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La guerra mundial

La extrema derecha norteamericana quiere mandar, imperialmente y para siempre, rodeada de vasallos

Antonio Caballero
17 de marzo de 2003

"El horror, el horror", es el famoso resumen que hace Kurts, el personaje de Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas: esa gran novela sobre la hondura de la maldad y la estupidez humanas. Hoy estamos al borde de un horror todavía más profundo. Y no es una novela.

Salvo que ocurra un milagro, mañana lunes (esto lo escribo el viernes) se habrá desatado el horror norteamericano sobre Irak. La lluvia apocalíptica de fuego 'inteligente', las devastaciones provocadas por la demolición de las represas y la destrucción de las depuradoras de agua potable, los envenenamientos masivos causados por la contaminación del uranio 'empobrecido' de las bombas, la sed, el hambre, la huida. Cientos de millares de muertos, varios millones de refugiados, una larga y sangrienta batalla cuerpo a cuerpo en las calles de Bagdad: porque esta vez no se trata de aplastar un país, sino de conquistarlo. Es posible que, como la vez pasada, sobreviva tranquilo el dictador Saddam Hussein. Pero su pueblo no. Será pasado a cuchillo. Bush padre, el de la guerra pasada, era un político sin escrúpulos, pero al fin y al cabo un político: conocía los límites. Bush hijo no los tiene, porque es mucho peor: es un autodesignado Salvador del Mundo.

Pasado el horror de Irak, o al mismo tiempo, y provocado por él, vendrá otro horror aún más terrible. Lo que los estrategas del Pentágono norteamericano llaman asépticamente "efectos colaterales". Pero no reducidos a lo que ellos calculan, y de los que suponen que no tendrán consecuencias si la prensa no toma fotos: algún hospital machacado por las bombas, alguna escuela primaria con sus niños destripados al sol. Sino expandido a la escala del planeta. Un río de guerras locales, que, sumadas, aunadas, conformarán una guerra mundial. Guerras en el Oriente Medio: la de Israel y todos sus vecinos árabes enemigos: Siria, Egipto, Líbano, Jordania. Guerras civiles en todos esos países, y en Arabia y Kuwait, y en Turquía, países todos en donde los gobiernos apoyan a regañadientes a los Estados Unidos pero donde los pueblos están resueltamente en contra. Guerras en las inestables repúblicas islámicas de la ex Unión Soviética, Uzbekistán, Tayikistán, etc., en donde los norteamericanos ya han instalado bases militares para el control del petróleo, que serán blancos inevitables de la ira clerical alimentada por la invasión de Irak. En Irán, en Libia. Guerras en el Lejano Oriente: entre las dos Coreas (la comunista del Norte tiene armas atómicas; a la capitalista del Sur la defienden doscientos mil soldados norteamericanos); entre la India y Pakistán (los dos tienen armas atómicas). Guerras en el Africa musulmana: en el Sudán, en Libia, en Egipto. En Europa Occidental, si no guerras civiles propiamente dichas, sí acciones terroristas contra los aliados del presidente Bush, y quizás en alianza de los terroristas del fundamentalismo islámico del odio con los terroristas locales: ETA en España, el IRA en Gran Bretaña. Guerra también, la del terrorismo de los desesperados movidos por el odio, en el propio territorio 'sagrado' de los Estados Unidos. Más las guerras locales crecidas al amparo de la desestabilización económica del mundo, en las Filipinas y en México, en Marruecos y en Bangladesh, en Chechenia y en Colombia. Guerras de todo tipo: con machetes, con carros bomba, con bombas atómicas, con armas químicas y bacteriológicas, con arcos y con flechas (envenenadas, quizá, de viruela o de ántrax).

Porque esta de Irak que se anuncia, que se viene, que está ya aquí, no es una guerrita local. Como lo fueron, en el orden bipolar de la posguerra y de la Guerra Fría, la de Corea o la de Vietnam, las rusas de Afganistán o de Checoslovaquia, las del Asia, las del Africa, las de América Central, las de la despedazada Yugoslavia en el corazón de Europa. Guerritas sin consecuencias, sin "efectos colaterales". Esta es una guerra mundial.

