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La crisis de la eurozona

Como consecuencia de la crisis, Europa ha avanzado hacia el fortalecimiento de la coordinación de las políticas presupuestales y la estabilidad financiera.

Semana
2 de noviembre de 2012

La crisis económica por la que atraviesa Europa es una realidad que, en términos prácticos, se inició en 2007, en Estados Unidos, en donde un sistema financiero “muy optimista” entró en bancarrota, debido a las dificultades que experimentaron los activos de mala calidad “subprime” en el mercado hipotecario.

Así, con el colapso de Lehman Brothers, uno de los más grandes bancos americanos de inversión, en septiembre de 2008, se generó una crisis financiera que de los Estados Unidos pasó a Europa y al resto del mundo.
 
En Europa muy rápidamente se formó un círculo vicioso del que sería muy difícil sustraerse.

Teniendo en cuenta que muchas entidades del sistema financiero europeo tenían exposición al riesgo de Lehman Brothers, a través de derivados y otros instrumentos, se produjo un pánico financiero por lo que muchas de esas entidades decidieron frenar sus créditos interbancarios y los concedidos al mercado en general.
 
En efecto, de acuerdo con la información publicada, el 18 de septiembre de 2008, por el periódico francés “Le Figaro”, la Société Générale declaraba que para la época su exposición al riesgo de Lehman Brothers ascendía a alrededor de 479 millones de euros, mientras que BNP Paribas anunciaba un riesgo global de aproximadamente 400 millones de euros e ING de 100 millones de euros.
 
Para prevenir un colapso del sistema financiero, los estados europeos salieron al rescate de los establecimientos bancarios, inyectándoles recursos en grandes cantidades. Muchos de esos fondos venían de préstamos adquiridos por los estados en el mercado a través de la emisión de bonos, lo que generó un aumento de la deuda soberana o estatal.
 
De acuerdo con el comunicado de la Comisión Europea, del 6 de junio de 2012, entre octubre de 2008 y octubre de 2011, dicha Comisión aprobó ayudas de estado a favor de los establecimientos financieros de alrededor de 4500 billones de euros, lo que equivalía al 37% del PIB de la Unión Europea.
 
A finales de 2009, ciertos estados de la eurozona, principalmente, Irlanda, Grecia y Portugal, comenzaron a tener problemas para cumplir con sus compromisos financieros, lo que desembocó en la llamada “crisis de la deuda soberana”.
 
En ese sentido, es importante tener en cuenta la información publicada por Eurostat, el 23 de abril de 2012, según la cual, la deuda pública de Grecia en el 2008 ascendía a 263.284 millones de euros, la de Irlanda a 79.582 millones y la de Portugal a 123.108 millones, mientras que en el 2009 para esos mismos países, dicha deuda pública correspondía a 299.685 millones de euros, 104.602 millones de euros y 139.945 millones de euros, respectivamente.
 
Esta crisis provocó una pérdida de confianza, por parte del mercado, en la estabilidad económica de dichos estados. En efecto, el aumento de la deuda y de los déficits presupuestales trajo como consecuencia un incremento, a niveles insostenibles, de las primas de riesgo que pagaban por sus bonos o deuda soberana.
 
Es importante recordar que el déficit de la eurozona para el 2008 correspondía al -2,1% del PIB y en el 2010 al -6,2% del PIB y la deuda pública era de 62,5% del PIB para 2008 y del 80% del PIB para el 2010.(Ver: http://epp.eurostat.ec.europa.eu/portal/page/portal/publications/collections/news_releases)
 
Como esos bonos eran detentados por los otros estados miembros de la eurozona y por sus sistemas financieros, la situación se convirtió en un problema europeo, ya que, desde ese momento todo el mercado perdió confianza y los bancos europeos dejaron de prestarse dinero entre sí y de conceder créditos a los hogares y a las empresas, provocando que, en el 2009, la economía de la eurozona sufriera la peor recesión desde su creación, que apenas tuvo una pequeña recuperación en el 2011, para caer nuevamente en el 2012.
 
De acuerdo con la información proporcionada por Eurostat, mientras que en el 2006 el PIB de la eurozona aumentó con relación al año anterior un 3,2%, en el año 2008 sólo creció un 0,4%, con respecto al 2007, y en el 2009 presentó un crecimiento negativo de -4,4%. Finalmente, el 2011 creció el 1,4% con relación al año 2010.
 
