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LA MALA HORA

Semana
21 de junio de 1999

Nunca antes el EjErcito colombiano había sido tratado con mayor rigidez por el
establecimiento. Y como nos duele tanto, nunca antes como ahora, la sociedad está obligada a rodearlo y a
brindarle su apoyo incondicional. En el transcurso de los últimos 15 días parecería como si le hubiera caído la
roya. Dos generales son llamados a calificar servicios (en medio de nebulosos cargos de paramilitarismo) para
allanar los preámbulos de los diálogos con las Farc, y el homenaje de desagravio que se les ofrece es
interpretado como un acto de la extrema derecha que solo logra emocionar a una minorías nacionales. Un
general es detenido y acusado por omisión en una masacre que dejó 20 muertos y por falsificación de
documento público con la intención de encubrirla. Y el principal testigo en su contra no es un testigo sin
rostro, ni una ONG, ni un representante de la izquierda o un guerrillero bien conectado, sino nadie menos
que uno de sus propios subalternos, un teniente coronel activo y al mando de un batallón, que le ha
entregado su testimonio a la Fiscalía en medio de un profuso llanto, producido por el dolor que le ocasiona
la situación en la que los hechos que ha denunciado colocan a su institución. Un coronel, ex jefe de la
Brigada 20, que se encontraba prófugo, es detenido en virtud de la investigación que con una valentía digna
de admiración adelanta la Fiscalía sobre el magnicidio de Alvaro Gómez. (Es muy probable que bajo la
conducción de algún otro fiscal distinto del testarudo Alfonso Gómez Méndez el establecimiento hubiera
preferido hacerse el de la vista gorda ante la gravedad de las implicaciones de lo que se ha venido
destapando.) Tres generales más, uno de ellos activo, son empapelados por cuenta de la misma
investigación. Y el país se queda meditando, perplejo, en la tremenda ironía de que la autoría material e
intelectual de ese crimen hubiera sido cocinada en alguna oscura instancia de nuestro Ejército,
precisamente contra Alvaro Gómez, a quien siempre se le acusó injustamente de ser un hombre de extrema
derecha por cuenta de su testaruda defensa de la institucionalidad. Y encima de todo, Estados Unidos,
gran aliado incondicional e institucional de nuestro Ejército, pone la lupa sobre el tema de la violación de
los derechos humanos, y por primera vez comienza a sugerir la necesidad de reestructurar a nuestras
Fuerzas Armadas. ¿Qué pasó? Es hora de que lo digamos con claridad: al Ejército de Colombia lo cogió el
coletazo de la crisis política. Pero es que tampoco podíamos pretender que en un país como el nuestro,
azotado por las plagas de la guerrilla, del paramilitarismo y del narcotráfico, que se ha ensañado con todas
las instancias del establecimiento sin perdonar siquiera ni a la Presidencia, ni al Congreso ni a las
Cortes, el Ejército fuera La única instancia que hubiera logrado conservarse impoluta, sin romperse ni
mancharse. De todos los hechos mencionados, es el del crimen de Alvaro Gómez, un auténtico crimen
de Estado, el que revela más escandalosamente la magnitud del desastre. Prueba de que el Ejército se metió
en la crisis política es que evidentemente conspiró a favor o en contra del derrocamiento de un gobierno,
y todavía no sabemos cuál de estas dos fue la verdadera causa del magnicidio. Durante los primeros dos
años del gobierno Samper hubo en nuestras Fuerzas Armadas una discusión muy fuerte: si se apoyaba al
Presidente o se le daba un golpe de Estado. Finalmente escogieron la neutralidad, que era la decisión
apropiada, pero a un costo muy alto: el de una división interna muy grande entre la que quedó 'ensanduchada'
la inteligencia militar, de la que apenas es una pálida caricatura que su oficial de mayor rango, que había
manejado la Brigada 20, hubiera durado varios días prófugo y escondido bajo una vergonzante barba. Un
Ejército al que comienzan a tumbarle generales todos los días ya no puede pretender que el problema
obedece a fenómenos individuales. Los hechos enumerados exigen posición y planteamientos muy de fondo
de las cabezas de nuestras Fuerzas Militares, como el comunicado del viernes pasado emitido por el
segundo comandante del Ejército, en el que se reconoce con entereza la institucionalidad del país y se
confía en la imparcialidad de la justicia. Por eso insisto en que como nunca antes es necesario el respaldo
férreo de la sociedad ante el dificilísimo reto que estamos enfrentando en esta mala hora: el de resolver los
graves problemas que lo acosan, pero sin que se nos desbarate nuestro Ejército.