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La guerra perdida

Lo cierto es que los Estados Unidos no han podido ganar ninguna guerra desde su victoria atómica sobre Japón

Antonio Caballero
3 de noviembre de 2003

En marzo pasado, cuando el presidente George W. Bush inició su "agresión defensiva" contra Irak (sin haberla declarado previamente, tal como ha sido la costumbre ilegal de los gobiernos norteamericanos en el último medio siglo), dije en esta revista que corría el riesgo de perder la guerra. Se burlaron de mí. ¿Perder la guerra, el más gigantesco poder militar que ha conocido el mundo? Imposible.

Pero ahora, apenas ocho meses después, y siete después de que el propio Bush proclamara la victoria desvergonzadamente disfrazado de piloto de combate en la cubierta de un portaaviones, la está perdiendo.

Porque ganar una guerra no consiste solamente en aniquilar un ejército y machacar minuciosamente la infraestructura de un país, sino en derrotarlo, conquistarlo y pacificarlo. Y los Estados Unidos no han conseguido en Irak ninguna de las tres cosas. La resistencia iraquí continúa -y ya los muertos de la 'paz' entre las tropas invasoras superan a los muertos de la 'guerra': 116 soldados norteamericanos caídos, frente a 115 entonces; y esto no incluye soldados británicos, sargentos españoles, ni civiles: los del atentado contra las oficinas de la ONU, por ejemplo, entre ellos el alto delegado Sergio Vieira de Mello. Mucho menos incluye combatientes irregulares o civiles iraquíes: sobre ellos nadie lleva las cuentas. Y no incluye tampoco los atentados fallidos (más de cien) como el que casi se lleva por delante a Paul Wolfowitz, el principal consejero del secretario de Defensa Donald Rumsfeld y el más entusiasta impulsor de la guerra.

¿Y la de Afganistán? Tampoco esa la han ganado todavía los norteamericanos, aunque hayan desbaratado el país. Ni sus socios de la Alianza del Norte lo controlan, ni su presidente títere Karzai manda más allá del centro de Kabul, ni han sido capturados los principales jefes talibanes: el jeque Omar y el misterioso líder terrorista Osama Ben Laden (como por otra parte tampoco ha sido capturado ni muerto en el vecino Irak el antiguo dictador Saddan Hussein, que desde la clandestinidad organiza la resistencia contra las tropas de ocupación y el gobierno provisional de antiguos exiliados). Lo cierto es que los Estados Unidos no han podido ganar ninguna guerra desde su victoria atómica sobre el Japón. De la guerra de Corea tuvieron que retirarse dejando la mitad del país en manos de sus enemigos comunistas, y hoy, medio siglo después, siguen teniéndoles miedo. Lo mismo les sucedió en Vietnam y en Camboya, en Angola y en Mozambique y en el Líbano y hasta en Somalia. Y lo mismo en Cuba, con la fracasada invasión de Bahía de Cochinos; una Cuba que, pese a las fanfarronadas intervencionistas de Bush, seguirá en poder de Fidel Castro por lo menos hasta su muerte natural.

Así las cosas, con las tropas norteamericanas atascadas en el descontrolado Afganistán, embarrancadas e impotentes en el cada día más desordenado Irak; y con la diplomacia norteamericana teniendo que haberse tragado el sapo de llamar en su ayuda a la ONU, esa organización que el presidente Bush llamaba "irrelevante" cuando no le daba el aval para su guerra contra Irak; así las cosas ¿se atreverá Bush a continuar su doble pulso contra Corea del Norte y contra Irán por el desarrollo de las armas nucleares? ¿Y qué hará frente a la China, que desde hace ya décadas tiene una industria atómica y además acaba de ser capaz de poner un astronauta en el espacio? Son esas otras tres guerras perdidas de antemano, si es que algún día empiezan en serio. Perdidas como lo han sido ya las otras dos: la de Afganistán y la de Irak. ¿Y la de Arabia Saudita?

Por añadidura -y esto tampoco es un chiste, como no lo era mi observación sobre perder la guerra hace ocho meses- el presidente Bush, que ya ha perdido la paz, va a perder también las elecciones.

Hace once años su padre las perdió de la misma manera, tras la primera Guerra del Golfo que no fue capaz de ganar.

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