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Los vecinos ante el proceso de paz

En la mayoría de los conflictos armados internos, los países limítrofes han jugado un papel fundamental. En el caso colombiano eso es evidente, en especial respecto a Venezuela y Ecuador.

Juliana Londoño, Juliana Londoño
30 de junio de 2016

Independientemente de las numerosas incógnitas respecto a los acuerdos entre el gobierno y las FARC, debe reconocerse la tenacidad del Presidente Santos para sacarlos adelante a toda costa. Pasando por encima, según algunos, incluso de la propia constitución. De otra manera, sostienen otros, el proceso se hubiera limitado a ser un episodio más de la serie iniciada por Rojas Pinilla en 1953 y Alberto Lleras en 1958.

Las FARC igualmente han demostrado claridad en sus propósitos enmarcados en la estrategia de la “guerra popular prolongada”. Sin embargo se convencieron del hecho inexorable de que, no obstante todas las falencias de nuestra democracia, Colombia no es escenario para el triunfo de un grupo armado como sucedió en Nicaragua o como acontece regularmente en África.

Es imposible saber ahora cuál será el resultado final del proceso: sólo el tiempo lo dirá. Cuando se concertaron los acuerdos con el M-19, con el EPL y  el Quintín Lame, el país soñó con la paz. Sin embargo paulatinamente las esperanzas se desvanecieron y la violencia continuó por otros rumbos.

En la mayoría de los conflictos armados internos, los países limítrofes han jugado un papel fundamental. En el caso colombiano eso es evidente, en especial respecto a Venezuela y Ecuador.

Por lo tanto nuestros vecinos y otros no tan vecinos, deben comprometerse con el proceso que comienza. Más allá de líricos pronunciamientos y de expresiones formales de apoyo, impidiendo que sus territorios sean refugio de delincuentes y de traficantes de drogas, ruta de precursores químicos o centro de comercialización de armas y explosivos.

Las armas del conflicto centroamericano, muchas provenientes de la guerra de Vietnam, siguieron circulando después de los acuerdos de paz y fueron a parar en manos de siniestras bandas criminales que tienen en jaque a los países del “triángulo del norte”. Sin contar con que, por ejemplo en los Estados Unidos, es más fácil conseguir una ametralladora que un medicamento contra la hipertensión.   

Nada sacaríamos si en lugar de ser las FARC, los autores de los atentados, de las extorsiones, de los secuestros y del tráfico de drogas, fueran de otros grupos, cualquiera que sea su denominación. De igual manera sería frustrante si la condición de “ex guerrillero” se constituyera en ciudades, poblaciones y veredas, en credencial para la matonería o para obtener privilegios mediante la coacción y la amenaza.    

El verdadero compromiso de nuestros vecinos con la paz, será el de impedir que sus territorios sean trampolines contra Colombia. No será una tarea fácil para el gobierno asegurar esa actitud, ya que con frecuencia en países limítrofes,  jefes políticos y autoridades policivas se benefician con los problemas del  vecino.   

Habrá que evitar también la profusión de “expertos” extranjeros, con ampulosos títulos de especialistas en asuntos “kolumbianos”, que después de realizar en nuestro país una fugaz  investigación con sabor a una aventura personal similar a la de convivir con elefantes en Botswana, nos den pautas sobre lo que debemos hacer en el futuro.

(*) Profesor de la facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.