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La confianza inversionista

Todos los analistas están de acuerdo en que la crisis es el resultado de la falta de controles, y aquí el gobierno quiere desmantelar los pocos que aún quedan.

Antonio Caballero
11 de octubre de 2008

Al socaire de la crisis mundial, que por ahora es sólo de la superestructura financiera pero terminará afectando la infraestructura de la economía real, los neoliberales del mundo se están reconvirtiendo a marchas forzadas en decididos intervencionistas. Sarkozy en Francia y Brown en Inglaterra, Berlusconi en Italia y Merkel en Alemania: todos los émulos de la política desreguladora y desreglamentadora de Margaret Thatcher (que trajo las ya olvidadas ‘vacas locas’ por falta de controles sanitarios y va a traer más locuras climáticas por falta de controles de impacto ambiental). Hasta el gobierno de George Bush en los Estados Unidos, que a fuerza de ser neoliberal es neoconservador, y que ayer mismo seguía siendo el más fervoroso creyente en las virtudes mágicas de la ‘mano invisible’ del mercado, se lanza con setecientos mil millones de dólares de fondos públicos (el costo de una guerra) al rescate de los bancos en quiebra. Después de los años locos, como cuando la gran crisis del año 29, se vuelve a las recetas humanistas, o al menos más humanas, de la teoría keynesiana y la práctica rooseveltiana.

Aunque habrá que mirar más de cerca –y ya lo iremos viendo– si ese rescate que ahora emprenden los europeos y los norteamericanos no resulta en fin de cuentas ser un calco de los sucesivos rescates intervencionistas del sistema bancario que se hacen en Colombia. O sea, la simple socialización de las pérdidas en los años flacos después de haber privatizado las ganancias en los gordos. La palabra “rescate” es ambigua. Cuando la conquista de América, los españoles llamaban “rescate” al oro que les quitaban a la fuerza a los indios.

Entre tanto aquí, y con el pretexto de afrontar lo que a Colombia le toque de la crisis mundial, el presidente Uribe anuncia dos medidas: el levantamiento de los tenues controles que todavía subsisten para los capitales extranjeros, a ver si vienen, y la amnistía tributaria para los capitales fugados, a ver si vuelven. Curioso. Todos los analistas están de acuerdo en que la crisis es el resultado de la falta de controles, y aquí el gobierno quiere desmantelar los pocos que aún quedan, los que sobrevivieron al vendaval neocolonialista del Consenso de Washington.

Pero tal vez se trata de una demostración más de la “inteligencia superior” que distingue a nuestro omnisciente y omnipresente Presidente: una astutísima maniobra de estrategia económica de altos vuelos. Uribe, que sin duda ha leído con provecho las novelas de ficción ultracapitalista de aquella señora que se llamaba Ayn Rand, imagina tal vez que al verse perseguidos en el mundo entero los capitalistas salvajes van a venir con sus capitales bajo el brazo a refugiarse en Colombia, donde la Confianza Inversionista les dará abrigo.

Puede ser que tenga razón. Y si es así, peor. En lo que toca a los capitales fugados, son los poco fiables de los narcos: Santo Domingo no va a traer de vuelta lo que sacó con grandes esfuerzos de imaginación tributaria de la venta de Bavaria. Y en lo que toca a los capitales extranjeros, el papel por lo general dañino que han jugado en Colombia se debe precisamente a la falta de controles y al exceso de garantías por parte de los gobiernos: a la Confianza Inversionista. De ahí vinieron, para poner casos extremos, la matanza de las bananeras que se hizo en defensa de la norteamericana United Fruit, o el sometimiento a la esclavitud y el exterminio de los indios del Putumayo por cuenta de la anglo-peruana Casa Arana, hace un siglo. De ahí siguieron viniendo cosas como el financiamiento de los paramilitares de las AUC por la Chiquita Brands, y el de las guerrillas del ELN por la Manesmann y las petroleras. Por escasez de regulaciones y abundancia de garantías es que las empresas extranjeras en Colombia, mineras o madereras, eléctricas o constructoras, caucheras o petroleras, españolas o gringas o alemanas o muy pronto chinas, han dejado siempre una huella de saqueo y corrupción. Es una experiencia que conocen de sobra todos los países colonizados o neocolonizados: el capital extranjero tiene la costumbre de arrancar el codo cuando le ofrecen la mano.

Deja, eso sí, unas migajas en la mano tendida. En eso consisten los frutos de lo que ahora se llama Confianza Inversionista, de la cual sólo el nombre es novedoso.