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La burbuja y el alfiler

Más que inversionistas, lo que ha habido aquí es charlatanes. Las acciones estaban sobrevaloradas, pero por una euforia irracional, la gente seguía comprando

Semana
11 de junio de 2006

Aquí hay muchachos que se acuestan diseñadores o ingenieros y amanecen expertos en el mercado de valores. Se compran un portátil, se conectan a Internet con un servicio inalámbrico, y se dedican a mover plata como quien va al casino a poner fichas en una ruleta. Cuando les suena la flauta (les sale el color rojo seis veces consecutivas), se creen el cuento de que son adivinos que intuyen las tendencias del mercado y obligan a la mamá y a la abuelita a sacar sus ahorros y a vender la casa que tenían de renta. Meten todo el capital en la Bolsa, seguras de que el nieto genio (yupi que se pone corbata hasta con la piyama) las va a sacar de pobres de la noche a la mañana.

Y de repente la punta de un alfiler toca la película de esta burbuja inflada con falsas esperanzas y los sueños estallan en un rocío tenue que se disuelve en nada.

Lo más grave es cuando estos genios de las finanzas improvisados no son solamente loquitos caseros sino sabihondos corredores de bolsa que se creen filósofos de las acciones. Tan jugadores de azar como el otro, pero ya no a la caza de los ahorros de la abuelita, sino de las alcancías grandes y pequeñas de todos nosotros. Son ellos los que se dedican a inflar la burbuja y a decirnos que pongamos la plata en este "paquete accionario" y en este "portafolio de inversiones" para volvernos ricos sin trabajar. Una delicia: uno entrega lo poco que sudó, y ellos, por arte de magia y sin mover un dedo, te lo convierten al cabo de un año en mucho más. Algunos, en efecto, duplican su capital, y es con esos ejemplos que nos seducen y nos matan.

Estos corredores de bolsa (¿no sería mejor decirles bolsones?), para convencer a la gente de que invierta en acciones (¿no sería mejor decirles ilusiones?) usan una vieja debilidad humana que se conoce como "tulipomanía" o "síndrome del tulipán holandés". La historia es más o menos así: en 1593, poco después de que un viejo profesor introdujera en Holanda unos curiosos bulbos de tulipanes turcos, se puso de moda adornar los jardines con estas flores. Además, por una mutación de la flor, se produjeron variedades rarísimas con pétalos oscuros de bordes claros. Ahí empezó la fiebre del tulipán, que cuanto más raros fueran, más costaban. Los que compraban bulbos, los revendían bien, y los "floristas" compraban a 10 por la mañana y revendían a 100 por la tarde.

Año tras año había mejores y mejores precios, hasta que miles de holandeses querían invertir en lo mismo (vendían sus joyas y sus tierras para comprar tulipanes), con lo que algunos bulbos de tulipán llegaron a costar lo que valía una casa, hacia 1630. Cuando el precio llegó a las estrellas, algunos, al fin, dijeron que el precio era irreal, y empezaron a vender los bulbos precipitadamente. Lo cual desencadenó una carrera repentina a la venta, y con el pánico general, el precio de los bulbos cayó en picada, incluso muy por debajo de su valor real, pues después de haber costado lo que valía una casa, en pocos días el bulbo de tulipán se vendía a menos de lo que valía una cebolla. Y esa fiebre especulativa, esa locura, duró varios años sin que nadie percibiera su sinrazón.

Aunque quizá no tan grave, algo parecido parece estar pasando con la Bolsa colombiana. Con la euforia montañera de que aquí ya habíamos entrado en la era del desarrollo, con el sueño colectivo del mejor gobierno en el mejor país de Suramérica, a casi todos los que tenían algo les dio por comprar acciones y jugar en la Bolsa. El precio de las acciones estaba, según expertos que las saben valorar, muy por encima de los valores reales de las empresas. Pero como había gente que seguía ganando en lo especulativo, aunque los precios ya sonaran absurdos, otros seguían comprando, para pegarse al tren de las ganancias estelares, e incluso atrajeron capital extranjero, de esos que gozan jugando con riesgos y apostándole, tal vez, a esa estupidez recurrente, a esa "tulipomanía", también conocida como "sicología humana".

Más que inversionistas, lo que ha habido aquí son especuladores. En vez de asesores serios, charlatanes que pintan pajaritos de oro. Las acciones estaban sobrevaloradas, pero por una euforia irracional, la gente seguía comprando. Hasta el derrumbe. La burbuja fue tocada por el alfiler, los extranjeros corrieron a sacar sus capitales para comprar bonos en el Primer mundo, y también los locales vuelan a vender los restos del desastre. Si alguien compró acciones en febrero, dicen algunos especialistas, es probable que les toque esperar años para recuperar su valor.

Si Gaviria hubiera ganado las elecciones y la Bolsa se hubiera desplomado, le habrían atribuido a él todo el desastre de quebrar el precio de las empresas. Como ganó Uribe, se inventan explicaciones raras. Pero lo más probable es que esto no tenga mucho que ver con la política: es fruto de la caída en las Bolsas de todas las economías emergentes, pero también fruto de unos corredores irresponsables que ayudaron a alimentar la fiebre de la especulación entre los ignorantes, entre los miles y miles que sueñan con la ruleta del casino, es decir, con enriquecerse por pura suerte, sin trabajar, adivinando en la Bolsa.

Nota: para que no crean que me acosté periodista y amanecí sabio en acciones, aclaro que esta nota la escribí gracias a dos expertos que sí saben del tema, y yo, como confío en ellos, me he limitado a ser un redactor.

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