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LA DEMOCRACIA EN COLOMBIA

Si fuera verdad que la democracia son las elecciones, Colombia sería la más perfecta de todas las democracias. Sólo que la gente no vota.

Antonio Caballero
9 de marzo de 1992

AL VIAJAR POR CUALQUIERA DE LAS carreteras desbaratadas de las montañas y las llanuras de Colombia, por las calles deshechas de sus ciudades, no se ve sino una cosa: propaganda electoral. En las barandas de los puentes que no se han hundido bajo el peso combinado de las tractomulas y los contratistas de obras, en los postes eléctricos que todavía no han sido volados por el celo patriótico de la Coordinadora Guerrillera (y no hablo de los árboles, talados al alimón por los cultivadores de amapola y los alcaldes mayores), no hay sino eso: propaganda electoral. Los muros, las fachadas, los taludes de apoyo, todos los peñascos de la cordillera, todas las piedras redondas en el lecho seco de los ríos, piden un voto por alguien. Ya no queda, de aquel bucólico país sin elecciones que alguna vez lograron los gobiernos de la hegemonía conservadora, ni una sola pared de adobe que anuncie un jarabe para la tos o un reconstituyente. Ahora todos anuncian un candidato a alcalde, a gobemador, a senador, a concejal, a presidente de la República.

Y es asombroso el número de colombianos que se anuncian para ser alcaldes, senadores etc. como si todos desde los pragmáticos oportunistas como Ernesto Samper y Andrés Pastrana hasta los místicos iluminados como Regina 11 y Juan Diego Jaramillo, quisieran ser presidentes. Hombre: si hasta Turbay pudo. .. aunque la verdad es que, si uno rasca con la uña las pintadas recientes para sacar las más viejas a la luz, ve que siempre son los mismos.

Esos misteriosos petroglifos pintados con achiote que los etnólogos atribuyen a la cultura chibcha o a la cultura sinú son simplemente consignas electorales de alguna antigua y ya olvidada campaña presidencial de Alvaro Gómez o senatorial de José Guerra Tulena, borradas a medias por la erosión del paso de los siglos.

Es pasmosa también la cantidad de plata que esos colombianos siempre los mismos invierten en anunciar sus pretensiones a ocupar cargos de elección popular. Si uno se pone a echar las cuentas de lo que debe costar, solamente en pintura, sin contar mano de obra, cada kilómetro de carretera atiborrada a lado y lado de proclamas de colores Guerra senador, Gómez presidente y multiplica eso por el número de kilómetros de la red vial nacional, se siente acometido por el vértigo. Y eso, sin induir el precio de las vallas publicitarias propiamente dichas, de los pasacalles, de las páginas de publicidad política pagada en los periódicos, de las cuñas en la radio y en la televisión, de los banquetes, de las giras, de los homenajes, de los telegramas de adhesión, de los buses, del perifoneo, de las camisetas rojas, de los afiches, del trago y de los músicos.

Hay que tener en cuenta además que no se trata de un gasto esporádico, sino continuo y perpetuo. En Colombia se celebran elecciones cada dos meses o tres (sin mencionar "consultas" y otras modalidades de eventos preelectorales o paraelectorales), y para infinidad de cosas: constituyentes omnímodos o modestos diputados a asambleas departamentales. Y cuando parecían ya agotadas todas las formas y ámbitos concebibles del ritual electoral (las circunscripción nacional, regional, racial, gremial; la lista única, la operación avispa, la división creadora, el reparto milimétrico, el proselitismo armado, el residuo, el arrastre, el cuociente, el polígrado, la hijuela, el fraude, el asesinato), la imaginación electorera de nuestra clase política acaba de inventar unas elecciones nuevas: para ediles de Juntas Administrativas Locales, con el único pretexto de que, de acuerdo con los datos de la Registraduría, quedaba todavía un día libre en el calendario electoral.

De manera que además de caudaloso, es incesante el chorro de dinero que se gasta en campañas de cacería o de compra de votos (la compra: eso, además). Departamentales y municipales dan un corto respiro, pero las presidenciales no: una campaña para presidente dura por lo menos los cuatro años completos del cuatrienio anterior, tanto para los presuntos ganadores (Samper, Pastrana) como para los perdedores anunciados, que saben de antemano perdido su dinero y sin embargo no lo escatiman: Lemos y gente así.

¡Señor, lo que eso cuesta! Debe ser eso lo que el actual presidente llama "el milagro económico colombiano", que no se ve por ninguna otra parte. Si uno echa cuentas, es evidente que todos los recursos económicos del país se dedican exclusivamente a la actividad electoral.

Y sus recursos intelectuales, lo mismo. En Colombia en los bares, en los clubes, en las tiendas, en el Congreso, en los periódicos no se habla de nada que no sean las posibilidades electorales locales, regionales, nacionales de tal o cual candidato o precandidato. Discutir de política consiste en comparar cálculos de votación. Opinar de política, en hacer vaticinios sobre quién va a ganar las elecciones. Hacer política, en hacer elecciones: en maquinar y financiar maniobras electorales, o en denunciarlas, o en apelar contra ellas ante el tribunal electoral.

Si fuera verdad que la democracia son las elecciones, según la idea simplista impuesta a los televidentes del mundo por los gobiernos de los Estados Unidos, Colombia sería la más perfecta de todas las democracias, según la idea simplista que quieren imponernos los gobiernos de aquí. Porque es el único país del planeta que dedica todo su tiempo, todos sus ingresos, toda su inteligencia, e incluso todo su paisaje, al desarrollo de la actividad electoral.

Sólo hay un fallo: que la gente no vota.









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