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La crítica leal

Jorge Giraldo R. divide a los críticos del gobierno entre los leales y los desleales. Y los identifica con nombre propio.

Semana
10 de julio de 2005

La tradición del parlamentarismo inglés es la más antigua y venerable de Occidente. Allí se forjó nuestra cultura de la deliberación y de la elaboración de las leyes, al menos 200 años antes de la Revolución Francesa. Los ingleses inventaron la oposición política liberal y democrática; los franceses la oposición de hecho, revolucionaria y terrorista. La escuela inglesa creó la oposición leal, la escuela francesa el asalto sin reglas que victimizó a Luis XVI y a Danton.

Pero, ¿qué es la oposición leal en el parlamentarismo inglés? Básicamente la crítica y la acción política que respeta los límites de la majestad real, donde la reina (o el rey) representan la unidad del Estado, sus bases fundacionales y su vocería en la arena internacional. La democracia moderna ha recogido esta herencia liberal para exigir la lealtad a los acuerdos fundamentales de la sociedad y a la personalidad y las políticas de Estado respecto a los demás países del mundo.

En Colombia el paso de la revolución, como lucha sistemática contra un orden que no se quiere porque es ajeno, a la rebeldía en el marco de la acción ciudadana legal, está representado actualmente por los signatarios de los acuerdos de paz de los años 1990. Ellos reflejan mejor que nadie las teorías políticas del contrato social: dejaron las armas, participaron el acto constituyente de 1991 y se han convertido en críticos leales de las políticas que se apartan de sus programas ideales. Esta trayectoria puede ser descrita en los términos del último libro sobre la antigua Corriente de Renovación Socialista: "de la furia de las armas a los pactos, la crítica y la esperanza". Y, en mi opinión, se refleja en hombres como Antonio Navarro o León Valencia; también, en dirigentes como Angelino Garzón, que aunque nunca empuñó las armas hizo parte de un proyecto político que defendía la desgraciada "combinación de todas las formas de lucha".

No todos los líderes que están en la izquierda son críticos leales, aunque casi todos los que estuvieron en las guerrillas merecen ese calificativo. El ardid que intentó Samuel Moreno contra la Ley de Garantías electorales en contra de Navarro y Petro, es una muestra de ello. La triste postura de Carlos Gaviria frente a nuestra democracia y la legitimidad de nuestras instituciones públicas, de las cuales ha hecho parte casi toda la vida, es otra. El último comunicado del Polo Democrático en Antioquia difamando al gobernador y a su administración, contra toda evidencia, en la paranoia de ver paramilitares en todas partes, es una más.

A nadie más le cabe mejor el adagio que popularizó Erasmo de Rótterdam que a la izquierda colombiana: la guerra es dulce para el que no la ha vivido. Guerreros recios de los 80 como Otty Patiño o Mario Agudelo mantienen su posición política con la rectitud del interlocutor leal. Civiles sempiternos, educados en los partidos tradicionales fungen ahora de botafuegos y opositores irracionales. Tiene su lógica: hay personalidades para las cuales las ideas y los hechos van de la mano; aquellos que creyeron en la guerra como camino y empuñaron las armas, quieren la paz y luchan por ella. Desgraciadamente, Colombia está llena de gente que quiere la guerra mientras los que la libren y la sufran sean otros distintos a ellos mismos.

Sin embargo, no hay peor deslealtad que la que vemos hoy en algunos dirigentes y opinadores liberales. Tiene razón monseñor Rubiano, hay pequeños políticos que incendiarían medio país para ganarse 10 votos. Pasa hoy con Luis Pérez en Medellín, con la corruptela tradicional del Valle del Cauca y con todos los Héctor Helí del Congreso de la República. Pasa con aquellos que ante el primer roce internacional se filan con el país extraño, trátese de regímenes fugaces como el ecuatoriano o de chafarotes delirantes como Chávez. Pasa con todos los Ramiros Bejaranos que medran, quién sabe en virtud de qué, en algunos medios de comunicación. 

Colombia necesita una gran oposición política, esto es, una oposición leal, seria, responsable y coherente. No hay muchos dirigentes para hacerla, pero hay con quien. La intelectualidad y la prensa tienen el deber de identificarlos. Seguir fomentando el sensacionalismo tendrá costos dolorosos para todos.  

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