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La Constitución Política: el Fenómeno de la Niña y el Mensaje a los corintios

¿Hacia dónde puedo enfocar este breve homenaje constitucional? Dos son los caminos que, frente al común denominador, toman una vía parecida y, sin embargo, disímil: la Constitución Política y nuestros miedos colectivos.

Semana
1 de agosto de 2011

Se han celebrado los 20 años de la Constitución de 1991. Han abundado las anécdotas, los análisis críticos, los balances políticos, económicos y sociales, las exaltaciones acríticas y, en algunos casos, optimistas. El común denominador ha sido mostrar las crisis de los 80 y 90, el proceso constituyente y el cambio constitucional, las reformas en los gobiernos Samper, Pastrana, Uribe I-II y Santos I y las trasformaciones socio-culturales en estas dos décadas.

¿Hacia dónde puedo enfocar este breve homenaje constitucional? Dos son los caminos que, frente al común denominador, toman una vía parecida y, sin embargo, disímil: la Constitución Política y nuestros miedos colectivos.

El primer miedo: a crecer como colectivo, buscando siempre un gran padre, el mágico tutor, el dios absoluto. Lo ilustraré con un ejemplo. El 28 de mayo en los llamados, al mejor estilo neo-pentecostal brasileño, “Acuerdos para la Prosperidad”, el presidente Juan Manuel Santos reveló que el Fenómeno de La Niña había acabado. Los colombianos respiramos con tranquilidad, las sombrillas se botaron. Lo que siguió es digno de nuestro realismo macondiano: como en las semanas siguientes arreciaron las lluvias, los periodistas se comunicaron con funcionarios del Ideam para increparlos ya que, a pesar del anuncio presidencial, seguía lloviendo en el país. Vladdo lo describió cuando, desde el Santuario Presidencial, expresó: “El decreto por medio del cual se abolía el Fenómeno de la Niña queda derogado” (Semana 1518).

A pesar de la Constitución del 91 el presidencialismo sigue aferrándose en la sociedad colombiana. Analizado, más allá del (des)ajuste institucional en el cual prevalece funcionalmente la cabeza de la Rama Ejecutiva, como una sombra simbólica que intimida la organización social, impide la autoorganización colectiva, refrenda la necesidad de un gran padre -bueno o malo- que nos resuelva todo, que no nos deje enfrentarnos a nuestras luces y sombras como sociedad y que nos premie o castigue cuando sea necesario. Más que un santo queremos una divinidad. Con razón, en reciente propaganda de Colombia Humanitaria, una señora de edad pudo decir desde el corazón: “Confiando en Dios y en nuestro mandatario todo volverá a ser igual”.

El segundo miedo: a construirnos, solidariamente, como sociedad plural; a responder el qué somos como colombianos. Vuelvo a Vladdo quien, en Semana (1524), ilustró de forma real este realismo mágico. “Mensaje a los “corintios”: Vengo a decirles –señala el primer mandatario- a todas las víctimas del terrorismo que mucho ánimo, que la Selección Colombia clasificó de primera en el grupo”. En medio de la barbaridad por la toma de las FARC nos fue mostrado al presidente viendo fútbol, cantando el o los goles colombianos (¿?), llamando -en medio de Generales de la República, los soldados y el conflicto armado- al Profesor Hernán Darío “Bolillo” Gómez.

A pesar de la Constitución del 91 seguimos teniendo una sociedad dividida, fragmentada e individualista (lo cual, a pesar del liberalismo político, es una contradicción en sí misma). Es una sociedad que no teje vínculos ni representaciones que nos enfrenten a la realidad histórica, a la tragedia humanitaria que vivimos y a los duelos que hemos aplazado, para poder así construirnos. El problema no es ni siquiera el mensaje a los corintios del “divino” Santos. El problema es que la gran mayoría de los colombianos -incluidos los de la FARC-, a excepción claro está de los habitantes de Corinto (Cauca) cuyos televisores habían sido destruidos, estábamos viendo y celebrando el partido de la Copa América.

Por eso, en este breve homenaje, que la constitución –que no es divina, sino muy humana (con c minúscula y no mayúscula)- nos permita superar los miedos para crecer colectivamente –en los social y lo institucional-.
 
* Profesor del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana.

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