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La frivolidad del establecimiento

Mientras el país se desbarata en la miseria y en la guerra, el Presidente de la República se presenta en el 'reality show' de 'Gran Hermano'

Antonio Caballero
20 de octubre de 2003

Tal vez fue Alfonso López Michelsen quien, en sus tiempos, bautizó como "el frívolo cuatrienio" al del gobierno frívolo de Misael Pastrana. A continuación vino el suyo propio, y fue igual. Y así sucesivamente, y cada vez peor, hasta llegar al de Andrés Pastrana, que ha sido el más vacuo, el más insustancial, el más frívolo de nuestra historia. Y por eso la gente, hastiada de Pastranas vanidosos y de Samperes irresponsables, de Gavirias superficiales y de Barcos amnésicos, de Belisarios volubles y de Turbayes veleidosos (y también de los ya mencionados Lópeces tornadizos y Pastranas inflados de viento), la gente, digo, eligió entonces presidente a un tipo serio, decidido, consecuente: Alvaro Uribe Vélez.

Pero resulta que tampoco Uribe es serio.

Lo señalé aquí mismo hace dos o tres semanas, a propósito del referendo: ese referendo que no es ni esto ni aquello, ni lo otro ni lo contrario, pero del cual el presidente Uribe ha dicho que es indispensable a pesar de que no coincide prácticamente en nada con el proyecto de referendo que como candidato había propuesto. Pero su frivolidad se puede ilustrar con todos sus actos de gobierno (¿o de campaña electoral?) en el año ya largo que lleva -si es que esa es la palabra adecuada- gobernando. Y aún desde antes: desde su escogimiento de Pachito Santos para que gobernara en su lugar en caso de accidente. Después hubo el nombramiento, "contra la corrupción y la politiquería", de un doble y contradictorio ministro del Interior y la Justicia tan politiquero y sospechoso de corrupto como es Fernando Londoño. Y el nombramiento, de "mano firme y corazón grande", del Alto Comisionado de Paz con derecho a la ternura, Luis Fernando Restrepo, que, con respecto a los crímenes de los paramilitares, tiene la mano más blandita o la manga más ancha incluso que sus frívolos predecesores en el cargo de los tiempos de Pastrana, el doctor Camilo Gómez y el doctor Víctor G. Ricardo, que hay que ver cómo eran.

Porque no es sólo el presidente Uribe quien ha salido frívolo: es todo el establecimiento colombiano, y a todo lo largo de su historia, desde la Conquista. Ese remoquete de "la patria boba" que se le dio al período que media entre el grito de Independencia y la reconquista del pacificador Morillo debería servir en realidad para describir nuestro último medio milenio de historia, es decir, la totalidad de nuestra historia conocida.

La frivolidad del establecimiento no excluye, por supuesto, ni su crueldad ni su codicia. Sino que las agrava. Porque en el mundo entero, en todas las sociedades y en todas las culturas de la historia, los establecimientos han sido codiciosos y crueles. Pero es sólo cuando además han sido frívolos que las cosas han derivado hacia la catástrofe, como está sucediendo aquí ahora. Los casos más conocidos, distantes en la historia, han sido la caída de Bizancio en manos de los turcos mientras el establecimiento bizantino discutía sobre el sexo de los ángeles, y el derrumbe del Ancien Régime en Francia mientras el Rey, el mismo día de la toma de La Bastilla, escribía en su diario la palabra "rien": nada, no pasa nada.

Si lo que pasa en Colombia tuviera alguna importancia para la historia del mundo (y no hay que olvidar que Hegel anotaba sagazmente que la única contribución del continente americano a la Historia del Espíritu había sido "el arte de beber aguardiente"), lo que está pasando ahora sería tan ejemplarizante (tan inútilmente ejemplarizante) como lo que pasó en el Bizancio de la decadencia y en la Francia de la Revolución. Mientras el país se desbarata en la miseria y en la guerra, el Presidente de la República se presenta en el reality show de Gran Hermano para hacer propaganda.

Vuelvo a López Michelsen, con quien empecé este artículo, y a esa escalofriante confesión de parte que le hizo a Enrique Santos en sus Cuentas pendientes:

"Si soy responsable, no me doy cuenta".

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