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La fatiga del plomo

Después de tantos años de combate las farc no sólo no han conquistado el poder, sino que han fortalecido a la derecha en él.

Antonio Caballero
24 de mayo de 2008

Parece ser que ahora sí es verdad que a las Farc les están dando duro. La deserción de Karina -más que el bombardeo al campamento de Raúl Reyes o que la mano cortada de Iván Ríos- así parece mostrarlo. Insisto en lo de "parece" porque llevamos medio siglo oyendo hablar -por parte de una prensa tan llevada de cabestro por los gobiernos sucesivos hoy como entonces- de las derrotas contundentes infligidas a los grupos guerrilleros y de su inminente liquidación definitiva. De modo que no es fácil creer lo que los ministros o los generales les cuentan a los jefes de redacción de los periódicos o de los noticieros y estos publican sin cotejo ni verificación: suelen ser falsos positivos. Recordamos demasiadas "muertes de 'Tirofijo" anunciadas por las autoridades como para creérnoslas todas. Arturo Arape publicó hace veinte años un libro entero titulado así, y 'Tirofijo' sigue vivito y coleando.

Pero esta vez la cosa parece ir más en serio. Ya no se trata de montajes inventados de cabo a rabo, con todo y campesinos vestidos de guerrilleros después de muertos (aunque todavía se dan con frecuencia casos así). Ya no son sólo trofeos comprados a los policías de los países vecinos, como las capturas de Granda en Venezuela y Trinidad en Ecuador. Lo que vemos ahora es que en realidad la Fuerza Pública ha recuperado la iniciativa de la guerra antisubversiva, confiada durante tanto tiempo a la iniciativa privada de los narcoparamilitares. La colosal expansión del presupuesto de guerra con los impuestos especiales y las contribuciones del Plan Colombia del gobierno de los Estados Unidos está empezando a dar resultados. Ha multiplicado y modernizado el armamento de las Fuerzas Armadas y casi duplicado su pie de fuerza a la vez que lo profesionalizaba, permitiendo así que haya Ejército en todas las carreteras, infantería de marina en todos los ríos, policía en todos los pueblos del país, y un aparato de inteligencia que, con todos sus abusos, está empezando a funcionar. No se puede decir que la seguridad sea "democrática", porque no lo es; pero al menos está empezando a ser seguridad. Se han reducido casi a cero los ataques guerrilleros y las tomas de pueblos, y ha disminuido notoriamente el número de secuestros, tanto políticos (los de personalidades o militares canjeables) como económicos (los secuestros comunes a cambio de rescate).

Al reforzamiento de las Fuerzas Armadas del Estado ha correspondido a la vez, incidiendo aún más sobre el creciente desequilibrio del conflicto, un debilitamiento militar de la contraparte. Ha disminuido el pie de fuerza guerrillero, minado por las deserciones (aunque tampoco hay que exagerar su importancia: en muchísimos casos se trata simplemente de la salida de filas de guerrilleros que vuelven a la vida civil después de un tiempo de servicio militar. Así funcionan todos los ejércitos. Si los guerrilleros se quedaran para siempre en el monte, todos serían tan viejos como el mismísimo 'Tirofijo'. Y no es así). La política de recompensas económicas por delatar o dejar las armas ha tenido cierto éxito: los ex guerrilleros reciben individualmente a posteriori lo que, de haber sido entregado socialmente a priori, hubiera impedido que se fueran a la guerrilla. Ha disminuido la facilidad de desplazamiento de la guerrilla, que ha tenido que replegarse y reconcentrarse en el sur del país y en las fronteras, y ha disminuido también su capacidad de comunicación (aunque en esto tampoco hay que exagerar: los computadores de Reyes muestran precisamente que la intercomunicación no cesa). Todo esto hay que mirarlo con cierta cautela, pues uno de los frentes en el que más ha progresado la ofensiva del Estado es el de la desinformación y la contrainformación: el de las mentiras disfrazadas de verdades. Pero parece ser que algo está cambiando. Como acaba de decir con palabra precisa la desertora Karina, las Farc "se están resquebrajando".

Otra palabra usada por la ex guerrillera es aun más elocuente: cansancio. El de ella misma, que al cabo de 24 años de militar en las Farc se entrega porque está cansada de la guerra. Pero tal vez la palabra sea aplicable a toda la organización: después de tantos años de combate las Farc no sólo no han conquistado el poder para sus objetivos inicialmente de izquierda sino que han fortalecido a la derecha en el poder, al tiempo que, corrompiéndose con el crimen del secuestro y el negocio del narcotráfico, se han derechizado ellas mismas. Y a ellas mismas se les puede aplicar también las frase con que, por su parte, han condenado la deserción de Karina: "han perdido el norte revolucionario".

Aunque paradójicamente, a la vez que han perdido fuerza militar, representatividad social y legitimidad ideológica, han recuperado en los últimos tiempos respaldo político internacional: el apoyo directo que les brindan los gobiernos de Venezuela y Ecuador, la simpatía de los de Bolivia y Nicaragua, y la comprensión, así sea oportunista, del de Francia. Todo lo cual, sumado a su propio peso específico (pues están lejos de ese "fin del fin" que con optimismo llevan años anunciando los generales), devuelve la situación al principio del tablero. A la necesidad de la negociación política sobre las raíces del conflicto armado, y no meramente sobre sus modalidades.

Que las Farc estén resquebrajadas es una buena cosa: ese resquebrajamiento puede hacerles ver la ventaja de una negociación en serio, y no de una simple farsa de fachada como fue la del Caguán con Andrés Pastrana. Y que estén cansadas, si es verdad que lo están, es una cosa todavía mejor: las guerras civiles sólo se acaban por cansancio.