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MARTA RUIZ

La mala hora de las ONG

Aunque en el país no se les ha valorado lo suficiente, han sido cruciales en la consolidación de nuestra maltrecha democracia.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
16 de febrero de 2013

La era de las ONG, tal como las conocimos hasta ahora, está llegando a su fin. Es una mala noticia que, no obstante, les hará frotar las manos a unos cuantos que se sienten incómodos por sus denuncias en derechos humanos, por enarbolar posiciones de izquierda o por sus trabajos de base en las regiones. 

No sé si van a desaparecer, pero están atravesando un momento crítico del que muchas no saldrán con vida, y otras tendrán que convertirse en algo distinto. Quizás en oficinas de consultores o ejecutores de proyectos ajenos.  

Aunque en el país no se les ha valorado lo suficiente, las ONG han sido cruciales en la consolidación de nuestra maltrecha democracia.  En particular, han impulsado cambios que hoy hacen posible hablar de ponerle fin al conflicto. 

Fue por las ONG de derechos humanos que organismos internacionales volvieron sus ojos a Colombia y se echaron andar algunas políticas para frenar el desafuero con el que actuaban los militares. Por el cabildeo de las ONG en Washington es que el Plan Colombia tuvo una enmienda que condicionaba la ayuda militar al actuar civilizado de las tropas.  Y es por el litigio de muchas de ellas que se ha sentado jurisprudencia en esta materia.

Bancos de datos como el que mantiene el CINEP en Bogotá, Progresar en Norte de Santander, el IPC en Medellín, se han convertido no sólo en una memoria detallada del conflicto, sino en una herramienta privilegiada para que la Fiscalía, cuyo rezago ya conocemos, vuelva sobre temas que ya parecían olvidados. En esa línea, organizaciones como la Fundación para la Libertad de Prensa se ha dedicado a hacerle seguimiento a cada amenaza, atentado o abuso contra la prensa, y la Escuela Nacional Sindical hace lo propio con los sindicalistas. 

Otras, como la Corporación Nuevo Arco Iris, han realizado investigaciones sobre el conflicto que se convirtieron en referencia para la opinión pública e incluso para las instituciones del Estado. O como Minga, que ha hecho visibles las peores situaciones humanitarias en regiones alejadas, allí donde no llegan ni los medios de comunicación.  

En materia de desarrollo, muchas ONG le abrieron los ojos a un Estado conservador e ineficiente. Se les midieron a propuestas audaces como los laboratorios de desarrollo y paz en varias regiones conflictivas del país,  y en ciudades donde la violencia juvenil es crítica, impulsaron agendas sociales que han obligado a los gobiernos a diseñar programas incluyentes para la juventud. Un ejemplo de ello es la Corporación Región en Medellín.

También han contribuido a acelerar los cambios ideológicos y culturales del país.  Lo poco que hay de representación política y social de las mujeres se le debe en buena medida al activismo de las organizaciones feministas, y los avances en materia de derechos sexuales y contra la discriminación también están asociados a nombres como Colombia Diversa y DeJusticia.

La agonía de las ONG, por lo menos de algunas de las más fuertes y conocidas, está asociada a la salida paulatina de la cooperación internacional por las crisis económicas en sus propios países y porque creen que Colombia, siendo una economía de renta media, hay suficientes ricos interesados en el desarrollo y el fortalecimiento de la sociedad civil. No saben que tenemos a los ricos más tacaños del mundo, que han mostrado poco interés en una agenda de cambio social como la que impulsan estas organizaciones. Con contadas excepciones, por supuesto.  

El estribillo de Uribe contra ellas, durante una década, también hizo mella, y muchos recursos terminaron en manos de organismos internacionales o en las arcas del propio Gobierno, bajo el argumento de que las ONG eran un negocio montado por un puñado de vividores. 

La realidad es que la gente trabajaba en las ONG más por convicción que por dinero. Buena parte de sus funcionarios dejan atrás cargos en el Estado o en el sector privado, mejor pagos, para dedicarse a construir simplemente un punto de vista alternativo sobre los problemas del país. Por supuesto, también existen el despilfarro y la mediocridad. Pero estos casos no opacan el valioso aporte que las organizaciones de la sociedad civil le han hecho a nuestra sociedad en los últimos 30 años.  

Las ONG están pasando un trago amargo. Y si llegaran a sucumbir, es la democracia la que pierde.

Twitter: @martaruiz66

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