Home

Opinión

Artículo

La guerra perdida

Aún suponiendo que ganen esta guerra, de ella saldrá un mundo hostil, de todos contra todos. Y eso no es ganar una guerra

Antonio Caballero
9 de febrero de 2003

La guerra del presidente George Bush contra Irak está ya decidida. No la pararán ni las reticencias de los aliados ni las protestas de la opinión pública. Se hará. Sólo falta lo difícil, que es ganarla.

Sobre el papel parece fácil: el poderío militar de los Estados Unidos es incontrastable. Pero las guerras no se ganan sobre el papel, como lo sabían los chinos, que inventaron ambas cosas. Mi vaticinio, y el de muchos, es que esta guerra también la van a perder los Estados Unidos.

Digo también porque las han perdido todas, y es justamente el precedente de esas guerras perdidas la principal razón de mi inquietud. Tenía razón Mao tsé Tung cuando llamaba a la superpotencia norteamericana "un tigre de papel". La constante histórica del último medio siglo ha sido su incapacidad para ganar las guerras que declara, o que sin declarar adelanta clandestinamente, con una sola excepción: la invasión, exitosa, de la diminuta isla de Granada en el Caribe. Es verdad que esas guerras han destruido varios países enteros. Vietnam es el más claro ejemplo, con sus dos millones de muertos, sus cuatro millones de mutilados, sus ciudades machacadas bajo los bombardeos "de alfombra", sus industrias voladas, sus campos y sus selvas y sus ríos envenenados para una generación por el "agente naranja": casi reducido, como quería el general norteamericano Curtis LeMay, "a la edad de piedra". Pero ganar una guerra no consiste en destruir un país, sino en conquistarlo, imponiéndose sobre el enemigo. Y en todos esos países destruidos mandan los enemigos de los Estados Unidos. También Vietnam es el mejor ejemplo. Los comunistas del Norte, contra quienes se hizo la guerra para impedirles dominar el Sur, reunificaron bajo su férula las dos partes, y se dieron por añadidura el lujo de invadir su vecina Camboya para expulsar del poder a los enemigos de los Estados Unidos que también habían ganado allá su guerra local, los Jemeres Rojos de Pol Pot. O sea: ganaron dos guerras.

No es el único caso. Lo mismo había sucedido quince años antes en la primera gran guerra de la posguerra Mundial, que fue la de Corea. Se trataba, también allá, de que las tropas norteamericanas rechazaran (con la ayuda del Batallón Colombia que envió Laureano Gómez mientras empezaba a perder su propia guerrita de aquí) a los comunistas. Que son quienes gobiernan hoy allá, y hoy disponen de un ejército de un millón de hombres y de un arsenal nuclear que les permite no sólo amedrentar a sus vecinos sino amenazar a los Estados Unidos mismos con "represalias despiadadas" si se atreven a usar contra ellos el "ataque preventivo" que ahora van a intentar con Irak. Y lo mismo sucedió en la guerra norteamericana más reciente, la de Afganistán. Sí, los bombardeos "inteligentes" de la aviación norteamericana aplastaron a un pueblo ya deshecho por veinte años de guerras civiles fomentadas por norteamericanos y soviéticos, y expulsaron del poder a los crueles talibanes (ex aliados de los Estados Unidos) para poner en su lugar a los bárbaros de la Alianza del Norte (nuevos aliados de los Estados Unidos). Pero no consiguieron su objetivo, que era acabar con el jeque Omar y con Osama Ben Laden, dirigentes de la organización terrorista Al Qaeda. La cual, por el contrario, sigue creciendo en medio mundo.

Entre la de Corea y la de Afganistán, los Estados Unidos han salido también derrotados, a veces en vergonzosa retirada con el rabo de la bandera entre las patas, de todas las demás guerras o guerritas que han emprendido, o fomentado, o en las cuales han participado abierta o clandestinamente. Las de Africa, desde Angola a Somalia pasando por el Congo y Eritrea. Las de la misma América: El Salvador, Nicaragua, y, claro, Cuba. (Ya dije que la única excepción fue la victoria total lograda en la islita de Granada; y, si se quiere, la invasión de Panamá, que gracias a la destrucción de buena parte de la ciudad y de tres mil muertos consiguió la detención de un agente de la CIA, el general Noriega). Y también, por supuesto, las del Oriente Medio: la del Líbano, que perdieron los Estados Unidos de Reagan y su aliado Israel y ganó Siria sobre un país deshecho; y la primera del Golfo contra el dictador iraquí Saddam Hussein, quien sufrió cientos de miles de bajas entre sus tropas y a continuación ha perdido más de un millón de niños por la desnutrición provocada por los bombardeos norteamericanos y las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos: pero que salió de ella reforzado como nunca en su poder local mientras su "victorioso" enemigo George Bush (padre) perdía la reelección a la presidencia.

Tan derrotados salieron los Estados Unidos de la primera Guerra del Golfo que doce años después tienen que repetirla a ver si esta vez sí por fin la ganan.

Pero mucho me temo que nuevamente la van a perder. Por torpes. Tal vez consigan, ahora sí, eliminar a Saddam. Pero a costa de desatar nuevas guerras, sublevaciones populares contra los gobiernos amigos que tienen en la región, actos terroristas contra lo que representa Occidente en el mundo entero: el control del petróleo, que es lo que de verdad pretenden con esta guerra, les será más difícil. Y el gobierno del mundo, que es a lo que aspiran, más complejo. Porque habrán roto las lealtades de Occidente (Francia, Alemania, en cuanto a los gobiernos; y en cuanto a la opinión pública, Europa entera y la totalidad del mundo islámico), y en consecuencia ya no serán una potencia respetada e incluso amada, como lo fueron al finalizar la Segunda Guerra Mundial, sino odiada, como autora de guerra, y no de paz. Y ni siquiera temida, como derrotada en todas sus guerras.

Aún suponiendo que los Estados Unidos ganen esta guerra de Irak en términos militares, sobre el campo de batalla (lo cual tampoco es fácil, si juzgamos por los resultados de la primera), de ella saldrá un mundo fragmentado, hostil, de todos contra todos, peligroso para cualquiera, y duramente golpeado en términos económicos, en todas partes. Y eso no es ganar una guerra.

Tal vez el único que salga victorioso sea Kim Jong Il, el antinorteamericano tirano de Corea del Norte.

Noticias Destacadas