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RAFAEL GUARÍN

La gaminería

El ataque de franqueza de Vargas es mucho más que una anécdota. Vargas y Santos son una sola cosa. Ven el mundo igual: unos nacieron para gobernar y otros para ser gobernados.

Rafael Guarín, Rafael Guarín
5 de mayo de 2014

"Con este gamín no se puede", el argumento supremo al que acudió Germán Vargas Lleras ante las preguntas de un ciudadano del auditorio. "Gamín" para la fórmula vicepresidencial de Juan Manuel Santos no era sinónimo de "grosero", sino de "desigual".

La frasecita es lo más sincero que se ha dicho a lo largo de la aburrida campaña electoral. Vargas no lo calculó, simplemente dijo lo que piensa: ¿Y este por qué osa interpelarme? ¡Atrevido que me pregunta sobre lo que no quiero hablar! ¿Quién es el jefe, ¡este aparecido o yo!? ¡Las cosas que hay que mamarse en la campaña! ¡Qué hartera!

Medios y áulicos reeeleccionistas se dedicaron a amainar con titulares la embarrada. “Vargas fue objeto de una intolerable provocación”, “le tendieron una macabra celada”, “todo fue un montaje”, “una estrategia de campaña”, “informaron”. ¡Cuento! Otros más comprensivos dijeron que el pobrecito Vargas era víctima de "irascibilidad". ¡Sencillo! ...que vaya al psicólogo, pero que no siga agrediendo a los ciudadanos.

El ataque de franqueza de Vargas es mucho más que una anécdota. Refleja una particular visión de la sociedad colombiana, el poder y la política. Vargas y Santos son una sola cosa. Ven el mundo igual: unos nacieron para gobernar y otros para ser gobernados. Unos son capaces de gobernar y otros son incapaces por naturaleza. Son depositarios del privilegio de derecho divino de ejercer el poder por encima y sobre el resto. Es una cuestión de sangre y de destino.

Están convencidos de que les tocó vivir en un país dividido en dos: ellos, una casta social y política que lo ha gobernado y explotado hasta la saciedad, por décadas, y los otros: gaminería pura a la que les toca gobernar y de donde nada bueno, valioso o relevante puede surgir. ¡Por eso hay que callarlos!

Esa visión no impide hacer alianzas con representantes excelsos de la gaminería, con tal de mantener la dominación. Angelino Garzón, por ejemplo, el típico gamín venido a más: útil en elecciones, inútil en el Gobierno.

Esa clase de virreyes "in pectore" saben que a veces hay que tolerar que los gamines gobiernen, pero que les quede claro que nunca van a ocupar su lugar. El asco de esa oligarquía con Gaitán es el mismo que luego tuvieron con Turbay Ayala o con Álvaro Uribe. El primero, despreciado y señalado de “indio”, el segundo, maltratado como “turco”, y el último descalificado por ser hijo de un hombre del campo y por gustos “exóticos y vulgares” como el aprecio por los caballos. ¡Gamines todos!

Es una cosa de talante. Una exclusión que se profundizó en las últimas décadas de forma sutil. Antes, cuando la vida política se reducía a rojos y azules, eran ellos, los llamados "jefes naturales", los representantes de dinastías, quienes hacían y deshacían aprovechando el sectarismo partidista. Hacia 1970, cuando en pleno Frente Nacional los jefes regionales se revelaron en cabeza de Evaristo Sourdis, en la Convención Conservadora, se evidenció que el país había cambiado. Así, el Congreso quedó en manos de Ñoños, Roys, Serpas y Names, ¡física gaminería! Y el ejecutivo se destinó a la “gente divinamente”, con uno que otro colado por fuerza de las circunstancias.


Eso se profundizó con la Constitución de 1991. A diferencia de la “gente bien” y de su centralismo, la gaminería regional que ascendía al poder sólo podía hacerlo a través de elecciones. A los parlamentarios, así fueran del partido de gobierno, se les prohibió ser ministros. La operación quedó perfecta: el Legislativo en manos de la plebe y el Gobierno en las de los que son, una élite tecnocrática de “gente bien”.

Igual pasa con las Fuerzas Militares y la Policía. Mientras las alaban en público para esquilmar su prestigio, las abandonan en secreto a su suerte. Al fin y al cabo, ¿qué son las fuerzas si no gamines uniformados? No es el Ejército del siglo XIX con “gente bien”, sino “gentecita”, nada que ver con nosotros. Máximo, al estilo simulador de Santos, disfraza a un hijo de soldado y lo pone a desfilar para engatusar a la plebe que desprecia.

La pertenencia a esa casta no depende de la riqueza. No es un problema de clases en el sentido de la propiedad de los medios de producción a la que se refiere el marxismo. A esa no hay pasaporte de ingreso, al igual que sucede frente a la propiedad de “los pasos” de las procesiones de Semana Santa en Popayán. No se llega a ser, se nace siendo. Lo más contrario a una sociedad liberal en la que el mérito individual determina el acceso al poder. ¡Aquí no!

La verdad es que este país no es de gamines ni de "lumpen" incapaz de gobernarse a sí mismo y que requiere que tales castas lo gobiernen. ¡Se equivocan! A lo sumo ha sido un país de pendejos que tendrá que despertar.

¿Entendió, gamín? GVLL

Twitter: @RafaGuarin

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