Home

Opinión

Artículo

La hora de Navarro

Es brillante, incansablemente estudioso, buen orador, responsable, solidario y -subrayo- tremendamente constructivo

Semana
5 de junio de 2005

Cuando lo conocí en Panamá, negociando la liberación de Álvaro Gómez, me pareció igual a como yo imaginaba que debería ser un guerrillero. Déspota, arrogante, cruel e intransigente.

Creo que yo le caí peor de mal. Debió pensar que mi personalidad correspondía perfecto a la de una señora 'bien' -en la forma más despectiva de decirlo-, una pe-

riodista del régimen (culísima, como decimos en Bogotá); una de los muchos colombianos culpables de una Colombia tan desigual y, en definitiva, un florero inservible.

En los siguientes encuentros, una vez liberado Gómez, no nos fue mejor. Cuando el noticiero QAP organizó un debate televisado entre Samper y Pastrana, como los más opcionados en las encuestas presidenciales, Navarro utilizó su influencia-colegada con el sindicato de Inravisión para que lo colaran por el techo y pudiera aterrizar como una plasta en el debate. Casi se lo tira. Me acabó de caer requetegordo.

Pero después lo descubrí en el Congreso.

Antonio Navarro es el primer experimento serio de cuánto estamos dispuestos los colombianos a perdonar.

La cuenta de sus deudas como miembro que fue del M-19 no se ha cerrado. Lo rondan el asesinato de José Raquel Mercado, los secuestros de Gómez y de Camila Michelsen, la toma del Palacio de Justicia y todos los muertos adicionales que produjo este grupo guerrillero.

Experimentos anteriores de reinserción de movimientos de izquierda en Colombia han sido catastróficos. Asesinaron a Pizarro, jefe de Navarro en pleno proceso. Asesinaron a Bernardo Jaramillo. Asesinaron a más de 2.000 integrantes de la Unión Patriótica cuando este grupo había hecho la paz con el gobierno y algunos de sus miembros comenzaban a hacer sus primeros pinitos políticos.

Pero, ante todo, asesinaron la esperanza de los colombianos de que esos procesos de reinserción servían para algo, y, sobre todo, que conducían a algo.

El Navarro que conocí en el Congreso terminó por conquistarme. Esposo y padre -con los mismos conflictos de relaciones de pareja y las mismas compotas y pañales desechables que utilizamos los que no hemos hecho el curso guerrillero-, y además con la responsabilidad de ser un parlamentario ejemplar, si es que alguien en la opinión todavía puede creer que eso es posible, terminé reivindicándome con él.

Es brillante, incansablemente estudioso, buen orador a pesar de las dificultades de habla que le dejó uno de los atentados que le hicieron; responsable, solidario y -subrayo- constructivo, tremendamente constructivo. En eso se aparta de Gustavo Petro, otro brillante parlamentario ex guerrillero, que a diferencia de Navarro cree que hay que arrasar con lo que hay en el país para mejorarlo.

Mientras los debates de Petro, divinamente documentados, polifacéticos, porque no hay tema que le quede grande, y muy valientes, no producen un gesto de solidaridad de ninguno de sus colegas, los debates de Navarro construyen y arrastran una cantidad de apoyo, sin negar que en el propio seno del Congreso su condición de ex guerrillero todavía le genera muchas resistencias.

No voy a llegar al injusto extremo de afirmar que Navarro se nos aburguesó. Y advierto que tiene amigos que lo acusan de eso. Pero sí le ha trabajado mucho a colocarse políticamente en un centro muy atractivo, a cultivar lo políticamente alcanzable, a buscar el consenso, a tolerar el pluralismo, y aunque no lo dice aún abiertamente, a veces me parece que le duele tanto su pasado violento que casi se enferma cada vez que alguien -por ejemplo Álvaro Uribe-, se lo ventila.

¿Si pudiera devolver su vida, habría escogido un camino diferente? No se lo he preguntado. Pero a la vista de lo que ha conseguido hacer sin las armas, no lo descarto. ¿O será que lo ha logrado precisamente porque un día las utilizó y tuvo el valor de dejarlas?

Y aunque la elección del Polo ha demostrado políticamente que Navarro, una vez más, ha alcanzado la condición de candidato, por tercera vez, no sabemos si algún día llegará a la de presidente.

De por sí, que no lo hubieran matado y que pueda disputar la candidatura presidencial con Álvaro Uribe y con otros camicaces que aparezcan por ahí ya es un triunfo. Pero no es suficiente.

Yo no digo que vaya a votar por él, pero tampoco aseguro que no lo haría.

Lo único que sé es que cuanto más lejos llegue Navarro, más posibilidades tendrá Colombia, algún día, de tener una paz duradera con la guerrilla y con los paramilitares.

Antonio Navarro es, por ahora, el único termómetro con el que contamos para medirle la temperatura al futuro de ambos procesos.