Con el fin de solucionar los problemas, se implementaron “rescates” en países como Irlanda, Grecia y Portugal, que no implicaron una ayuda directa a los bancos, sino a los estados, lo que conllevó a un aumento de la deuda pública de esos estados, que el mercado castigó con un gran incremento en términos de primas de riesgo.
 
Es así como en el caso de Grecia, el diferencial en la prima de riesgo con relación al bono alemán de 10 años, en el momento del rescate (abril de 2010) era de 500 puntos básicos y en el mes siguiente se acercó a los 1000 puntos básicos; para Irlanda, al momento de su rescate (noviembre de 2010) era de 544 puntos básicos mientras que para junio de 2011 superó los 1000 puntos básicos y para Portugal de 517 puntos básicos (abril de 2011) y en julio de 2011 también sobrepasó los 1000 puntos básicos. (Ver: http://www.elpais.com/graficos/economia/Prima/riesgo/deuda/elpepueco/20111109elpepueco_1/Gs/)
 
La ayuda directa al sistema financiero no se consideró viable en el momento, ya que como se explicará más adelante, los establecimientos financieros europeos no están sometidos a una sola autoridad de vigilancia y control prudencial.
 
Adicionalmente, es importante mencionar, que esos rescates imponían, en términos generales, como contraprestación, reglas de ajuste fiscal (aumento de impuestos y/o reducción del gasto público), que desincentivaron el crecimiento, aumentaron el desempleo y la pobreza, generando más necesidad de fondos, más deuda, nuevos rescates, nuevas medidas de ajuste fiscal, formando un círculo vicioso interminable.
 
En resumen, la crisis subprime llegó hasta Europa, en primer lugar, a través de su sistema financiero, para luego contagiar a sus estados. Esta historia sucedió de una manera más o menos parecida en Estados Unidos, que experimentó también un gran déficit presupuestal e incrementos en sus tasas de desempleo, a raíz, principalmente, de esa crisis subprime.
 
No obstante, el problema en Europa parece ir un poco más allá de los evidentes efectos de la crisis subprime. En efecto, las consecuencias de la crisis financiera norteamericana, la amplitud de la crisis europea y su carácter cada vez más sistémico, han impuesto al viejo continente la tarea de analizar las debilidades estructurales de su unión económica y monetaria, las que ya son identificadas en todo el mundo como las verdaderas raíces del mal.
 
Cuatro debilidades fundamentales en el seno de la Unión Europea y de la eurozona hacen que la tan “anhelada” unión sea una empresa inconclusa y que por tanto, el manejo de la crisis se haga cada vez más difícil:
 
1. Una red de seguridad del sistema financiero poco coherente
 
Con relación al sistema financiero, es innegable que Europa necesita una arquitectura más integrada, con una supervisión bancaria única, un sistema único de liquidación y recapitalización de entidades financieras y un esquema común de garantía de depósitos.
 
Desde el punto de vista de la regulación financiera y a pesar del innegable esfuerzo de las autoridades europeas por homogeneizar las reglas, a través de las famosas directivas bancarias, la realidad es que éstas no son de aplicación directa en los estados miembros de la Unión Europea y por lo tanto, necesitan ser incorporadas en la legislación de cada país, lo que hace que se generen diferencias marcadas en materia regulatoria, por ejemplo, se pueden mencionar disparidades en las nociones de establecimiento bancario y de capital propio.
 
De otro lado, el esquema de autorización de funcionamiento de entidades y de supervisión prudencial, esto es, la vigilancia por parte del país de origen, hace que, en la práctica, existan tantos sistemas de autorización y supervisión como países miembros de la Unión Europea. Recordemos que este sistema no se aplica únicamente a los diecisiete países que comparten el euro, sino a la Unión Europea en general, de la que son parte países tan importantes como el Reino Unido y Suecia.
 
Por ejemplo, la autoridad competente para dar el permiso de funcionamiento de la matriz y ejercer la supervisión prudencial sobre la sucursal del Banco Santander en Paris (Francia), es el Banco de España, esto es, la autoridad del país de origen. No obstante, una filial del mismo banco español con sede en Francia, recibe su permiso de funcionamiento de la autoridad de supervisión francesa (Autoridad de Control Prudencial), que es la encargada de ejercer su supervisión prudencial. Esto trae como consecuencia que los arbitrajes estén al orden del día.
 
