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La fiesta de los 30 años

No lo neguemos: celebrar el aniversario de un medio adquiere una trascendencia especial ahora que la libertad de expresión está amenazada.

Daniel Samper Ospina
25 de agosto de 2012

Siempre he temido que se me salga el Roy Barreras que todos llevamos por dentro; por eso, me cuido de no parecer lambón ante mi jefe, Felipe López, el dueño de Publicaciones Semana, una persona que, dicho sea de paso, irradia inteligencia, emana bondad y suda conocimiento; un verdadero maestro, por lo demás muy bien plantado, que se inventó esta revista

por cuyas salas de redacción han desfilado varias estrellas del periodismo, es verdad, pero también gente de bien.

No quiero parecer lambón, digo, pero ahora que SEMANA cumple 30 años me ofrezco para organizar la fiesta de celebración.

Yo sé que hay otras ideas: editar un libro, por ejemplo, bajo el riesgo de que Dago García lo lleve a la pantalla: Ignacio Gómez haría las veces de Vladdo; el fiscal Montealegre, de este servidor; y George Clooney -es una sugerencia apenas- de Felipe López. Otra idea es organizar un foro académico, que me fascinaría coordinar: lo haría sobre Derecho Internacional; invitaría como moderadora a María Ángela Holguín, a menos de que haya algún hombre en el auditorio; en ese caso, la moderadora sería Dania Londoño. Y convocaría a Chávez y a Uribe para que sostengan un debate de altura que recuerde a Churchill y Eisenhower, a Roosvelt y Truman. A Óscar y Elianis.

—!Me faltó fue tiempo para bombardearte, home!

—!Te faltaron fue cojones, pueh!

—!Venite a ver, gonorrea!

Pero no nos engañemos: para celebrar de verdad es necesario montar una fiesta, aunque algunos piensen que no vale la pena. Y los entiendo: ¿tanto esfuerzo logístico y económico para contemplar a Néstor Morales empapado en gel, a Poncho Rentería tomando whiskey, a José Gabriel arreglándole el nudo de la corbata a un ministro mientras le hace chistes?

Sin embargo, desde aquel coctel en que dilapidé horas valiosas adulando al poeta Jota Mario Arbeláez porque creí que era el doctor Carlos Julio Ardila, aprendí a manejar la filigrana social. Y ya me siento listo para organizar el evento.

No lo neguemos: celebrar el aniversario de un medio adquiere una trascendencia especial ahora que la libertad de expresión está amenazada. Putin encarcela al grupo Pussy Riot, que es como si Santos arrestara a Gusi y Beto. Y los gringos persiguen sin misericordia a Julian Assange en una evidente cacería de brujas: que se cuide la exsuegra de Valerie Domínguez.

Por eso, organizaré la fiesta y no se me escapará detalle alguno. Alquilaré la carpa de los hermanos Gasca e invitaré a la clase dirigente en pleno. El Presidente Santos entrará cargando a Edward Niño, o, en su defecto, a Emilio Otero, que es su doble. Angelino llevará puesta una sudadera de gala, de las que son brillantes, y llegará del brazo de Petro, porque ahora están íntimos: intercambian visitas en sus respectivas UCI, se tapan con la misma bata, comparten el suero. Abelardo de la Espriella, Yamidcito Amat y Armandito Benedetti llegarán con el mismo sastre y subirán la misma ceja al mismo tiempo, en perfecta sincronía, mientras Christian Toro, champaña en mano, los tiene horas describiéndoles su colección de mancornas. Jean Claude estrenará mallas; Martha Isabel Espinosa se integrará al grupo en que charla el ministro de Defensa, interesada en lo que este cuenta sobre las últimas operaciones. Y al final de la noche Vladdo pintará a Aleida en las camisetas de unas veteranas medio borrachas. Aunque puede ser Ignacio Gómez.

Asisitirán los candidatos Oscar Iván Zuluaga y José Antonio Ocampo, y despertarán verdadero fervor en los presentes, en especial en quienes logren reconocerlos. El procurador llegará de primeras para guardarles puestos a los congresistas que lo elijan, como ha hecho hasta ahora. Y a Uribe lo acompañará su escolta inseparable, el general Santoyo, que no se le despegará ni siquiera en el baño: allí Uribe lo obligará a que levante la tapa para que no termine salpicándolo, como tanto teme.

Antes de que toque la orquesta, el presidente dirá unas palabras:.

-Compatriotas: si no hubiera medios, no habría terrorismo.

Ante lo cual los periodistas presentes no sabrán qué hacer: ¿agradecerle al terrorismo

; ¿recordarle al presidente su pasado como terrorista, perdón, como periodista

; ¿exigirles a las Farc y a El Colombiano, por igual, que no utilicen petardos, como Rafael Nieto?

Después del discurso, los invitados beberán a borbotones porque en este país no son sobrios ni los pantalones que usa Santos en tierra caliente. Edward Niño correteará a Pachito; Lecompte le pintará bigotes al tatuaje de Ingrid y dirá que en realidad es de Leonel Álvarez. El fiscal anunciará una noticia que estremecerá a la fiesta, acusará a Sigifredo de robarse un cenicero y lo hará retener en un CAI. El ministro Peñaloza entrará al baño con un contrato y saldrá todo untado. Y las damas de la alta sociedad se cebarán en Petro, que a su vez se cebará en Lucho, que a su vez se cebará en el andén. Y allá, en el andén, el senador Merlano los recogerá a todos en su camioneta, mientras yo me devuelvo con mi taxista personal, que es Felipe López: finalmente a él le debo la carrera. Y, con el Roy a flor de piel, le pediré que la próxima vez se ahorre la plata de la fiesta, y que más bien invierta en mejorar el sueldo de los columnistas. Al menos del que se parece a Eduardo Montealegre.

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