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La historia en prosa

Enseña más sobre la Iglesia en Colombia un párrafo de ‘El Osito’ que un sermón completo del padre Llano sobre la fe del carbonero

Antonio Caballero
12 de marzo de 2001

Ha tenido gran exito el ensayo poético que publicó hace unos días el escritor William Ospina en El Tiempo sobre el proceso de paz. Me atrevo a decir que, más que por ensayo, ha tenido gran éxito por poético. Entre nosotros arrasa la inexactitud propia de la lírica. Pero la historia no se escribe en verso.

¿Que no? La nuestra sí. El propio Ospina le ha dedicado un largo estudio a nuestro primer cronista de historia, don Juan de Castellanos, que cantó en varios cientos de miles de versos la ferocidad de la Conquista. Y otro poeta, Miguel Antonio Caro, cantó la gloria de Bolívar:

Bolívar, no fascina

al escultor la musa que te adora…

Olvidando que lo verdaderamente serio de Bolívar fue la Guerra a Muerte. Y, en tiempos más recientes, cantaba Belisario Betancur, el traductor de Kavafis:

¡AAaay, qué orgulloso me sien-to

de ser un buen

colombiaaa-no!

(Aunque al hablar de Betancur recuerdo, del lado lúcido, unos versos del poeta Eduardo Escobar:

Y el presidente grita ¡Viva Colombia!

Como si estuviera loco.)

Es verdad que también se ha escrito en prosa nuestra historia, pero siempre hemos preferido su versión en verso. En los partidos de fútbol, en las plazas de toros, en las reuniones del Caguán, cantamos todos en coro:

¡En surcos de dolores

el bien germina ya!

¿Lo vemos germinar? No. Pero lo cantamos.

Y sin embargo, ya digo, también se ha escrito en prosa nuestra historia, sin las deformaciones tendenciosas que inevitablemente imponen la métrica y la rima y la musiquita. Y se sigue escribiendo en prosa, aunque mucho me temo que no se lee. Pienso en varios libros publicados en los últimos dos meses. El de Patricia Lara sobre Las mujeres en la guerra: diez entrevistas tremendas con víctimas y victimarias. El de Joe Broderick sobre el cura Pérez, El guerrillero invisible, con el trasfondo oscuro de la historia del ELN. En el volumen colectivo ¿Qué está pasando en Colombia?, de El Ancora Editores, el estremecedor capítulo escrito por Consuelo Ahumada sobre nuestras penalidades económicas, titulado Una década en reversa, que tiene estrofas como esta:

Es decir, la recesión no es sólo una consecuencia de las medidas neoliberales sino también un objetivo que se busca de manera consciente y deliberada, y este es el factor fundamental de la crisis económica del país.

O el libro de Roberto Escobar, ‘El Osito’, titulado Mi hermano Pablo, uno de cuyos capítulos centrales empieza así: “Monseñor Darío Castrillón fue el último en llegar. Pablo lo había hecho venir desde Pereira para que fuera una especie de consejero espiritual…”.

Preveo las objeciones. Lo de las mujeres en la guerra lo conocemos de sobra: a cada rato las vemos llorando en los noticieros de televisión. Lo del cura Pérez: ¿para qué perder el tiempo leyendo la biografía de un asesino? (Aprendamos del presidente Pastrana, que sólo lee biografías de Churchill y de los Papas). Lo de economía: ¡qué pereza! Serán cosas como “en cumplimiento del postulado monetarista que sostiene que el problema se arregla reduciendo la demanda agregada, el plan de ajuste trae…”. (En efecto, el tono es ese). Y lo de ‘El Osito’ menos aún: es el libro de un bandido, y seguro que sólo dice mentiras. ¡Hablar así de monseñor Castrillón, nuestro papabile…! ¡Qué horror! Leamos cosas positivas, lúdico-didácticas, proactivas: eso que cuenta William Ospina de que la embajadora de los Estados Unidos tiene confianza en nosotros, por ejemplo. O un especial que sacó la revista Aló sobre las grandes familias que han hecho grande a Colombia: creadores de empresa, generadores de empleo, magnates que hablan cuatro idiomas, gente que ha hecho patria… O el especial de El Tiempo sobre El Tiempo (ya van varios).

Pues sí. Son sin duda lecturas más positivas, aunque no necesariamente más agradables, y sin duda mucho menos instructivas. Enseña más sobre la Iglesia en Colombia un párrafo de ‘El Osito’ que un sermón completo del padre Llano sobre la fe del carbonero. Pero mientras sigamos prefiriendo la ñoñería lírica a la prosaica realidad, nos seguirá yendo mal.

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