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La diferencia

Paz con guerra; guerra sin paz… parecen lo mismo. Por eso a muchos colombianos, hastiados de ver correr la sangre y la humillación de las víctimas de la soberbia armada, realmente les importa un comino si hay o no un proceso de paz en el Cagúan.

Semana
23 de octubre de 2000

Paz con guerra; guerra sin paz… parecen lo mismo. Por eso a muchos colombianos, hastiados de ver correr la sangre y la humillación de las víctimas de la soberbia armada, realmente les importa un comino si hay o no un proceso de paz en el Cagúan.

Y no es para culparlos. No se le ve utilidad alguna al diálogo, ni tampoco resultados. Las Farc sigue sin cambiar un ápice su carrera loca de destrucción del trabajo de miles de colombianos sencillos; sigue con su cruel tráfico de vidas por dinero; su autismo marxista obsoleto… sigue sin reconocer siquiera que su guerra es horrible y que por eso está en la mesa de negociación.

El gobierno tampoco parece estar preparándose para la paz. Quiere vender su Plan Colombia como esfuerzo de paz, pero ya se volvió sinónimo de guerra, de helicópteros y míticos rubios cargados de satélites que van por fin a pelear la guerra contra la guerrilla que no pudieron –o no quisieron– emprender los que mandan en Colombia. La película no es tan cierta pero ya está metida entre las sienes de la gente, ya los ricos la presentaron así pensando con las ganas, ya la izquierda la tipificó así pensando con los prejuicios.

Entonces, si el Cagúan es un aguantadero mientras comienza la guerra de verdad; un botadero de corriente para despistar, ¿qué puede importar que el episodio del secuestrador del avión lo acabe?

Así pueden estar pensando muchos hoy. Eso es lo que se ve. Pero detrás de la aparente inutilidad de las negociaciones entre Farc y gobierno, hay una labor lenta y dispendiosa de desactivar los motores del odio entre las partes y de construir confianza después de mil traiciones.

Es cierto que la guerra sigue, con todo su horror, y con toda la descomposición que ha traído consigo el narcotráfico, pero en la mesa hay el primer paso para comenzar a domarla, a civilizarla –si es que se puede hablar de guerras civilizadas-, a ver en la profunda estupidez en que nos ha metido a los colombianos.

Si ese espacio desaparece, la guerra no será igual. El conflicto se desmadrará, será sorda al clamor internacional, ciega ante la profundización de la crisis económica y el desempleo, muda de palabras civilizadoras y plena de metralla salvaje. Y no serán sólo las Farc y el Estado las que midan sus orgullos a plomo, serán las autodefensas que ya sin necesidad de ser aceptadas como actores políticos, podrán controlar vastos territorios a punta de terror.

Por eso si la paz se rompe, es la mayoría, esa que hoy no da un peso por el proceso de paz, la que va a resultar más afectada. Mucho más que los ejércitos, pues ellos en la guerra están armados. Sus víctimas, no.