Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

La metamorfosis de Barcelona

En Barcelona se ha vuelto más importante el debate sobre el nacionalismo catalán y la independencia de España que la corrupción.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
13 de julio de 2013

Barcelona, julio de 2013

Barcelona hace diez años era todavía la ciudad más cosmopolita de España. La de hoy, lamentablemente, no se parece en nada a esa ciudad que conocí, ni a la que conocieron y vivieron escritores colombianos como Óscar Collazos o nuestro Nobel. De esa ciudad, epicentro del anarquismo en los años veinte, que resistió el franquismo y que fue la ciudad contestataria de los sesenta 
y de la ciudad moderna de Maragall, que descubrió el turismo luego de los Juegos Olímpicos del 82, queda muy poco.

O mejor, queda la Barcelona turística. La de Gaudí, la de la Sagrada Familia, la del Parc Guell atestada en el verano de ingleses, americanos, chinos, japoneses, coreanos. Esa Barcelona turística se le puede visitar pero solo a través de dos idiomas: catalán e inglés. Prácticamente, el castellano ha sido suprimido de los idiomas en los folletos turísticos. 

Las tertulias políticas también han cambiado en Barcelona. En estos diez años las discusiones han dejado el debate por las ideas y han caído en el abismo de un discurso nacionalista. Ahora todos los políticos sean de derecha, de izquierda o de centro, son proclives en alguna medida a esa opción, aunque por el momento sea un imposible.  

Y ¿por qué entonces la impulsan con tanto ahínco?, pregunté a un amigo columnista de La Vanguardia: “Ahh, pues porque de esa forma  desvían los focos de atención de los escándalos de corrupción que ellos están protagonizando”.  

Y vaya si tienen escándalos de corrupción, así nada de lo que se ha revelado nos sorprenda a los colombianos: Uriol Pujol Ferrusola, hijo de Jordi Pujol, jefe máximo de Convergencia, el partido nacionalista que duró 25 años en el poder y que creó una nueva generación de jóvenes catalanes que crecieron con la idea de que Cataluña era una nación, es hoy el secretario de ese partido. 

Pujol Ferrusola recientemente acaba de ser acusado por la Justicia del delito de tráfico de influencias porque presuntamente intervino para que se le diera a una compañía relacionada con él un contrato millonario en la Generalitat de Cataluña. En Madrid, se ha descubierto que el PP se financiaba ilegalmente de dineros de empresarios que le daban la plata a los políticos para que estos les devolvieran el favor con millonarios y jugosos contratos. Según denuncia hecha por el director del periódico El Mundo, Pedro J. Ramírez, hasta el propio presidente Rajoy habría recibido su sobre, cosa que ha sido negada por el Palacio de la Moncloa. 

Estas denuncias en otro momento habrían hecho dimitir a Rajoy o poner en aprietos al gobierno del PP en Cataluña. Pero en la España de hoy, la corrupción no es lo que más les interesa a los españoles. En Madrid la gente está más interesada en que le bajen los impuestos, a ver si de esa forma se hace menos tediosa esta crisis económica, que en ver caer al gobierno por un escándalo de corrupción. Y en Barcelona, se ha vuelto más importante el debate sobre el nacionalismo catalán y la independencia de España que la corrupción en el pujolismo.

El nacionalismo lo han puesto incluso por encima de la crisis económica que en Barcelona tiene a muchos colombianos de los que se fueron en 2000, de vuelta al país. “Mientras estemos tan ocupados hablando de independizarnos de España, a los corruptos no les va a pasar nada”, me lo dijo otro colega periodista.  

Y sí, están tan ocupados construyendo su nacionalismo, que un diario como La Vanguardia de Barcelona, que siempre había estado en contra de la independencia de España, ahora está a favor y desde hace un año decidió sacar una versión del diario en catalán. Eso ha significado que a los periodistas les toca hacer sus notas en castellano y en catalán, por menos plata. (La mayoría de las empresas en Barcelona han reducido el 20 por ciento del sueldo de sus empleados).
 
Pero tal vez lo que más me sorprendió es que por primera vez en muchos años de estar presenciando la metamorfosis de esta ciudad, sentí en los barceloneses que no quieren la independencia –muchos de ellos se transarían mejor con una reforma para que Cataluña tuviera más independencia sin separarse de España–, un temor que nunca antes había percibido. Un temor fundado en el hecho de que esa Cataluña nacionalista que emerge con tanta furia puede terminar acabando con lo que queda de la Barcelona cosmopolita, anarquista y libertaria. 

“En esa Barcelona no me gustaría vivir”, me lo dijo una escritora catalana. Y ahora que me doy cuenta, esa es la frase que más he escuchado desde que llegué a Barcelona.

Noticias Destacadas