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La latinoamericanización de China

Preocupa a los chinos que la crisis los lleve a tener ciudades como las nuestras, llenas de tugurios y violencia.

Semana
14 de enero de 2009

Desde hace algún tiempo los chinos están preocupados con el fenómeno de la latinoamericanización. No porque de pronto les haya dado por  bailar al estilo Shakira, o que estén adictos a la arepa, la empanada y el patacón pisao (ya quisiera esto más de un patriotero, para sacar pecho con estas pequeñeces).

Como sucede en la práctica, lo que nos hace famosos en este mundo, más allá del fútbol y uno que otro cantante de pop, son nuestros problemas. Por eso a los chinos les preocupa que sus ciudades se llenen de favelas como en Brasil o comunas como en Medellín, y que su desarrollo económico venga acompañado de la obscena desigualdad que caracteriza a esta parte del mundo.

Desde que en 1978 Deng Xiaoping se consolidó en el poder y comenzó su política de “reforma y apertura”, China ha crecido a una tasa promedio del 10 por ciento anual. Algo sorprendente, sin duda. El promedio en América Latina fue la tercera parte.

El éxito de China tiene dos recetas principales. Bueno, tres. Un modelo económico basado en las exportaciones. Abundante mano de obra. Y, por supuesto, las ganas de comprar zapatos y televisores baratos (entre otros miles de productos) por parte de los estadounidenses y del resto del mundo.

Como ha sucedido con todos los procesos de industrialización, en estos treinta años China pasó de ser un país rural a un país urbano. O casi. En 1978, el 80 por ciento de la población era rural y ahora es de solo el 50 por ciento. Se espera que en el 2030 esa cifra llegue a 25 por ciento.

En números, esto significa que hoy hay 650 millones de chinos viviendo en las ciudades, o el equivalente a toda la población de Suramérica multiplicada por dos. Y en veinte años, se espera que unas 350 millones de personas que viven en el campo migren a las ciudades.

Aquí es donde las cosas se complican. ¿Quién le va a dar trabajo a tanto chino? Hasta el año pasado todo pintaba bien, pues el ritmo de crecimiento económico de los últimos treinta años mantuvo la tasa de desempleo relativamente baja y estable. Y como dice el dicho: barriga llena, corazón contento. No mucha gente se queja del gobierno cuando hay comida en la mesa (y los pocos que lo hicieron en China muy seguramente terminaron tras las rejas).

Pero la reciente crisis económica que comenzó en Estados Unidos, y se ha esparcido rápido, ha puesto en entredicho el modelo económico chino. Las últimas proyecciones de crecimiento son apenas del 5 ó 6 por ciento anual. Y aunque esto es mucho mayor que el promedio de América Latina para el próximo año, analistas dicen que por debajo del 7 por ciento la industria china no alcanza a absorber la cantidad de nuevos trabajadores que se esperan.

Por eso es que el gobierno chino, preocupado, ha mandado gente de excursión a Río de Janeiro para que vea cómo vive la gente en las favelas, y qué problemas trae la desigualdad.

La respuesta es muchos problemas, obvio. Aquí los vemos todos los días. Fuera de los de orden ético, están los de orden social y político, como la protesta social, la violencia y las guerrillas.

A los chinos se les debe erizar la piel pensando en esto. Y para contrarrestar los efectos de la crisis e impedir la infortunada latinoamericanización, el gobierno ya anunció un estímulo fiscal de $586 millones de dólares para inyectarle a su economía. Perú y Chile han anunciado medidas similares. En Colombia, tímidamente, han dicho que el Banco de la República bajará las tasas de interés el próximo año. Me temo que no será suficiente.

Esta crisis económica va a afectar a China y a todo el mundo. Y de manera fuerte. América Latina, aunque mejor preparada económicamente que en ocasiones anteriores, está en riesgo de perder muchos de los logros que en materia social ha ganado en los últimos años.

En Colombia no mucha gente parece percibir esto. De lo único que se habla es de la reelección aquí, y de la reelección allá, mientras la crisis se esparce y los tugurios comienzan de nuevo a crecer y crecer, como si estuvieron cubiertos por una espesa niebla.

No hay peor ciego que el que no quiere ver.



*Mateo Samper R. es especialista en relaciones internacionales. Actualmente reside en Nueva York.

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