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La estigmatizante impronta de ser costeño

Habría que recordarle a Claudia López que si es cierto que en el desfalco más publicitado de la administración Moreno RojaS estuvieron involucrada unos hermanos costeños, el alcalde y todos los que participaron de la manguala eran cachacos.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
31 de agosto de 2017

“Costeño tenía que ser” fue una expresión que acuñó la comedia televisiva “Dejémonos de vaina” (1984-1998), con la que se aludía de forma despectiva a las costumbres de la gente del Caribe colombiano frente a las cachacas. Es decir, definía de manera jocosa la dualidad del centro y periferia que busca establecer la estructura jerárquica de los pueblos, donde la cultura solo es posible desarrollarse dentro de los límites del centro. Esta mirada colonialista tiene su origen, sin duda, en “la teoría  de la causalidad acumulativa”, planteada por el premio Nobel de economía Gunnar Myrdal y que, con los años, fue incorporada a otras disciplinas para intentar explicar algunos fenómenos de carácter social.

Entre un concepto y otro, así como entre una ley y otra, siempre  será posible encontrar rendijas teóricas donde, en ocasiones, es fácil colarse para intentar explicar otros hechos de la realidad. “Costeño tenía que ser” se inserta en ese abanico de lugares comunes sobre los cuales se ha buscado definir la idiosincrasia de la costa, pero, sobre todo, la del Caribe. Hace un par de años escribí un artículo titulado “Un cachaco que odio a los costeños” (SEMANA, 02/02/2015) en el que desvirtúo ese conjunto de clichés con el que las telenovelas de RCN y Caracol han encasillado la vida cultural de este trozo del país y que fue la plataforma teórica que le sirvió de comodín al  periodista Andrés Ríos para escribir su diatriba  “Contra los costeños” que apareció en la revista Soho y que se volvió viral en las redes sociales.

La risibilidad, en este sentido, no está en el chiste flojo sino en la desinformación. En el desarrollo de los procesos sociales, decía en aquella oportunidad, nada define con mayor precisión a los grupos humanos que el clima. Este no es un factor social pero determina el comportamiento; es decir, las costumbres. No es lo mismo caminar diez cuadras bajo el sol canicular cartagenero que hacerlo bajo el arropante frío de una Tunja invernal. De manera que afirmar que los costeños “somos flojos” a partir de una experiencia que no define nada, no deja de ser un chiste. Pero es a partir de los chistes, precisamente, en que esa imagen tergiversada del costeño ha cobrado vida.

Así como Hollywood ha creado una imagen poco atractiva de los árabes y de los millones de islamistas en sus costosísimos filmes, los dramatizados de RCN y Caracol que intentan recrear aspectos de la vida de la región Caribe han enfatizado más sobre una realidad que solo existe en la cabeza de algunos libretistas.  Asegurar, por ejemplo, que los costeños hablamos mal es desconocer por completo que los idiomas están compuesto por dialectos, y que estos son como pequeñas piezas en el enorme mapa ajedrezado de la lengua. Desde este punto de vista, los estudios lingüísticos hacen referencia a los “dialectos”. Me explico: idiomas como el castellano, el francés, el italiano o el portugués son dialectos del latín. Otra cosa muy distinta es el sociolecto, que define las formas particulares de habla de los grupos en los que se pone de manifiesto las jergas o argots y entran a hacer parte los significados connotativos.

Las costumbres, desde lo estrictamente cultural, no son buenas ni malas: hacen parte del abanico idiosincrásico que recibe el niño cuando nace en un grupo social determinado. Asegurar entonces que los costeños son folclóricos es otro estereotipo que se inserta en ese otro abanico de imágenes negativas y que busca hacer la diferencia entre el “nosotros” y “ellos”. Hay que recordar que todo estereotipo estigmatiza al otro. Los chistes sobre “negros” tienen como objetivo mostrar la “supuesta inferioridad racial”. Lo mismo podría decirse de los que hacen referencia a los indígenas, mujeres, “pastusos”, prostitutas u homosexuales.

Desde esta perspectiva, ser costeño es sinónimo de mujeriego, fiestero y, por consecuencia directa, borracho. Nada más falso, por supuesto. Pero los estereotipos logran, por lo general, convertir mentiras en verdades, ya que pueden resultar tan poderosos para los grupos sociales como los mitos fundacionales o las axiologías dominantes.

Gabriel García Márquez, en uno de sus “textos costeños” llegó a afirmar que los “cartagenero son los cachacos de la costa”, haciendo referencia a un popular adagio entre los abuelos que dice que “cachaco, paloma y gato son tres animales ingratos”. La anécdota fue contada luego por el crítico literario francés Jacques Girard, la cual no solo dejaba en evidencia la percepción que tenía el futuro Nobel de los cartageneros, sino también la creencia generalizada de que los cachacos son personas frías desde el punto de vista de las comunicaciones interpersonales y poco agradecidos ante los gestos de generosidad que profesan los costeños.

Ninguna guerra, en la historia política del país, ha empezado por la costa. Esta afirmación de García Márquez, a diferencia de la anterior, es incontrovertible. Sin embargo, aquella expresada por la senadora Claudia López, en la que aseguró que los costeños son los más corruptos del país, hay que tomarlas con pinzas para que no se desmorone. Habría que recordarle que si es cierto que en el desfalco más publicitados de la administración Moreno Roja estuvieron involucrados unos hermanos costeños, el alcalde y todos los que participaron de la manguala eran cachacos. Lo mismo se podría decir de un mafioso condenado como Francisco ‘Kiko’ Gómez, que llegó a la gobernación de La Guajira gracias a una confabulación con otros criminales. O el poder heredado de este por la exgobernadora Oneida Pinto, quien hoy está presa por robarse los dineros del departamento que debía invertir.

Nada de esto habría ocurrido si Cambio Radical, el partido de presidenciable Germán Vargas Lleras, les hubiera otorgado avales como candidatos a unos personajes oscuros, asociados con narcotraficantes y paramilitares. La pregunta que surge entonces es: ¿qué tanto sabía el cachaco Vargas Lleras y su entorno político de las andanzas de ‘Kiko’ Gómez y otros mafiosos a quienes respaldaron para la gobernación de La Guajira y varias alcaldías del departamento? Por favor, que no salga a decir ahora que se avecina la carrera por la Casa de Nariño que todo fue a sus espaldas. Eso no se lo cree  nadie, ni siquiera el bobo del pueblo. Desde esta perspectiva, estimada senadora Claudia López, se hace necesario que replantee su mirada sobre ese viejo dualismo entre centro y periferia, el mismo que alcanzamos a ver reiteradamente en las telenovelas de RCN y Caracol cuando intentan recrear la vida de algún personaje de la costa Norte colombiana.


Twitter: @joaquinroblesza

E-mail: robleszabala@gmail.com

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