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La conspiración contra Uribe

No hay solución a la vista, porque cualquier propuesta para resolver el problema de la legitimidad del Congreso debe sortear primero el requisito de hacer viable la reelección presidencial.

Semana
26 de abril de 2008

Hasta ahora el récord de conspiraciones armadas en su contra lo tenía el ex presidente Ernesto Samper, que veía en cualquier persona indignada de que su campaña hubiera sido permeada por el narcotráfico a un "conspi".

Hoy, el presidente Álvaro Uribe iguala, si no supera, a Samper en el número de conspiraciones que cree le tienen montadas.

Y estaría considerando que son tres los frentes de esas conspiraciones.

1- Los bogotanos. Siendo él un hombre de provincia, considera que en Bogotá existe una apreciación absolutamente equivocada del concepto que en provincia se tiene del tema paramilitar, donde durante una época era absolutamente imposible vivir o hacer política sin tener algún tipo de contacto con el paramilitarismo. Recordemos que su finca El Ubérrimo está en el corazón mismo del fenómeno. Conclusión, el Presidente siente que los bogotanos y los medios de comunicación que funcionan en la ciudad tienen conceptos "de coctel" sobre la realidad del paramilitarismo.

2- Los paramilitares. Tengo la sensación de que el Presidente cree que entre los paramilitares capturados está imperando una ley que podríamos llamar "que mueran Sansón y todos sus filisteos". Según esta estrategia, paramilitar preso arrastra consigo a todo el que hubiera tenido cualquier contacto, por mínimo o por íntimo, con su movimiento.

3- La Corte Suprema. El Presidente cree que los magistrados de la Corte Suprema no son neutrales en el juicio del paramilitarismo. Que lo odian y que por eso vienen cometiendo las ligerezas judiciales más increíbles para meter presos a los congresistas, la mayoría de la bancada uribista. La semana pasada fue detenido su primo y quedaron salpicados la presidenta del Senado y el senador Armando Benedetti. El ex jefe de La U está en capilla.

Creo que el presidente Uribe tiene un poco de razón en las tres fuentes de las conspiraciones que percibe en su contra.

Es cierto que a los bogotanos no nos tocó vivir el fenómeno del paramilitarismo y lo vemos con los ojos de la distancia, mostrándonos escandalizados, por la gravedad y los alcances que ha adquirido el problema, lanzando comentarios en los cocteles de Bogotá que Uribe odia y en los que cree que vivimos metidos.

En segundo lugar, es cierto que la estrategia de los paramilitares es meter la mayor cantidad posible de gente en el mismo costal. Y lamentablemente, los hechos han demostrado que casi todo el mundo, por lo menos de los políticos de provincia, es "metible" en el costal del paramilitarismo.

Y también es cierto que la Corte Suprema no quiere al Presidente, desde cuando el gobierno tomó partido por la Corte Constitucional en el tema del choque de trenes sobre la sentencia contra tutelas. Esta "malquerencia" ha venido empeorando con la demanda por injuria al presidente de la Corte y los mensajes de no dejarse tentar por los intereses deslegitimadores, que los magistrados interpretaron como un dardo directo.

En medio de este escenario, la posibilidad de una segunda reelección del Presidente se ha convertido en el trasfondo de que no podamos encontrarle una solución al problema terrible del Congreso: cualquier propuesta, incluidos la posibilidad de una reforma política, la revocatoria del Congreso, el anticipo de elecciones, una asamblea constituyente, debe pasar primero y antes que nada por el requisito de hacer viable su segunda reelección.

Y en la medida en que el gobierno necesita mantener la actual proporción en la composición del Congreso, está dilapidando la increíble suma de energía política que le dan sus índices de popularidad, lo que nos conducirá muy seguramente a una fórmula ineficaz, inútil y sin la proporción social e histórica que un momento de crisis como este requiere.

Mientras tanto, el número de congresistas presos o en capilla ha impreso entre los congresistas una profunda conciencia de ilegitimidad que tiene al Parlamento trabado por dentro y profundamente desgastado por fuera. Sin legitimidad y sin condiciones para operar con eficiencia, los congresistas que quedan tienen muy pocas posibilidades de encontrar la solución de la crisis. ¿Cuántas detenciones hacen falta para que se paralice totalmente el Congreso y, por lo tanto, el gobierno?

Me temo, en últimas, que el presidente Uribe está prefiriendo abrirle camino a su reelección, a ejercer el liderazgo moral que requiere el país para evitar el colapso hacia el que vamos.

Nunca antes un Presidente había tenido tanta oportunidad de comprometerse a fondo con la reforma política que necesita Colombia para que este capítulo no se repita nunca. Jamás.



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