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"LA GRIPITA" DE ANDROPOV

Semana
12 de marzo de 1984

La obra de teatro, irónicamente, llevaba como nombre "Miren quien esta aquí". Y si los espectadores, efectivamente, hubieran mirado, habrían descubierto entre los presentes a Tatyana, hoy viuda del ex presidente soviético Yuri Andropov, a quien no parecía gustarle lo que se estaba exhibiendo en aquella oportunidad. Se trataba de una teatralización cáustica del presente de los intelectuales soviéticos y del problema de alcoholismo de la clase obrera que ciertamente se apartaba de la "línea" del Partido Comunista. De acuerdo con ella, no hay tiempo para argumentos cinematográficos, literarios o teatrales que se entretenían con temas diferentes al del amor de una joven mujer por su tractor, en el marco de un ambiente militar, yo político, y lo histórico pero siempre revolulcionario. Así que después de la visita de Tatyana Andropov la obra de teatro "Miren quien esta aquí" se cerró temporalmente, para reabrirse poco después con cambios fundamentales en su estructura. En particular la última escena ofrecía ahora una vision más optimista sobre el futuro del pueblo soviético, y para muchos se hizo entonces evidente que en la "era Andropov" las artes soviéticas tendrían que cumplir con su principal cometido, la educación política, y no la entretención.
Desde el punto de vista de la libertad artística el período en el que Andropov ocupó la presidencia de la URSS fue desafortunadamente largo. Pero en otros aspectos, como el de la campaña que emprendió para eliminar la corrupción oficial y disciplinar la fuerza laboral, su período fue desafortunadamente corto, pues si bien durante sus primeros meses en el poder las estadísticas de la economía soviética mejoraron ostensiblemente, en el momento de su muerte habían regresado a los niveles Brezhnevianos. Pero en lo que quizás más mal se desempeñó Andropov fue en el campo de los derechos humanos, que recibieron el peor tratamiento desde los acuerdos de Helsinki, firmados en 1975.
Así que, dependiendo desde luego de quién sea su sucesor, porque toda situación, por anodina que sea, es susceptible de mejorar o de empeorar, la URSS no ganó ni perdió significativamente con la muerte de su líder. Probablemente su tránsito quedará registrado en los libros de historia bajo algún epigrafe humillantemente sencillo: "Andropov, Yuri Vladiminovich, 1982-1984: jugó un papel transitorio entre el Presidente Brezhnev y el Presidente X" .
Nada, se dice, ha sucedido nunca muy rápidamente en Rusia. Pero en la Rusia de hoy las cosas parecen transcurrir especialmente despacio. Tan despacio, que al mundo le tomó ocho meses confirmar la grave enfermedad de Yuri Andropov. ¿Cuántos se requerirán ahora para averiguar cuál, de la baraja de los posibles "preyemniki", (sucesores) es el más opcionado?
Pensando en que el Partido quizás ya no se arriesgará a conducir al poder a alguien a quien se vea obligado a reemplazar nuevamente en poco tiempo, las posibilidades se concentran en cuatro candidatos. ¿Cuál de ellos será X? ¿Acaso Konstantin Chernenko, 72 años, a quien Andropov arrebató por una nariz la sucesión del trono soviético?. ¿O quizás Mikhail Gorbachev, 52 años, cuya principal cualidad consiste en su experiencia en el manejo económíco y cuyo principal defecto en ser el miembro más joven del Politburó? ¿O más bien Grigori Romanov, 60 años, cuyo apellido evoca peligrosamente los días del dominio zarista, pero a quien se le reconoce una excelente reputación como innovador en el campo del manejo industrial? Pero de pronto el nominado resulta ser el protegido del propio Andropov, Geidar Alivev, de 60 años, ascendido por el fallecido dirigente al seno del Politburó, siempre y cuando sus colegas esten dispuestos a perdonarle el hecho de no ser ruso sino de nacionalidad azerbiana.
En el esquema de la aburrida estructura gerontocrática soviética el candidato más pintoresco parece ser Romanov, famoso por su buen gusto y refinamiento, y dueño de una curiosa anécdota: para el elegante matrimonio de su hija, en 1979, solicitó en préstamo a un museo la vajilla de Catalina la Grande. Desgraciadamente sólo pudo devolver una parte de la reliquia, pues sus invitados "alzaron" con la mitad de las históricas piezas.
La historia de Andropov, en todo caso, le aporta a Occidente una importante lección sobre como interpretar el complicado libro de claves soviéticas. Ante todo, siempre desconfiar de las explicaciones sencillas. Cuando en julio de 1953 Lavrenti Beria, cabeza de la policía secreta, no asistio en "patota" con los demás miembros del gobierno a una función inaugural del ballet Bolshoi, los voceros del Kremlin explicaron, sencillamente, que a Beria no le gustaba el ballet. Mucho tiempo después trascendió que el desgraciado, por el contrario, amaba el ballet pero había sido brutalmente asesinado por sus rivales. En el caso de Andropov, una prolongada ausencia de ocho meses fue sustentada oficialmente con la disculpa de una sencilla "gripita". En realidad el hombre estaba deshauciado, y murió antes de haber podido cobrar los dividendos de su mayor hazaña política, que le mereció precisamente la conquista del poder: la de habérselas arreglado para estar aún vivo cuando finalmente falleció su antecesor.

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