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La discriminación de los feos

María Paula Saffon, de Dejusticia, reflexiona sobre el rechazo de la gente ‘bien’ a todos los demás por razones puramente estéticas.

Semana
8 de abril de 2006

Hace un par de semanas sostuve una conversación “política” con un amigo que me dejó sorprendida. Según me dijo, le parecía escandaloso que yo quisiera votar por un candidato al Senado (cuyo nombre no mencionaré para evitar herir su susceptibilidad y la de mi amigo) que, en sus propias palabras, es feo y habla “como un busetero”.

Mi candidato ganó a pesar de ser “feo”. No obstante, creo que una postura similar a la de mi amigo es compartida por muchos miembros de la élite colombiana, aunque casi ninguno estaría dispuesto a aceptarlo públicamente. Y esto es explicable si se tiene en cuenta que la discriminación por razones estéticas constituye un mecanismo sutil, pero extremadamente eficaz, de diferenciación social.

La discriminación de los feos es un fenómeno generalizado a nivel mundial. Como lo señaló Armando Montenegro en una columna reciente en El Espectador, la apariencia física es un factor que influye positiva o negativamente en una serie de actividades vitales, tal y como lo han comprobado algunos estudios estadounidenses sobre la materia. Según estos estudios, la fealdad puede afectar el desempeño académico de los estudiantes (pues los mejor parecidos logran mayor atención y confianza de parte de sus profesores y colegas) y las aspiraciones laborales de los trabajadores (pues los empleadores preferirán siempre contratar y remunerar mejor a alguien que, con su buena apariencia, proyecte una buena imagen de la empresa). Todo parece indicar, además, que la fealdad afecta de manera más aguda a las mujeres que a los hombres en los ámbitos antes mencionados.

Ahora bien, el problema de la discriminación por razones de fealdad es que, a diferencia de otras formas de discriminación basadas en la raza, la religión o el género, resulta muy difícil de identificar y, por ende, de denunciar y evitar. De hecho, siempre existirán otras razones detrás de las cuales puede esconderse la verdadera motivación de un profesor para poner una peor nota a un estudiante o de un empleador para no contratar a un trabajador por el hecho de ser feo. Además, siempre podrá acudirse al argumento de que la estética es subjetiva y de que, por tanto, la discriminación fundada en ella es imposible de controlar, pues lo que para unos es feo para otros puede ser bonito.

Pero lo cierto es que la estética funciona como un poderoso mecanismo de diferenciación social. En general, quienes están en el poder utilizan sus criterios estéticos como los criterios estéticos dominantes y, en esa medida, es posible que discriminar a un feo implique, en realidad, discriminar a un miembro de una clase social menos aventajada, que no tiene la apariencia que le gusta (le parece bonita) a la clase dominante. Esto se explica porque la apariencia física que prefiere la clase dominante es aquella que la mayoría de sus miembros tiene (piénsese por ejemplo en el color de la piel) o desea tener (la contextura delgada, por ejemplo), y que logra transmitir como parámetro de belleza universal a través de los medios de comunicación y de la publicidad.

Más aún, generalmente, la discriminación basada en la apariencia física se asocia con la discriminación basada en los gustos, los modales o las formas de expresarse de los feos-pobres (o de los pobres feos), que son rechazados por la élite por resultar contrarios al “buen gusto”. De nuevo, aunque en realidad se trata de un buen gusto subjetivo impuesto por la élite, éste termina por convertirse en un valor estético dominante con ayuda de los medios de comunicación y de la publicidad -que muestran, por ejemplo, la forma de vivir y de divertirse de los ricos como la buena forma de vida o de diversión-. Y, como tal, opera como un eficaz mecanismo de diferenciación de clase.

Así sucede en los ámbitos más cotidianos de la vida social, como por ejemplo en lo que tiene que ver con los nombres que los padres ponen a sus hijos. Mientras que otrora la élite colombiana bautizaba a sus niños con nombres largos y compuestos parecidos a los de la nobleza europea, hoy en día es señal de buen gusto ponerles los nombres más simples y escuetos. Esto parece deberse a que las clases populares han optado en las últimas décadas por bautizar a sus hijos con nombres largos y sofisticados (en muchos casos copiados de la televisión), lo que posiblemente ha alentado a la élite a encontrar nombres radicalmente distintos para los suyos y a divertirse -por lo feos que son- a costa de los nombres de los hijos de sus conductores, empleadas del servicio, etc..

Y así sucede también con fenómenos sociales de mayor impacto, como es el caso del narcotráfico. Así me lo hizo notar Ómar Rincón, quien afirma que el rechazo de la reciente “traquetización” de la capital por parte de la élite botogana no tiene tanto que ver con el nocivo impacto socioeconómico y de violencia que las actividades de los traquetos tienen en la ciudad, sino con lo estéticamente reprochable de sus gustos y comportamientos. Esto es, con lo molesto que resulta para la élite tener como vecino a alguien que se pone cadenas de oro, tiene novias de pelo “oxigenado”, o usa carros ostentosos con vidrios polarizados.

Sin duda, estas formas de discriminación social basadas en la estética producen resultados injustos. No obstante, es tal la sutileza con la que estas formas de diferenciación y exclusión se perpetúan por medio de la discriminación estética, que la injusticia que ésta produce resulta muy difícil de identificar. Es más, su carácter imperceptible muestra a estas formas de discriminación como naturales, tornándolas tanto más eficaces y haciéndolas tanto menos susceptibles de ser detectadas y corregidas a través de mecanismos institucionales o jurídicos. Pareciera ser que la única salida que queda para quienes son discriminados por feos es que la sociedad se haga consciente de la existencia de tal forma de discriminación y la rechace activamente.


María Paula Saffon
(*)Investigadora de DeJuSticia (*) y profesora de las Universidades de los Andes
y del Rosario.
“El Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad –DeJuSticia– (www.dejusticia.org), antes DJS, fue creado en 2003 por un grupo de profesores universitarios, con el fin de contribuir a debates sobre el derecho, las instituciones y las políticas públicas, con base en estudios rigurosos que promuevan la formación de una ciudadanía sin exclusiones y la vigencia de la democracia, el Estado social de derecho y los derechos humanos”.

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