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La frágil memoria del uribismo

Culpar a Santos por la masacre de los 11 militares no deja de tener un oscuro tinte político y un fuerte tufo a venganza.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
20 de abril de 2015

Da risa escuchar al expresidente y hoy senador de la República, Álvaro Uribe Vélez, asegurar en La FM, en un acto de irresponsabilidad total, como la gran mayoría de sus afirmaciones, que el presidente Santos legalizó el crimen en el país. Da risa porque, como decían los abuelos, el cura no se acuerda de cuando fue sacristán. Si alguien legalizó el crimen en este país, creando todo un ejército incontrolable de paramilitares que masacró a cientos de colombianos inocentes y desplazó a varios millones, fue él.
 
Utilizar el asesinato de los 11 militares a manos de la columna móvil 'Miller Perdomo' de las FARC para hacer política no deja de ser un acto bajo y tan vil como el crimen mismo. Nadie duda de que este hecho fue una de las tantas torpezas cometidas por alias 'Timochenko' y sus hombres. Nadie duda que al hacerlo, el grupo insurgente le dio un manotazo a la mesa de diálogos e hizo, de paso, retroceder la confianza que se había ganado en los 30 meses que lleva el proceso de negociaciones en La Habana. Decir que la culpa de la masacre de los militares es de Juan Manuel Santos no deja de tener un oscuro tinte político y un fuerte tufo a venganza. Si el Presidente tuvo su cuota de culpabilidad, esta tiene su origen en la confianza que ha depositado en la palabra de los negociadores de una organización armada que ha utilizado, hasta la saciedad, todos los métodos de lucha posibles para sobrevivir. Al parecer, Santos olvidó que no está dialogando con unos angelitos en piyama sino con la guerrilla más vieja, curtida y mañosa del  planeta.

Este problema de memoria, o, más bien, de desmemoria, ha llevado a que los hechos de nuestra historia reciente se repitan una y otra vez. Si hay algo que los colombianos hemos demostrado tener es una recordación histórica a corto plazo. Olvidar parece hacernos feliz porque quizá nos alivia la pesada carga de recordar los hechos negativos que nos afectan.

Con respecto al expresidente y senador, el más renuentes opositor al proceso de paz con las FARC, muy pocos recuerdan que en 1983, por ejemplo, siendo gobernador del departamento de Antioquia Álvaro Villegas Moreno, Uribe Vélez fue nombrado alcalde de Medellín y tres meses después de ese nombramiento el jefe de Estado, Belisario Betancur Cuartas, le hizo llegar una notificación al gobernador donde le instaba a despojarlo del cargo. La razón: los supuestos nexos del alcalde de la capital antioqueña con sus parientes los Ochoa. Al parecer, Betancur había recibido a través de los organismos de seguridad de los Estados Unidos un manojo de documentos que así lo corroboraban. La anécdota la contó  hace un par de años la periodista María Jimena Duzán en una entrevista para Blu Radio. De igual manera, el hecho aparece registrado en la biografía Secretos de un líder, publicada en febrero del 2013 por Germán Jiménez Morales, y que recoge aspectos importantes de la vida del político, empresario y exgobernador antioqueño Álvaro Villegas Moreno.

Pero el país parece haber olvidado este hecho.  Parece haber olvidado también uno de los episodios más sangrientos y horrorosos de la historia reciente de Colombia: la masacre de El Salado, que llevó a cabo una horda de 450 paramilitares entre 16 y el 21 de febrero del 2000. Durante esos 4 días las calles polvorientas de ese corregimiento, ubicado a pocos minutos de El Carmen de Bolívar, se transformaron en un río de sangre y al final, según datos de la Fiscalía, 105 cuerpos fueron abandonados a su suerte para que las aves de rapiña dieran cuenta de estos. Más de 7 mil campesinos que habitaban las faldas de los cerros tuvieron que abandonar sus fincas y buscar refugio en Cartagena y poblaciones cercanas. Que recuerde, los medios de comunicación jamás registraron la presencia de Álvaro Uribe en un acto de solidaridad con las familias de los 105 muertos, y la única manifestación visible del Estado fue la llegada, 24 horas después, de un grupo de agentes del CTI de la Fiscalía y de Medicina Legal para hacer el levantamiento de los cadáveres ya casi putrefactos.

Hace dos años, en este mismo espacio, Marta Ruíz nos recordaba que uno de los inamovibles de Uribe Vélez para negociar con las AUC fue el cese unilateral al fuego. Sin embargo, en el transcurso de esos meses aciagos en que Carlos Castaño, Salvatore Mancuso y sus hombres negociaban con los delegados de Uribe en Santa Fe de Ralito una posible entrega de armas, las AUC incrementaron su accionar. No dejaron de disparar, secuestrar, traficar cocaína y asesinar. En 8 meses mataron a 10 de los 18 testigos clave que la Fiscalía tenía para esclarecer el secuestro y la posterior muerte de Tito Díaz, el inmolado alcalde del municipio de El Roble que denunció ante las cámaras de televisión y ante el mismo Uribe que el gobernador Arana Sus lo iba a matar. Asesinaron a 4 fiscales que investigaban la relación entre funcionarios del  Estado con miembros de la AUC. Cometieron 45 masacres y se apoderaron de 5 mil fincas en 10 departamentos del país. Balearon al profesor Correa D’Andreis en una estación del Transmetro  de Barranquilla. Asesinaron a Carlos Castaño, uno de sus jefes insignes.

Mataron  a Rodrigo Antonio Mercado Pelufo, alias 'Cadena', el sanguinario comandante del Bloque Héroes de los Montes de María. E infiltraron el DAS, desde donde se llevaron a cabo las interceptaciones ilegales a los teléfonos y seguimientos a aquellos que no comulgaban con la Seguridad Democrática.

No obstante de los crímenes y las reiteradas violaciones a los Derechos Humanos cometidas durante ese proceso con los Castaño y los Mancuso, el presidente Uribe Vélez jamás amenazó con levantarse de la mesa de negociaciones. Jamás levantó la voz para quejarse de algo. Por el contrario, hasta Santa Fe de Ralito llegaban sin autorización alguna de su gobierno miembros del Congreso que entablaron estrechas relaciones con los comandantes paramilitares. Los mismos corruptos que luego fueron investigados por la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia por recibir beneficios políticos y económicos de estos.

El país parece haber olvidado estos hechos sangrientos que nos hicieron ver ante el mundo como verdaderos bárbaros. Parece haber olvidado que el Congreso aprobó un proyecto de ley que tuvo como único objetivo beneficiar a los comandantes de las AUC. Parece haber olvidado que Uribe tiene tantas investigaciones abiertas en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representes y la Corte Suprema de Justicia como Timochenko e Iván Márquez órdenes de captura expedidas por la Fiscalía. Hace pocos días fueron condenados tres exfuncionarios más del gobierno Uribe, pero el exmandatario parece haberlo olvidado porque todas sus energías, trinos y rabietas están direccionadas a hacer naufragar el proceso de paz. Y las FARC, en un acto de completa irracionalidad, parecen haber olvidado que en la puerta del horno también se quema el pan. Parecen haber olvidado que el epílogo del proceso del Caguán fue solo el secuestro de un avión. Hasta la paciencia tiene su límite, afirmó el entonces presidente Pastrana en aquella recordaba intervención televisiva donde daba por terminado el proceso de diálogos.

En Twitter: @joarza
E-mail: robleszabala@gmail.com
*Docente universitario.

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