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La macronización del uribismo

Gustavo Petro es quizá el único candidato que, contra viento y marea, despierta ilusión y entusiasmo entre millares de colombianos.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
11 de enero de 2018

En la política del siglo XXI, salvo las meteduras de pata, nada es espontáneo. Menos en un país como Colombia en los que cuesta muchísimo dinero hacerse a un asiento en el Congreso. La campaña electoral de 2018, a pesar de toda la plata que fluye, produce más bostezos que entusiasmo: anticuados anuncios con jetas maquilladas, un poco de demagogia, otro poco de carnaval y un poquitín de dramaturgia barata.

Solo aprecio dos novedades en este abrebocas de Año Nuevo: la macronización del uribismo y la perseverancia programática de Gustavo Petro. Algunos amigos, que tienen por hábito alarmarse por un simple tuit, piensan que el país está a las puertas de una campaña trascendental. Les he dicho que no, que son unas elecciones más. Lo único trascendental que ha ocurrido en Colombia en los años recientes es que las Farc, literalmente, se acabaron. Vamos por partes.

La estrategia electoral del uribismo se asemeja a la figura mitológica que describió el clérigo Isidoro de Sevilla: un tronco con dos cabezas. La cabeza del endurecido expresidente Álvaro Uribe y la del sonriente Iván Duque. Uribe tiene su público, un público cronificado que lo sigue a todas partes y se regocija con su retórica. Los recientes ataques de Uribe contra su par Pepe Mujica, por ejemplo, tienen como propósito mantener la lealtad de su público de cara a la cita electoral de este año. Es poco probable que el expresidente pueda pescar votantes más allá de su caladero. Por esta razón Iván Duque es “el elegido”.

Iván Duque es “el elegido” por Uribe porque es el único que no se parece a él. Todos los demás eran fotocopias defectuosas de su mentor, sin posibilidades de crecer más allá del uribismo. Por la misma razón Uribe se muestra, por ahora, reacio al exprocurador Alejandro Ordóñez porque este representa lo mismo que él y para eso está él. Para que al uribismo le salgan las cuentas presidenciales es menester un candidato más allá del uribismo. El mago, entonces, saca un conejo vivo de la chistera: Iván Duque. Una especie de Emmanuel Macron de factura criolla, aparecido de la nada, que con su carita de “yo no fui” ponga en práctica una despiadada receta económica contra la mayoría social del país.  

Entre el uribismo -quien lo iba a creer- se habla por estos días de ir “más allá de la izquierda y de la derecha” (Macron en Francia), emprendimiento (Rivera en España), equidad (Izquierda), legalidad (Mockus), amén de un inusitado énfasis en los temas sociales y económicos que afectan a la mayoría social de Colombia, tal como si estuvieran suplantando la retórica de la izquierda que tanto recriminan con virulencia. Al final todo queda en una vieja y retorcida estrategia: zanahoria durante la campaña y palo en caso de gobernar.

La campaña de Vargas Lleras es la más costosa y aburrida de todas, tanto que no merece más de una línea. Sergio Fajardo, me consta, es un buen tipo cuya candidatura está inflada por los medios y las firmas encuestadoras, tal como lo hicieron con Enrique Peñalosa en las presidenciales de 2014. Peñalosa, no se les olvide llaverías, aparecía de favorito en la mayoría de las encuestas hasta que, el día de la verdad, a duras penas llegó al millón de votos, ocupó el último lugar entre los aspirantes y la fórmula de Clara y Aida le dobló en sufragios.

Colombia no es un país de bienestar social en el que quepan fórmulas intermedias. Creo que la visión de país (Colombia Humana) que viene exponiendo Gustavo Petro es la que puede resolver dos asignaturas que Colombia tiene pendiente: inclusión y cultura de paz. Petro es quizá el único candidato que, contra viento y marea, despierta entusiasmo e ilusión entre millares de colombianos, tal como lo explicaré en mi próxima columna. ¿De qué sirve una política sin entusiasmo e ilusión?  

Entre 2018 y 2019 se jugará un partido de cuatro tiempos: Congreso, primera vuelta presidencial, segunda vuelta presidencial y las locales (departamentales y municipales). En el primer tiempo Colombia necesita debilitar a quienes le hacen daño en el Congreso. Si la lista de la Decencia, el Polo, Los Verdes y otras agrupaciones alternativas logran seducir a millares de abstencionistas, es probable que el mapa político del Congreso cambie en favor de la mayoría social del país. Una fracción parlamentaria que consiga equilibrar las fuerzas en el Congreso. Primer tiempo, llavería.        

*Escritor y analista político

En Twitter: @Yezid_Ar_D

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