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La dignidad de los médicos herida

A propósito del Día Mundial de la Salud, Ilse Borrero rescata el papel de los médicos y denigra del maltrato que sufren bajo la Ley 100

Semana
8 de abril de 2006

Este 7 de abril, el mundo entero celebrará el Día Mundial de la Salud, cuya temática en 2006 busca reconocer y exaltar el valor del trabajo de miles de médicos, enfermeras, científicos, técnicos y demás empleados que se dedican al sector de la salud. Así mismo, el evento servirá para llamar la atención sobre la crisis y la escasez de personal de salud en distintas regiones del globo.

Según publica el sitio oficial en Internet de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en esa fecha, cientos de organizaciones acogerán en todo el mundo actos destinados a “subrayar lo digno y valioso que es trabajar en pro de la salud.”

Lamentablemente para la gran mayoría de los cerca de 60.000 médicos y demás profesionales de la salud en Colombia, la frase de la OMS en lugar de honrarlos, les suena a chiste de mal gusto. Las condiciones en las que trabaja hoy el recurso humano en salud en el país bajo el mandato de la Ley 100 de 1993, realmente no ofrecen mucho qué celebrar.

Así que esta vez no se trata de volver sobre temas tan graves, pero ya ventilados, como los problemas de miles de pacientes que deben luchar para que sus EPS les entreguen a tiempo y como les recetaron sus medicamentos, o el de los enfermos que deben acudir a la justicia para que les tutelen el derecho a una cirugía, a vivir mejor. Tampoco sobre los aterradores “paseos de la muerte” en los que, con preocupante frecuencia, más colombianos mueren después de tocar varias puertas en espera de una institución que los atienda y no los “remita”. Remitir es el verbo que se conjuga hoy en los centros hospitalarios del país, cuando se quiere evitar atender a un enfermo, no importa lo delicado de su estado, que no tenga con qué pagar, ni un seguro médico que lo respalde.

Tal y como lo señala el tema central de la jornada del Día mundial de la Salud 2006, lo urgente hoy es volver los ojos sobre la dignidad y el valor del personal que trabaja en salud, o mejor, por la salud. Una profesión sin duda especial porque requiere además de dedicación y talento, como muchas otras, entrega, sacrificio y vocación, en dosis gigantescas. Los médicos, por ejemplo, en pregrado, deben estudiar cinco años de carrera, uno más de internado y otro de práctica rural. Después de siete años de estudio, para poder competir, se enfrentan a la especialización, a la que dedican otros cuatro años más, y otros dos o tres si el profesional se subespecializa.

No es posible, ni digno, ni reconoce su valor, que ese especialista que ha dedicado 13 años de estudio en una formación costosa tanto en tiempo como en dinero, que debe “dormir” cada tercer día en un cuarto de hospital, lejos de su familia, leer y actualizarse todos los días en su área, y que trabaja por algo tan noble como preservar la vida y dar bienestar a las personas, gane por ley en una consulta, una tarifa que no supera los 10.000 pesos.

La Medicina prepagada y las EPS ofrecen tarifas irrisorias por la prestación de servicios de salud. A un cirujano colombiano que diagnostica un dolor abdominal y extrae el apéndice a un paciente en un procedimiento que implica hospitalización, anestesia, y cuidados posoperatorios, le pagan 70.000 pesos por su trabajo y no le reconocen ni un peso más por visitar al paciente y cuidar su recuperación. Si, en caso contrario, el médico considera que el paciente no requiere una intervención quirúrgica, sólo recibe a cambio 10.000 pesos, el valor de la atención de urgencias establecido para especialistas en las mejores clínicas del país. Por tinturar el cabello con rayitos en un salón de belleza, un estilista cobra hoy 90.000 pesos y hasta 100.000, si el largo de la cabellera de la clienta lo amerita. Por eso es que entre los profesionales de la salud, ya es común la frase de “un peluquero gana más que yo”.

Un examen diagnóstico como una ecografía obstétrica, que en Estados Unidos tiene un costo aproximado a los 250 dólares, algo más de 550.000 pesos, en Colombia se paga por menos de 20.000. Pero, más allá de revisar lo justas o injustas que resultan las tarifas que devenga hoy nuestro personal médico, está un tema aún más delicado y definitivo para ellos y cualquier otro profesional: su dignidad.

En muchas ocasiones, el sistema de seguridad social actual obliga a nuestros médicos generales y especialistas a explicar y rendir cuentas a funcionarios administrativos y auditores, ajenos al tema clínico, de por qué les ordenó a sus pacientes x droga o determinado examen diagnóstico. Incluso llegan a recibir sugerencias amables de parte de los representantes de las EPS para que no ordenen tantos exámenes, en especial los más costosos como tomografías y resonancias, ni receten medicamentos de alto costo, así sean los de mejor indicación para el paciente. La situación de desventaja para los médicos es tal, que si el doctor sigue ordenando exámenes y procedimientos, fiel a su criterio profesional, la respuesta de las empresas promotoras de salud ya no es tan amable. Si el médico no atiende sus sugerencias y en su lenguaje ‘gasta’ más de la cuenta, la empresa le frena el flujo de pacientes, en castigo. En la lógica de estos intermediarios de la salud (de EPS y prepagadas), los pacientes son clientes y la salud deja de ser derecho, para convertirse en un negocio.

Es cierto que el mercado a gran escala de un producto reduce sus costos sin afectar la calidad. Pero los servicios médicos son distintos. Varían de acuerdo con el caso específico de cada paciente, algo muy difícil de medir por unidades de tiempo que la ley fija en 15 minutos. Al servicio de consulta externa de cualquier IPS –institución prestadora de salud– del país, pueden asistir en una mañana hasta 30 pacientes, pero en caso de llegarle al único médico a cargo una convulsión o un trauma significativo, obligatoriamente deberá dar prioridad a este paciente y descuidar al resto, que con seguridad serán atendidos de forma rápida e incompleta, sin que el médico sea siempre un mal profesional. Esto genera mala calidad y pérdida de credibilidad y respeto hacia los médicos.

Es triste que por una ley bien concebida pero pésimamente aplicada, se desdibuje esa gran imagen y el respeto que tradicionalmente han inspirado los médicos, los “doctores” de verdad, el orgullo de tantas madres y familias, que ahora antes de moverse a atender una urgencia, se aseguran primero de que el paciente tenga seguro médico o no. Triste y preocupante, además, que los estudiantes de medicina en formación, internos y residentes, aprendan y crean que a los pacientes se les debe “correr” dependiendo del seguro médico y el estatus social que tenga, y no por la gravedad de sus heridas. Ya no como lo juraron por Hipócrates al graduarse de la facultad cuando rezaban que no seguirían “otro propósito que el bien y la salud de los enfermos”.

Por eso recojo la oportunidad que lanza la OMS de resaltar y honrar el admirable trabajo de miles de hombres y mujeres que se dedican al sector salud, más de siete millones y medio de personas en las Américas. Es hora de fijar los ojos en su noble labor y devolverles el lugar que merecen en cualquier sociedad. En mi casa, por ejemplo, está claro que ya Supermán no viste de azul y rojo, ni vuela, nuestro héroe entra y sale caminando de blanco a cualquier hora y conserva sus poderes aun cuando cuelga la bata en el perchero.