Y la historia se repite con relación a los sistemas de depósitos y a los mecanismos de resolución bancaria, en donde se mantiene un esquema por parte de cada país, y se fijan solamente unas reglas mínimas en cuanto a montos, a través de las ya mencionadas directivas europeas. En la práctica, la aplicación de este tipo de reglas puede traer efectos perversos, por ejemplo, depositantes buscando, en caso de tensiones graves, transferir sus depósitos al país que les ofrezca una mejor protección.
 
2. Una eurozona demasiado plural
 
Desde el punto de vista macroeconómico, la eurozona es una zona monetaria que se caracteriza por la coexistencia de una política monetaria única y de diecisiete políticas presupuestales o fiscales diferentes y soberanas, una por cada estado miembro de la eurozona. En este caso los problemas de falta de homogeneización no son menores.
 
En primer lugar es importante mencionar que los países miembros de la eurozona son estructuralmente diferentes. En efecto, no se necesita ser un economista o un sociólogo consagrados para sostener que no es lo mismo hablar de Alemania que de Grecia, en términos de competitividad o de cultura.
 
A pesar de esas grandes diferencias, el paso a la moneda única les permitió a países estructuralmente débiles, como Grecia, Irlanda, Portugal o España, tomar del mercado préstamos a tasas de interés muy bajas, sin que este acceso fácil al financiamiento los haya obligado a implementar reformas estructurales necesarias o a gestionar de una manera adecuada sus gastos públicos.
 
Durante años los inversionistas no establecieron diferencias entre cada una de las deudas soberanas de los estados miembros, considerando a la eurozona como un conjunto homogéneo y confiable, pero subestimando el riesgo soberano de ciertos países y los desequilibrios macroeconómicos crecientes en el seno de la unión monetaria.
 
Fue sólo con el advenimiento de la crisis subprime que se produjo un cambio radical en la situación. Hoy en día, la diferencia entre las tasas cobradas a los países con mayores problemas, como Grecia, España e Italia, y las que se cobran a los países considerados menos riesgosos, como Francia o Alemania, es cada vez más grande, lo que pone en peligro la estabilidad financiera del euro.
 
Adicionalmente, los efectos de las reformas adelantadas por los estados en problemas no parecen tranquilizar los mercados, cuyas decisiones no son necesariamente coherentes con la situación real de cada país.
 
De otro lado, la pérdida por parte de cada uno de los miembros de la eurozona de un instrumento central de política económica, como es el manejo de su moneda, hace que en momentos de crisis, no cuenten con un instrumento diferente al presupuestal para tratar de sacar adelante una economía gravemente afectada. Adicionalmente, una misma política monetaria, como la aplicada por la Banca Central Europea (BCE), puede ser satisfactoria para algunos países, pero contraindicada para otros. En efecto, la política monetaria centralizada por parte de la BCE, cuyo objetivo único es el mantenimiento de una tasa máxima de inflación, ha sido motivo de múltiples críticas por parte de reconocidos economistas, como el ganador del premio nobel Paul Krugman. (Ver: http://www.clarin.com/mundo/Krugman-critico-Alemania-Berlin-rompe_0_734926587.html)
 
En materia de política presupuestal, cuyo manejo, en teoría, es dejado a cada uno de los estados, es necesario recordar que éste se encuentra fuertemente restringido por una serie de reglas, las más importantes la limitación del déficit presupuestal al 3% del PIB y el bloqueo del endeudamiento público en el 60% del PIB. Estos límites son motivo de constantes debates, algunas veces confusos para los mismos países de la eurozona, lo que afecta directamente su aplicación y su credibilidad.
 
Se reprocha a ese tipo de reglas, ser simplemente la expresión de a priori dogmáticos y no el resultado de referencias teóricas suficientemente sustentadas. Pero esos reproches no se dan simplemente desde un punto de vista económico, sino también desde un punto de vista político. Así las democracias europeas rechazan la regla fija relativa del déficit fiscal, ya que los presupuestos nacionales constituyen un instrumento muy importante para poner en práctica las decisiones de los órganos ejecutivos y legislativos de cada estado.
 
A estas dificultades se adiciona, la ausencia de un federalismo presupuestal, lo que obstaculiza el manejo de una estabilización coyuntural en caso de un choque económico, como el que se produjo con la crisis subprime.
 
