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La esperanza, el engaño y la ilusión

En las patadas de ahogado del ‘proceso’ el gobierno asegura con razón pero sin novedad- que las Farc lo engañaban: y las Farc aseguran con toda la razón, y sin que sea una sorpresa, que las engañó el gobierno

Antonio Caballero
22 de octubre de 2001

Ustedes han visto la cantidad de fincas, la cantidad de tiendas de carretera o de esquina, que se llaman en Colombia ‘La Esperanza’? La cantidad de pueblos, la cantidad de niñas bautizadas así: Esperancita. Tan terca es la esperanza en este país, que incluso ha sido cosa habitual que los candidatos presidenciales les pongan ese nombre a sus campañas: “López es la esperanza”, decía López Michelsen en sus tiempos; el mismo López Michelsen que ahora dice que ni se acuerda ni se siente responsable de nada. Porque después viene la decepción. La frustración. El desengaño. Con la finquita se queda el terrateniente, o el banco. Con la tienda, el usurero del barrio. La niña tiene que irse de puta a Barranca o a Bogotá. Con la esperanza despertada por el candidato se queda el presidente, o el Fondo Monetario Internacional. Y no hay, o yo no conozco, fincas ni barrios ni tiendas ni pueblos que se llamen ‘La Frustración’, o ‘El Desengaño’. Ni ‘La Muerte’. Ni ‘El Destierro’. No. Otra vez brotan de la frustración y del desengaño, de la muerte y del destierro, como del estiércol, más esperanzas de todas clases. La ilusión. No hay fincas, ni barrios, y ni siquiera tiendas, si acaso casalotes, que se llamen ‘La Ilusión’. Pero así debería llamarse el país entero. Eso nos acaba de pasar una vez más en la historia ilusa de Colombia. Con la ruptura de los diálogos entre el gobierno y las Farc acaba de esfumarse, para quienes la tuvieron (que no eran los que dialogaban) la esperanza de la paz. Porque entre la esperanza y la frustración, entre la ilusión y la realidad, pasa el engaño. El engaño del usurero, del terrateniente, del banco, del Fondo Monetario, del candidato presidencial, del guerrillero, del gobierno, de la prensa. De todos los que llaman ‘factores de poder’. En los tres años largos de diálogos no hubo otra cosa, y lo saben los que dialogaban para fingir negociar, que engaños mutuos, y engaños a terceros: a nosotros, y a lo que unos y otros llaman ‘la comunidad internacional’, que les importa más que nosotros porque la consideran más fácil de engañar (pero a la cual no le importamos ni nosotros, ni ellos: sólo nuestro territorio y los recursos naturales sobre los cuales estamos sentados todos los colombianos, con nuestras esperancitas, con nuestros engañitos). Ahora los unos y los otros se acusan mutuamente de haber sido engañados: como si no lo supieran desde siempre. Y en las patadas de ahogado del ‘proceso’ el gobierno asegura, con razón pero sin novedad—, que las Farc lo engañaban; y las Farc aseguran, también con toda la razón, y sin que sea una sorpresa, que hasta el último día las engañó el gobierno. Un tercero en discordia, el paramilitar Carlos Castaño, acaba de dictar un libro en el cual la palabra que más figura es esa: engaño. Y, a sabiendas de que Castaño engaña, como todos, cualquier lector del libro cree que dice la verdad cuando denuncia el engaño: el de la guerrilla, el del gobierno, el del Ejército, el de los políticos, el de los Estados Unidos, el suyo propio (incluso ante sus propios hombres, ante su madre, ante su amanuense). Si le he dejado la última palabra al más engañador de todos es porque es el que, por eso justamente, me convence más. El único sobre el cual no me he hecho nunca la menor ilusión.