediante el uso de los Estados de Excepción, debe permitir los pasos contemplados para la desmovilización y entrega de armas. El presidente mantiene intactas sus facultades para garantizar la paz, tal como lo dejo claro la sentencia de la Corte Constitucional. Es preferible un presidente con 10 % de popularidad y un país en paz, que una popularidad del 40 % y un país en el limbo.

La segunda opción es que se constituya un mecanismo de mediación internacional para que se llegue a un nuevo Acuerdo. En este caso, sería necesario transformar el rol de acompañamiento de las Naciones Unidas y convertirla en un ente que garantice que la paz no sea una oportunidad perdida. Los acuerdos se basaron en un diálogo bilateral entre el gobierno y las FARC, pero si este resulta inalcanzable, es necesario pensar en mecanismos que impidan el regreso a la guerra.

Todos sabemos lo difícil que será recomponer este camino, pero por ahora lo que ha surgido es el consenso de que volver a la confrontación no es una alternativa. Tal como lo dedujeron quienes votaron No en el plebiscito.

* Exviceministro del Interior.

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