3. Sistemas de decisión demasiado consensuales y difusos
 
Otro problema que salta a la vista consiste en que al interior de la eurozona no hay un sistema de decisión y de ejecución jerárquicamente organizado. En efecto, existen mecanismos de coordinación no coercitivos y de vigilancia financiera multilaterales, que en lugar de ayudar, originan fuertes lagunas institucionales y grandes fallas en materia de gobernanza económica en el seno de la unión monetaria.
 
Un ejemplo latente es el caso del famoso Eurogrupo, que no es más que una simple reunión informal de ministros de finanzas de la eurozona, que no tiene, en consecuencia, la capacidad de asumir decisiones efectivas.
 
De otro lado, la existencia de múltiples instancias que tienen la vocación de intervenir en la gobernanza económica europea, como el Consejo Ecofin, la Comisión Europea, el Presidente Rotativo del Consejo de la Unión Europea, el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo, el Presidente del Consejo Europeo, por solo mencionar algunos, complica, retarda y oscurece la toma de decisiones, hasta el punto de que en períodos de crisis estas limitaciones llevan a abandonar la estructura institucional ya creada, con el fin de conformar estructuras paralelas, que permitan la toma de decisiones en términos lo suficientemente ágiles.
 
Esto fue precisamente lo que se demostró con la crisis financiera y económica de 2008, en donde para definir la estrategia de la eurozona no se acudió al Eurogrupo, sino que se produjo, el 4 de octubre de ese año, una reunión atípica entre los cuatro estados de la Unión Europea miembros del G7 (Alemania, Francia, Italia y Reino Unido), el presidente de la Banca Central Europea, el presidente de la Comisión Europea y el presidente del Eurogrupo. Así el nivel decisional, en períodos de crisis, puede alejarse sensiblemente de todos los esquemas institucionales previstos.
 
En materia de liderazgo, se debe constatar que, durante los últimos años, lo esencial de la gobernanza económica europea, principalmente, la puesta en marcha del Pacto de Estabilidad y Crecimiento o la creación de mecanismos de gestión de crisis para garantizar la estabilidad financiera, es el resultado de compromisos franco-alemanes, que tienen que ser aceptados por todos los otros estados miembros de la eurozona, dentro del marco de procedimientos intergubernamentales, que llevan de facto a una marginalización de las instituciones comunitarias.
 
El problema se presenta cuando Francia y Alemania no están de acuerdo, porque el proceso decisional se ve bloqueado, tal y como ocurrió, en el caso de las modalidades de la ayuda acordada a Grecia, cuya aprobación “urgente” duró cerca de seis meses.
 
4. Una Europa no tan solidaria
 
Después de la crisis, algunos ciudadanos europeos sobre todo aquellos de los países con más problemas, parecerían sentir que los estados que deberían ocupar una posición de liderazgo a nivel de la Unión Europea, como es el caso de Alemania, sólo protegen sus propios intereses.
 
En efecto, de acuerdo con una encuesta realizada en España y publicada por el Diario el Pais, el 5 de septiembre de 2012, “tres de cada cuatro españoles piensan que la forma en que está actuando – el gobierno alemán- en relación con España no responde a la defensa del bien común —entendiendo por tal, en este caso, lo mejor y más conveniente para el conjunto de la Unión Europea— sino a la defensa fundamentalmente, y ante todo, de los exclusivos intereses de la economía alemana”.
 
¿Y ahora qué? ¿Podrá Europa salir de la crisis?
 
Resulta claro que cualquiera que sea la decisión que se tome, ésta afectará de manera decisiva la capacidad de la eurozona y en general de la Unión Europea para resistir choques futuros. En este momento, más que nunca, la unión monetaria debe avanzar, muy rápidamente, sobre el camino de la clarificación sobre qué tipo de Europa desea para su futuro.
 
Es innegable que, como consecuencia de la crisis, Europa ha avanzado hacia el fortalecimiento de la coordinación de las políticas presupuestales, el combate por la estabilidad financiera, el compromiso a favor de una disciplina presupuestal más rigurosa y hacia una visión clara en el reconocimiento de las debilidades que generan las estructuras existentes hasta la fecha.
 
