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La guerra del fútbol

Tanto Honduras como El Salvador, estaban regentados por militares que manipulaban a su amaño las respectivas constituciones con el apoyo de algunos partidos políticos.

Juliana Londoño, Juliana Londoño
23 de mayo de 2016

En todas partes se presentan disturbios derivados de encuentros futboleros, sin embargo en Colombia se está llegando a extremos tales que, los que debían ser  coloridos espectáculos deportivos, paulatinamente se están constituyendo en  motivos de permanente confrontación y grave desorden en diferentes ciudades del país.

El 26 de Junio de 1969 se jugó en México el definitivo partido de desempate entre las selecciones de El Salvador y de Honduras, que se disputaban dentro de la CONCACAF un cupo para el campeonato mundial del futbol de 1970. El equipo de El Salvador después de ir perdiendo 1-2 en el primer tiempo, logró remontar el marcador y ganó el encuentro 3-2.

Como en el partido de ida celebrado en San Salvador hinchas hondureños habían sido violentamente atropellados, con el resultado del partido en México, ]en Honduras turbas enardecidas atacaron a salvadoreños radicados en territorio hondureño y el gobierno aprovechó la coyuntura para expulsar masivamente a miles de ellos que de tiempo atrás residían en su territorio. En represalia, el 14 de Julio siguiente las fuerzas armadas salvadoreñas invadieron a Honduras.

Una urgente reunión de ministros de relaciones exteriores de la OEA, logró un alto al fuego en la noche del 18 de Julio de 1969. A pesar de que la confrontación armada sólo duró 100 horas, causó por lo menos 3000 muertos.

Tanto Honduras como El Salvador, estaban regentados por militares que manipulaban a su amaño las respectivas constituciones con  el apoyo de algunos partidos políticos. Los dos países tenían además serias diferencias territoriales y afrontaban en el ámbito doméstico complejos problemas sociales, políticos y económicos salpicados de resentimientos, que derivaron en una lucha armada interna que se extendió al resto de Centroamérica.

Finalmente en 1987 se firmaron los acuerdos de paz de Esquipulas. Los ministros, congresistas, analistas y los jefes de estado no daban abasto para formular declaraciones y ufanarse de los logros alcanzados. Incluso a uno de los presidentes centroamericanos, en medio de bombos y platillos, se le otorgó el Premio Nobel de Paz.

No obstante los numerosos foros, publicaciones y conferencias que se hicieron con ocasión de la firma de los acuerdos, la paz no llegó. La reacción de las hinchadas en Honduras y El Salvador en 1969, indicativa de un negativo estado de ánimo nacional y de rivalidades internas no superadas, reapareció tiempo después como el monstruo de Frankestein. Hasta el punto que en este momento la situación interna en ambos países es mucho peor que la que existía cuando se firmaron los acuerdos de Esquipulas.  

Lo que no implica que no se hayan debido concertar los acuerdos de paz. Pero sí que en medio del afán de unos por firmar y tratar de pasar a la posteridad y de los esfuerzos de otros para evitarlo, se entregaron las armas pero no se desarmaron los espíritus.       

(*) Profesor de la facultad de relaciones internacionales de la Universidad del Rosario.

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