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A LA MANERA DEL PRI

26 de agosto de 1996

No tengo más remedio que entrar en esta columna por la puerta de un lugar común: los árboles, a veces, no dejan ver el bosque. Enredado en la asfixiante maraña del proceso 8.000, el país no ve hasta qué punto, en torno suyo, todo el panorama está ensombrecido por otros desastres. Algunos de vieja data. La guerrilla, continuando su amenazante progresión, está presente en el 56 por ciento de los municipios del país y, según Alfredo Rangel Suárez, un notable analista del tema, asesor del propio presidente Samper, antes de ocho años podrá tener 30.000 hombres en armas y 300 frentes de combate. Los éxitos obtenidos por el gobierno en la lucha contra el narcotráfico (confiscación de cargamentos de droga, destrucción de cultivos y laboratorios, desmantelamiento de la cúpula del cartel de Cali) han quedado oscurecidos por el estrepitoso escándalo del proceso 8.000 y el hecho inocultable de que el dinero de la droga ingresó masivamente en la campaña electoral del actual Presidente. La corrupción es un cáncer que ha hecho metástasis entre nosotros. Viejos problemas, la inseguridad y la delincuencia, con 30.000 asesinatos por año, cerca de 3.000 secuestros y un 90 por ciento de los delitos en la impunidad, baten hoy récords mundiales. El desempleo ha pasado del 9,8 por ciento al 11,7 por ciento, y los síntomas de recesión económica alarman a los gremios de la producción. Tenemos una Nación polarizada como nunca entre adversarios y amigos del gobierno, un Presidente y un Congreso cuya credibilidad es puesta en duda dentro y fuera del país y unos partidos virtualmente inexistentes, reducidos a una irrisoria maquinaria enquistada en la administración pública. ¿Qué es lo nuevo en este paisaje tan sombrío? Una cosa muy grave. Yo la llamaría una forma de ejercer y utilizar el poder a la manera del PRI mexicano. No me refiero sólo al populismo y al nacionalismo que inundan el discurso oficial. Son dos males que han producido grandes catástrofes en el continente. Hay algo más. Por primera vez, contra quienes enjuician al Presidente, así se trate de un venerable jerarca de la Iglesia, se toman oscuras represalias. Las tesorerías políticas regionales, que antes eran engrasadas con el dinero del narcotráfico, ahora lo son con fondos del presupuesto nacional. Y como corolario de este proceso, surge de improviso una serie de propuestas de reforma constitucional, hechas unas por el gobierno y otras por la Dirección Liberal, encaminadas a asegurar para siempre (sí, al estilo del PRI) la hegemonía no propiamente de ese partido, al cual pertenecemos muchos, sino de lo menos noble que tiene: su vieja y corrupta clase política. Se está legislando para que esa maquinaria, por ruinosos que sean sus manejos, no pueda perder nunca. De eso se trata. De eliminar alternativas distintas, justamente las más limpias y sanas. Es un enorme retroceso, una manera de invalidar la apertura hacia formas más plurales de democracia que intentó, con éxito o sin él, la Constitución del 91. La reforma en cuestión parece un traje cortado a la medida del doctor Serpa y de sus amigos, los políticos clientelistas; vale decir, del continuismo. ¿A quién, si no, le conviene reunir en una sola la elección de Presidente, senadores, representantes, concejales, diputados, alcaldes y gobernadores? De esta manera la maquinaria no dejaría resquicios para la gran franja del voto de opinión, todavía marginal en las elecciones legislativas pero ya decisivo en la elección presidencial y aun en la elección de alcaldes. ¿A quién le conviene la eliminación de la segunda vuelta? A la casta política, pues el monolitismo de la maquinaria, unida en torno a un candidato, se impondría más fácilmente en una sola elección sobre el sano pluralismo de aspiraciones que permite una primera vuelta. ¿A quién le conviene consolidar desuetas estructuras de partido y volver al imperio del bolígrafo, ignorando la independencia y porosidad de la sociedad colombiana de hoy, llena de hombres y mujeres jóvenes interesados en alternativas nuevas? ¿A quién, la circunscripción departamental para la elección de senadores, manera de cerrar los espacios al voto de opinión incrementando el poder del voto cautivo? Está en todo su derecho el doctor Serpa de entrar en la arena electoral representando la corriente de opinión que apuntala al actual gobierno. Su nombre daría coherencia al debate político e ideológico. Es una opción que obviamente no comparto, pero que respeto. Si las encuestas, en este país desquiciado, lo favorecen, ¿qué necesidad tiene de una gabela constitucional, aprobada a espaldas de la Nación por un congreso con 10 de sus miembros en la cárcel y más de 90 bajo el peso de oscuras sindicaciones? Tal como están las cosas, lo grave no es tanto que Ernesto Samper, contra viento y marea, decida quedarse hasta el 7 de agosto de 1998, sino que pretenda asegurar la permanencia de sus amigos en el período siguiente gracias a una contrarreforma aprobada a pupitrazo limpio de caciques. Con esa sorpresiva intención de continuismo el Presidente pasa una raya muy peligrosa. Esta Nación, incluyendo sus Fuerzas Armadas, necesita ver una luz , una salida, al extremo del túnel, y no quedar confinada dentro de él. La dictadura perfecta, de que hablaba Vargas Llosa, a propósito de la hegemonía del PRI, puede haberla soportado México por 60 años. Nosotros ni por un minuto.

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