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La mala educación, una verdadera tragedia

Un país que habla de desarrollo, de competitividad, de ciencia y tecnología, no puede estar sacrificando una generación tras otra en un sistema educativo inoperante.

Iliana Restrepo, Iliana Restrepo
12 de diciembre de 2013

A pesar de que se han escrito un buen número de columnas de opinión y sesudos análisis sobre el tema que hoy me ocupa, creo firmemente que el común de la gente no se ha dado cuenta de la tragedia que representa el último resultado que obtuvieron nuestros jóvenes en las últimas pruebas PISA (Program for International Student Assessment), que mide las competencias de los estudiantes de 15 años, en matemáticas, lectura y ciencias. 

En el año 2009 los jóvenes colombianos ocuparon el puesto 52 entre 65 países pero en las pruebas del año 2012 en vez de mejorar aunque fuese un poco, como sucedió entre el 2006 y el 2009, se descendió al puesto 62 es decir que quedamos tan sólo a tres puestos del peor. Esto es, por decir lo menos, vergonzoso. Un país que habla de desarrollo, de competitividad, de ciencia y tecnología no puede darse el lujo de estar sacrificando una generación tras otra, en un sistema educativo inoperante que no está aportando ni siquiera lo mínimo a sus estudiantes. 

Hacer un análisis de las causas que ocasionaron esta tragedia es fácil porque todas las que mencionemos hoy, ya se han citado antes hasta el cansancio y todas son legítimas. La corrupción galopante en todas las esferas; el valor salarial y social negativo que tienen los maestros en nuestro país y su cuestionada calidad; la promoción automática que  incentivó la vagancia; el afán de cobertura en desmedro de la calidad; la falta de recursos para mejorar la infraestructura física y adquirir nuevos equipos tecnológicos… en fin, la lista es larga y todas son razones válidas para justificar el estruendoso fracaso que estamos presenciando. 

¿Hasta cuándo van a esperar los gobernantes para entender que si no se corrigen de inmediato todas las causas mencionadas, el país no podrá adentrarse en la senda del progreso y del verdadero desarrollo sostenible; que no pueden ser acciones aisladas de gobierno lo que nos conducirá a una educación de calidad; que tiene que ser una política de Estado, donde la educación esté en el primer nivel de prioridades para la inversión de todo tipo? 

En una columna anterior en otro medio de comunicación hace unos años propuse, y lo pongo de nuevo sobre el tapete, que todos tenemos la obligación de aportar a la educación. Por un lado, hay que crear urgentemente un impuesto permanente cuyo recaudo sea destinado exclusivamente a la educación. Si en 2009 se aprobó un impuesto especial para la guerra, ¿no es más positivo y productivo, por su beneficio social, aportar para la educación? Debe ser un monto realmente importante que logre que el país dé un salto cualitativo en el corto plazo. No se puede seguir jugando con este tema.  ¡Basta ya de promesas y demagogia! 

Como dice Sandra Dworack, responsable de Educación de la ONG Oxfam “Ningún país que tenga la intención de posibilitar que la educación llegue a todos sus habitantes debería fracasar por falta de recursos” por lo tanto, todos tenemos que aportar.

En el mundo abundan ejemplos para emular. Es sabido que los países que le han apostado en serio y con orden a la educación, hoy están en los primeros lugares de desarrollo. Los cinco primeros lugares en las pruebas PISA los ocupan países que hace 20 años tenían indicadores muy similares al nuestro en casi todos los frentes, incluyendo la educación. Pero sus gobernantes tuvieron la lucidez de meterle todo el empuje al tema educativo y hoy están en los primeros lugares en casi todos los indicadores, incluyendo la educación. Los cinco primeros son Shanghái (China), Singapur, Corea, Taiwan y Hong Kong.

Por otro lado, se requiere una firme voluntad política para situar la educación en el primer lugar de importancia a la hora de trazar las políticas públicas. Seguir jugando con la educación y dejar el compromiso de ésta tan sólo en los funcionarios de la rama, es irresponsable y un crimen con nuestros niños, niñas y jóvenes.

Repito, el resultado obtenido es una tragedia de proporciones enormes que hay que mirar con cuidado y hay que solucionar. Me gustaría que a todos los ciudadanos este tema les produjera la misma impotencia e indignación que siento al darme cuenta de que este retroceso significa otra generación más, perdida para el desarrollo del país. 

El programa brasileño Todos por la educación tiene entre sus máximas: “La educación es demasiado importante para que solamente se ocupe de ella el Gobierno''. La educación tiene que ser un asunto de todos porque, por más esfuerzos que hagan los funcionarios de turno, está visto que no son ni han sido suficientes. Es triste leer el plan decenal de educación 2006-2016 y darse cuenta de que todos los lineamientos están plasmados de manera correcta y de que los funcionarios y las personas que con buena fe y buen tino se han dedicado a escribirlo, no han tenido el acompañamiento del resto del sistema, para que lo escrito se convierta en una realidad en las aulas y en los resultados obtenidos. 

Es hora de que todos los ciudadanos nos indignemos y nos pronunciemos para exigir, no sólo que se asignen nuevos recursos y vigilar que se usen bien, sino lograr que el lugar de la educación, en las prioridades gubernamentales, familiares y sociales en general, suba a los primeros puestos de importancia. 

Es urgente que todos los niños, niñas y jóvenes del país reciban una educación de la mejor calidad. Los resultados obtenidos son una sonora alarma que nos debe poner en pie de lucha pues son absolutamente impresentables y por supuesto, inaceptables. 

iliana.restrepo@gmail.com

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