La guerra que desencadenó Hitler en 1939 cuando invadió Checoslovaquia no era, en principio, una guerra mundial. Ni la que había iniciado en 1914 el imperio Austro-Húngaro con la ocupación de Serbia. Eran guerritas locales. Pero se desbocaron, se fueron de las manos, y cuando años después empezaron a calmarse por fin sus "efectos colaterales" militares y políticos, el imperio Austro-Húngaro yacía en ruinas, y la Alemania nazi era un cadáver de país destazado y humeante. No digo que esta guerrita petrolera de Bush vaya a hundir a los Estados Unidos. Digo que va a hundir al mundo entero, incluyendo a los Estados Unidos. Quién la gane -o quién la pierda menos- ya se verá. Lo verán los que vivan para verlo.

¿No se dan cuenta?

No lo digo por Bush: es obvio que no se da cuenta. Un ex alcohólico que se convirtió en un new born christian leyendo libros de autoayuda y el evangelio de San Lucas, que llegó por dinero a la gobernación de Texas y por fraude a la presidencia de los Estados Unidos, y no había puesto el pie fuera de su territorio antes de ser presidente más que para ir a pasar su luna de miel en un hotel norteamericano de Acapulco.

No lo digo tampoco por su camarilla de fanáticos fascistas: Cheney, Rumsfeld, Ashcroft, Condoleezza Rice, borrachos de esa ebriedad del poder que los trágicos griegos llamaban "hubris" y que conduce a la perdición a los poderosos. Pero me extraña que no se den cuenta los aliados de Bush en su criminal empresa de destrucción del mundo. El inteligente y hábil primer ministro británico Tony Blair; el astuto y negociante primer ministro italiano Silvio Berlusconi; el metódico y calculador primer ministro español José María Aznar. Y hasta ese primer ministro de Bulgaria que les acolita todo, cuyo apellido ni siquiera los búlgaros recuerdan pero que es un ex comunista neocapitalista experto en todos los oportunismos de la supervivencia. ¿No se dan cuenta de que la guerra "preventiva" de Bush contra Irak no sólo es inmoral (eso nunca le ha importado a nadie), sino que es contraproducente, porque va a incendiar el mundo? Ni siquiera les conviene a ellos mismos: Blair está perdiendo su gabinete, su partido, sus amigos. Aznar va a perder las elecciones, ante la indignación clamorosa del 98 por ciento de los españoles. Berlusconi se enfrenta no sólo a la Santa Sede (por una vez en la historia del lado de la paz), sino a su propia televisión. Del búlgaro no sé: sabrá escurrirse. No es, pues, ni siquiera por interés que apoyan a Bush en su locura. Más serio y razonado es el interés del Chirac de Francia o del Schröeder de Alemania que se oponen a esa locura. Si esos otros la apoyan, siendo como son políticos y no visionarios que quieren salvar al mundo, es por la más abyecta de las pasiones humanas: la tentación del servilismo.

Porque lo que está en juego en esta guerra mundial e incontrolable, impredecible, que vamos a perder todos, los ricos y los pobres, los poderosos y los débiles, es el saber quién manda aquí. Quiere mandar, imperialmente y para siempre, rodeada de vasallos, la extrema derecha norteamericana, representada por ese monigote que es el presidente George W. Bush. Pero quien va a mandar, si en el borde del abismo no lo detiene la propia opinión norteamericana (las manifestaciones contra la guerra de Irak en las ciudades de los Estados Unidos han sido, antes aun de que la guerra empiece, más multitudinarias que lo que fueron nunca las manifestaciones contra la guerra de Vietnam; pero la prensa calla acobardada, y el Congreso guarda silencio por miedo a no parecer lo bastante 'patriota'), quien va a mandar, digo, es el caos. Frente al caos, el fascismo, destruidos los progresos de libertad y justicia logrados con sangre en los últimos trescientos años de la historia universal. El mundo que nos preparan Bush y sus secuaces es aterrorizador. Aún peor que este.

¿Los condenará la historia? No. Son ellos los que escriben la historia.

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