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La Colombia racista

A los afrocolombianos que se lanzaron a la huelga en el occidente del país no les ha ayudado tener una Ministra de Cultura negra

María Jimena Duzán
25 de octubre de 2008

Lo grave de la columna de María Isabel Rueda en la que descalifica la protesta indígena con el argumento de que las minorías indígenas son bárbaros que amenazan con sus costumbres incivilizadas la preeminencia de nuestra cultura occidental, no es que sea un exabrupto del tamaño de una catedral, lo realmente preocupante es que ella no es la única que piensa así en este país.

De hecho, el general Valencia Tovar el viernes en El Tiempo afirmó más o menos lo mismo, cuando cuestionó a la Constitución del 91 por haberles otorgado a las minorías étnicas unos derechos de territorialidad y de autonomía que, según él, resultan injustos y desproporcionados porque crean "islas virtuales", que rompen de manera aleve la homogeneidad cultural de las mayorías.

Y si vamos más allá, lo que dijo el presidente Uribe en su alocución del jueves pasado va en el mismo sentido, cuando planteó, con cifras mendaces, la audaz tesis de que los verdaderos terratenientes de este país no son los narcoparamilitares, sino las minorías indígenas porque tenían el 27 por ciento de las tierras de este país.

Si el Presidente hubiera buscado mejor, habría encontrado las cifras que tiene el Agustín Codazzi, según las cuales el 87 por ciento de las tierras de los índígenas queda en parques naturales de la Amazonia, la Orinoquia, Chocó y La Guajira. De ellas, sólo el 13 por ciento es cultivable. (Claro que en esa alocución el Presidente también dijo que era cierto que la Policía había disparado contra ellos, después de que había dicho que los escuadrones antimotines sólo usaban bastones de mando y que los tres indígenas que murieron no lo hicieron a causa de las balas, sino por la mala manipulación de armas artesanales, lo cual equivale a decir que los indígenas se estaban matando entre ellos mismos).

En los tres casos que he mencionado se percibe en esas expresiones públicas un claro tinte racista que no le augura buenos tiempos a las minorías de este país. Tomemos por ejemplo lo que ha sucedido con los negros, otra minoría étnica que viene siendo afectada dramáticamente con los despojos de tierras causadas por los paramilitares en zonas como Chocó y que también está presente en la huelga de los corteros de caña. La gran mayoría no ha podido recuperar sus tierras, sin embargo, el gobierno muestra como un gran avance para las comunidades afrodescendientes, el nombramiento de una Ministra de Cultura negra y de otros cuantos viceministros de color, nombramientos que, dicho sea de paso, fueron hechos más pensando en cumplir con los prerrequisitos que les exigía la posible firma del TLC con Estados Unidos que en las necesidades de las minorías negras de este país. A los afrocolombianos que se lanzaron a la huelga en el occidente del país, alegando condiciones de trabajo infrahumanas como corteros de caña, no les ha ayudado el tener una Ministra de Cultura negra. El gobierno les sigue respondiendo con evasivas, en tanto que los dueños de las fábricas siguen recibiendo subsidios en medio de increíbles ganancias. "Yo no tengo nada contra los indígenas -me dijo el otro día un señor muy prestante en un salón de un club en Bogotá-, a mí los que no me gustan son los negros, por eso no me gusta ni Obama". Lo cierto es que mientras todo esto sucede, en el norte de Bogotá todavía hay discotecas que impiden la entrada a los negros.

Decir que Colombia es un país racista sería una deducción un poco apresurada. Más preciso sería decir que en esta patria refundada, hay un renacer de una cultura que muchos pensábamos había quedado sepultada definitivamente con la proclamación de la Constitución del 91: me refiero a la cultura producto de la tiranía de las mayorías, aquella que desconoce la importancia de las minorías no sólo étnicas, sino sexuales y de género. Los derechos de las minorías fueron una conquista de la Constitución del 91 que nos ha ahorrado muchos muertos y que oxigenó en buen momento nuestra restringida democracia.

A mí me importa un pito que a María Isabel Rueda y al general Valencia Tovar les parezcan los derechos de las minorías étnicas inaguantables, insoportables y desmedidos. Pero lo que sí me parecería inaudito es que Colombia siguiera ese camino. Al fin y al cabo, los negros que no pudieron entrar a la discoteca en el norte de Bogotá, hoy pueden hacerlo gracias a que interpusieron una tutela que fue fallada a su favor, y eso, aunque muchos no lo crean, nos aleja un poco de la barbarie.
 

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