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LA ESPIRAL APASIONANTE

Antonio Caballero
25 de noviembre de 1996

Dice Hernando Santos, director de El Tiempo, en una magnífica entrevista que le hace Juan Mosca en Cambio16, que la vida en la Colombia de hoy es "apasionante". "¡Qué tal vivir en Chile _exclama_, donde hay un muerto cada 10 años!".Pero empecemos más bien por el otro extremo.La guerrilla comete cada año centenares de secuestros, para cobrar rescate o, a veces, para una negociación política. Da igual. Nada hay más vil que el secuestro, cualquiera que sea el motivo. Ultimamente los paramilitares han empezado a secuestrar parientes de guerrilleros, y eso, en cambio, al parecer es visto con indulgencia y hasta con aprobación: que prueben ellos también de su propia medicina. Pensar así no sólo es un horror, sino también un error.El secuestro es sólo una de las muchas atrocidades y vilezas que cometemos los colombianos, de lado y lado, de los 20 ó 30 lados que hay, en esta guerra de todos contra todos que llevamos décadas librando. Torturas, desapariciones, asesinatos de niños. ¿Perros doberman criados especialmente en el Caquetá para devorar soldados? Inverosímil, pero posible. También se dijo que en la remonta de Usaquén había caballos adiestrados para morder guerrilleros. Igualmente inverosímil, e igualmente posible. En Colombia, lo sabemos, cualquier barbaridad es no sólo posible, sino probable, y además habitual. Nuestra guerra es sucia, desde todos sus bandos. Ninguno de ellos tiene legitimidad ética, y quienes la reclaman, que son todos, es sólo porque además de bárbaros son hipócritas.Zanjada así la parte ética, miremos el aspecto práctico. ¿Es eficaz la guerra sucia?Por parte del establecimiento, no. Es más bien contraproducente. La tortura, las desapariciones, estos nuevos secuestros, las matanzas cometidas por los paramilitares con el consentimiento o la colaboración de los autoproclamados 'colombianos de bien', pueden inspirar miedo, pero no respeto. Al contrario, deslegitiman aún más al sistema, poniendo en contra suya a más sectores de la población.Y ese sistema ya, de entrada, excluye a una altísima proporción de colombianos, entre ellos a muchos de los que luchan por defenderlo: los soldados que lo hacen a la fuerza, porque el servicio militar es obligatorio; los policías que lo son por simple desembolate, y que cuando pierden el precario y mal pagado empleo se convierten en sicarios o en guerrilleros con toda naturalidad, sin reatos de conciencia. No tienen ideales, pero es porque no tienen por qué tenerlos: el sistema por el que luchan y por el que muchos mueren, no se asienta en los nombres huecos de cosas que en Colombia no existen _democracia, Estado de Derecho_, sino en el mero interés de mantener lo que hay: la curul de quien ha comprado una curul (son casi todas), el jardín de quien se lo ha usurpado a un parque público (son bastantes), la gran finca de quien la ha agrandado echando campesinos a la fuerza o comprándola con dinero ilícito (son cada día más). Pues dentro del establecimiento, los 'colombianos de bien' son cada día menos numerosos. Y, sean 'de bien' o 'de mal' (narcos, saqueadores del erario), los colombianos que se benefician del sistema son de todos modos muy minoritarios con respecto a la población del país. ¿Vale la pena luchar, y hasta dar la vida, por mantener 'lo que hay', un sistema corrompido, inicuo, y por añadidura generador de miseria? Pues hay sistemas corrompidos e inicuos que, al menos, le dan de comer a la mayoría de la gente. El que hay en Colombia, no.Los que luchan contra el sistema, en cambio ¿por qué luchan? Tampoco es que les queden muchos ideales ya. Pero lo hacen _como me recuerda un corresponsal de Bucaramanga_ por lo que Luis Carlos López llamaba asuntos "de catre y de puchero". Por comer. Por vivir. Porque no los maten. Y a ellos, que combaten por cosas inmediatas y vitales y no por principios vacíos de contenido _la inexistente democracia, el inexistente Estado de Derecho_, la guerra sucia sí les resulta eficaz, sean guerrilleros o delincuentes comunes. Por ejemplo el secuestro _ese horror_ no sólo sirve para financiar la guerrilla (para comer, para armarse; y mucho más que los cultivos de droga, digan lo que digan los embajadores de Estados Unidos), sino que, sobre todo, es la única actividad de la guerrilla que de verdad molesta al establecimiento.Pues que la guerrilla mate soldados al establecimiento le da igual (salvo si son bachilleres: podrían ser "nuestros hijos". De ahí la alharaca que se monta en nombre de los derechos humanos para impedir que los bachilleres vayan a zonas en donde la guerrilla podría matarlos también a ellos). Que la guerrilla mate campesinos le da igual. Que mate policías le da igual. ¿Qué empresario, senador, ganadero, exportador de banano o de flores, abogado, dueño de periódico, corredor de bolsa, capo del narcotráfico, socio del Jockey o del Country tiene un hijo policía? Pues no es verdad que, como dice Hernando Santos en su entrevista, uno de sus nietos vaya a ser policía. Los policías son hijos y nietos de pobres, y pobres ellos mismos: que los maten le da igual al establecimiento.Pero en cambio el secuestro _de un político, de un periodista, de un empresario, de un hacendado_ sí le duele al establecimiento. Lo toca en sus propias carnes.Pero la manera de impedir que la guerrilla secuestre a miembros del establecimiento no consiste en secuestrar parientes de guerrilleros. Además de otro horror, es un error. Simplemente agranda la espiral de la barbarie, sin ayudar a resolverla.Sin embargo, al establecimiento le gusta la barbarie. Por eso dice Hernando Santos, que es el alma del establecimiento, que la barbarie "anima la vida" en Colombia y la hace "apasionante", y no aburrida como la de esos países en donde sólo hay un muerto cada 10 años.

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