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La alternativa de Santos

El fin del conflicto no depende del chantaje de las FARC.

Semana.Com
28 de junio de 2015

Una de las consecuencias infortunadas de solicitar respaldo internacional al proceso de paz es que los cortejados se sienten con el derecho de opinar y dictar cátedra sobre la realidad colombiana. Preguntado sobre por qué el gobierno español no negociaba con ETA mientras apoyaba el diálogo en Colombia, el presidente Mariano Rajoy contestó sin titubear “aquí no ha habido dos bandos enfrentados, aquí sólo ha habido una banda que mataba a la gente”. Para su información, señor Rajoy, uno de esos bandos supuestamente enfrentados fue asesorado por el ETA en como armar carrobombas para matar a la gente colombiana.

La segunda perla de sabiduría provino del alto comisionado de los derechos humanos de las Naciones Unidas en Colombia, Todd Howland. Ante la ola de acciones terroristas de las FARC que dejaron sin luz a miles de habitantes y generaron graves crisis ambientales, Howland recomendó “una tregua por dos semanas o un mes para bajar la intensidad en este momento de los atentados”. De aceptarse la sugerencia del diplomático, los primeros en celebrar serían los miembros del secretariado de las FARC quienes habrían confirmado que utilizar la barbarie contra civiles es un método legítimo de presión.

Las declaraciones de Rajoy y Howland reflejan una visión tergiversada y anacrónica de Colombia, que es alimentada a diario por el gobierno, el uribismo y los medios. El gobierno, convencido de la urgencia de acabar el conflicto, agranda los beneficios de una eventual firma de un acuerdo de paz. El uribismo, enceguecido por lo que considera una traición, exagera el poder y el alcance de las FARC. Y los medios, acostumbrados a reportar sobre la guerra, amplifican y nacionalizan cada atentado y hecho de orden público.

El reciente caso de Mango es ilustrativo. Mango es un corregimiento del municipio de Argelia (favor no confundir con el país africano). En ese pueblo del departamento de Cauca viven aproximadamente 26.000 habitantes. Como muchos municipios caucanos, Argelia ha sido víctima durante años de la violencia de grupos armados ilegales extremistas (ahí sí se parece al país africano) y de la falta de una presencia real y efectiva del Estado. La semana pasada miembros de la comunidad expulsaron a 60 policías, bajo el pretexto que se sentirían más seguros sin ellos.

En cualquier otro país, sería una noticia local. De pronto regional. Una curiosidad. En Colombia fue el acontecimiento de la semana. Intervino hasta el mismo presidente Santos. Obviamente, las FARC aprovecharon el papayazo para decir que lo de Argelia era una prueba del “fracaso de la seguridad democrática”. Infortunadamente para las FARC, la retórica no puede disfrazar la realidad en el terreno.

Este ruido mediático, gubernamental, de la oposición y de la guerrilla está obnubilando un hecho trascendental: el conflicto armado, que dejó más de 200.000 muertos y seis millones de desplazados, es más del pasado que del presente. El presidente Santos tiene razón, ya estamos en el posconflicto. Como Adolfo Hitler en su búnker que ordenaba el desplazamiento de batallones ficticios, Timochenko y sus compinches están reducidos a actos terroristas que desnudan su debilidad y que sólo impactan a comunidades pobres y apartadas.

Existe una medición internacional que determina cuándo un país está en conflicto y cuándo un país es víctima de violencia organizada. No es lo mismo. México, por ejemplo, está en el segundo grupo. La solución es policiva, no política. Colombia está en transición hacia el segundo escenario, con o sin acuerdo de paz.

Las FARC no han valorado el gesto del presidente Santos del 2012 cuando aceptó negociar con ellas una reintegración digna a la sociedad. Santos buscaba ahorrarnos más víctimas. Es hora que entiendan que, como dijo el presidente, la paz llegará por las buenas o por las malas. Tal vez sea el momento de ponerle una pausa a las conversaciones en La Habana para que las FARC comprendan lo que está en juego.