Las perspectivas de integración comunitaria son inmensas, sin embargo, sus gobernantes deben ahora decidir si, en la adversidad, desean más Europa o menos Europa. La idea de un gobierno económico europeo, muy seductora pero utópica, ha ganado con la crisis un camino hacia la realidad y la credibilidad.
 
No cabe duda que la gravedad de los efectos de la crisis sobre las deudas soberanas europeas, puede conducir a tres escenarios:
 
· la terminación del euro, lo que llevaría a reconocer un fracaso y un debilitamiento total de las economías europeas;

· la salida de uno o varios países de la eurozona, de los débiles como Grecia, lo que conllevaría el regreso al dracma y una devaluación inmediata de su moneda, o de los fuertes como Alemania, lo que demostraría la falta de unión y de solidaridad a nivel europeo;

· la necesidad de una integración mayor, lo que nuevamente pondrá de presente la falta de solidaridad entre los estados miembros, por cuanto todavía no se sienten uno solo.
 
No obstante, no debe descartarse que la Unión Europea pueda convertirse en una unión verdaderamente política y económica, en la que se cree un gobierno único económico, administrando un verdadero presupuesto federal y planificando los grandes cambios colectivos.
 
La propuesta de unión bancaria presentada por la Comisión Europea el pasado 12 de septiembre y que propone que la Banca Central Europea (BCE) supervise el conjunto de bancos de la eurozona, parece ser la antesala a un fortalecimiento de la integración presupuestal en el seno de la unión monetaria, con el fin de poner fin a la crisis de las deudas soberanas.
 
Si bien esta reforma debe ser aprobada por todos los estados miembros y por lo tanto enfrentará los ya mencionados problemas de exceso de consensualismo y falta de solidaridad, si logra su objetivo de romper el vínculo entre los estados y su sistema bancario, será un paso decisivo en vía de una interacción mayor entre los países.
 
Como lo mencionó Manuel Barroso, Presidente de la Comisión Europea, en su discurso de presentación de la reforma delante de los parlamentarios europeos, la crisis mostró que mientras los bancos se habían convertido en trasnacionales, la reglamentación y la supervisión habían seguido siendo nacionales, por lo que es necesario avanzar hacia decisiones de supervisión común, dentro de la eurozona. (Ver: http://europa.eu/rapid/press-release_SPEECH-12-743_en.htm#PR_metaPressRelease_bottom)
 
¿Qué le deja esta crisis a Colombia?
 
Aunque es cierto que la crisis subprime no afectó a las economías de América Latina, en la misma medida que a las europeas y que como dice el economista francés Nicolas Bouzou, el mundo no está en crisis, sólo las economías desarrolladas, es innegable que en Colombia se debe velar porque las instituciones fortalezcan sus mecanismos y se coordinen en el caso de afrontarse una crisis financiera.
 
En particular, la red de seguridad del sistema financiero, conformada por el Banco de la República, el Ministerio de Hacienda, la Superintendencia Financiera y el Fondo de Garantías de Instituciones Financieras - Fogafin, debe crear mecanismos de comunicación efectivos, sin traslapos, a través del fortalecimiento y creación de nuevos instrumentos de salvamento de entidades financieras, ágiles y eficaces.
 
Un ejemplo concreto de esta cooperación, se presentó con la reciente reglamentación aprobada por el gobierno, con el fin de fortalecer el capital de los establecimientos de crédito (Decreto 1717 de 2012) y que como lo sostiene el mismo gobierno es fruto de las discusiones llevadas a cabo entre el sistema financiero, la red de seguridad de sistema financiero y expertos internacionales.
 
Esta reforma que consiste básicamente en la modificación de la definición del capital regulatorio, les dará a las entidades financieras medios para amortiguar futuras crisis, dotando al sistema financiero de una mayor estabilidad, seguridad y confianza.
 
Colombia tiene la ventaja a diferencia de Europa, de ser un solo país, en el que las funciones de manejo de política monetaria y fiscal, supervisión bancaria, pago del seguro de depósitos y regulación financiera están claramente definidas, por lo que, basta con la puesta en marcha de mecanismos de coordinación en la implementación de señales de alerta y diagnóstico de entidades del sector financiero, para permitir una acción en tiempo oportuno, cada vez que se identifique alguna de las etapas de una crisis.
 
*Abogada, especialista en banca, finanzas, administración y derecho de negocios.

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