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LA MALA TREGUA

Al contrario de lo que parece, negociar sin tregua beneficia más al gobierno que a la guerrilla.

Semana
19 de diciembre de 1994

CUANDO SE AVECINAN TIEMPOS DE negociación con la guerrilla siempre pasa lo mismo: los subversivos arrecian su accionar, pero al mismo tiempo piden garantías, desmilitarización de áreas específicas del territorio nacional y publicidad a las negociaciones; mientras el gobierno y muchos sectores de la sociedad exigen cese al fuego de la guerrilla y actos de buena voluntad como condición para sentarse en la mesa a hablar de paz. Al cabo de un tiempo de charlas -generalmente largo-, una masacre guerrillera hace obligatoria la suspensión indefinida del proceso.

Han sido tantos los ensayos que se han hecho, y tan similares las actitudes de los actores directos del conflicto cada vez que se llega a la misma situación, que la secuencia de lo que ocurre se vuelve totalmente previsible, como las partes de una misa.

Esta no ha sido la excepción, aunque hay que reconocer que se ven ciertas variantes. Apenas el gobierno anunció que negociaría con la guerrilla, distintos sectores del gobierno y de la sociedad, entre estos varios obispos, consideraron indispensable que las negociaciones de paz tuvieran como condición que la guerrilla suspendiera hostilidades y liberara a todos los cuestrados.

La Coordinadora Guerrillera (que está más coordinada de lo que mucha gente cree) saludó emocionada la decisión gubernamental del diálogo, pero respondió a la sugerencia del cese al fuego ordenándole a los hampones del sexto frente que masacraran inmisericordemente a los soldados del convoy de Puracé. Los colegiales que resultaron muertos al estar por azar en el lugar, fueron la macabra ñapa de la decisión política de las Farc de 'posicionarse' para entrar a negociar.

Todo esto, como esta ya dicho, es la repetición ritual de todos los procesos de paz. A la hora de escribir estas líneas no conozco el documento del alto comisionado para la paz, Carlos Holmes Trujillo, en el que analiza el asunto y fija la posición del gobierno frente al tema de la paz. Sin embargo, entiendo que el punto central, por lo novedoso, será el de que el país debe acostumbrarse, como ha ocurrido en otros lugares del mundo, a una negociación en medio de las balas.

Es previsible, entonces, que la primera gran reacción sea la de todos aquellos que consideran que no exigir un cese al fuego para dialogar es un síntoma de debilidad del gobierno, que no sólo le da espacio a la guerrilla sino que la incita a ser más violenta para fortalecerse en la mesa de negociaciones. Y, visto así, parece lógico.

Sin embargo, pienso que la tregua perjudica más al gobierno que a la subversión y que, al contrario, negociar entre las balas le puede dar mas herramientas de negociación y más libertad de acción durante las conversaciones. Las treguas en Colombia han servido para que la guerrilla se quite de encima los cercos asfixiantes y para que sus frentes se fortalezcan y se multipliquen en las cortas temporadas de paz. Además, la tregua implica la cesión de la responsabilidad constitucional de reprimir el delito, postura que requiere sobredosis peligrosas de retórica para justificar ese paréntesis en el ejercicio de la soberanía.

Desde el punto de vista de la imagen resulta mas golpeada la guerrilla con los actos de violencia, pues se convierte con ellos en un delincuente activo que predica la paz mientras mata. Cuando el gobierno se enfrenta al enemigo, en cambio, está en ejercicio de su deber. No se cuentan aquí, por supuesto, los episodios de violación de los derechos humanos, injustificables en cualquier escenario.

Nadie dice que es mejor bala que no bala, claro. Pero no está en las manos de uno decretar la paz, es mejor no darle papaya a la guerrilla para que se fortalezca en una pantomima de negociación en medio de una tregua. Y en caso de que fracasen las gestiones de paz (Dios no lo quiera), que al menos no se desgasten tanto las apaleadas instituciones de esta República singular.-