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La miseria de la Unión Europea (II)

En suma, la crisis actual no sería otra cosa que el resultado lógico de tal proceso.

Semana
19 de octubre de 2011

El sociólogo alemán, Ulrich Beck, sostiene con sobradas razones -en su libro la Europa Cosmopolita (2006)- que el proyecto integracionista de la Unión Europea (UE) fue llevado por las élites de los Estados miembros a una encrucijada. La causa central la identifica en la forma en que dichas élites han orientado la construcción de la UE. Por un lado, privilegiaron durante las últimas dos décadas la integración económica mediante la consolidación del Mercado Común Europeo (MCE) y la creación de la Unión Monetaria Europea (UME). Por otro, estancaron al mismo tiempo de manera intencional el proceso de integración en los ámbitos político y social. De lo anterior se desprende que esta forma de construir la UE está sustentada en cuatro falacias: la nacional, la tecnocrática, la eurocéntrica y la neoliberal. En suma, la crisis actual no sería otra cosa que el resultado lógico de tal proceso.

Pues bien: la falacia nacional ha venido tomando forma en el imaginario tanto de la izquierda como de la derecha sobre la posibilidad de recuperar el idilio del Estado nación, ya que la estructura institucional de la UE es una especie de burocracia sin rostro con capacidad de destruir la democracia y acabar con la diversidad de las naciones. Dicha falacia expresa dos visiones: la primera denominada como fuerte, que contempla la posibilidad de dar marcha atrás al proceso de integración; y la segunda, vista como débil, que promueve más bien, sin acabar con el proyecto, el retorno de gran parte de las competencias, que hoy poseen los órganos de la UE, a la esfera de los Estados miembros, reduciendo la integración a un minimalismo europeo.

En todo caso, ambas versiones conducirían a la UE a un proceso regresivo que culminaría con su desintegración. En este contexto, es evidente que la mirada nacional ha sido decisiva para que la UE no sea dotada de una arquitectura institucional más federal que contribuya al desarrollo de la integración política. Volver al Estado nación no es fácil, si se tiene en cuenta que las sociedades europeas están inmersas en un sistema de interdependencias, del que solo podrían zafarse pagando un precio muy alto. El peligro de una desintegración de la UE radica, entre otras cosas, en que podría resucitar los fantasmas del nacionalismo y destapar nuevamente la caja de Pandora de la historia bélica del viejo continente.


Por su parte, la falacia tecnocrática no tiene una visión negativa de la integración, sino que más bien califica el proceso como positivo. Sin embargo, señala que el proceso de construcción de la UE es posible sin ninguna legitimación democrática. Por tanto, esta falacia es la que fundamenta el llamado déficit democrático de la UE. Su racionalidad se basa en que las élites europeas han confrontado siempre las consecuencias previstas o imprevistas de la integración con adecuadas soluciones “técnicas”, de modo que una crisis tras otra del proyecto ha sido superada, sin legitimación democrática alguna, es decir, sin la participación de los ciudadanos directamente afectados, como en el caso de la crisis actual de la Eurozona.

Por lo que se refiere a la falacia eurocéntrica, ella hace referencia a la política que ha seguido la UE durante los últimos años, es decir, orientarse hacia el interior. Dicha falacia ha llevado a creer que la construcción de la UE se puede traducir en una unidad homogénea desde el punto de vista cultural y, además, delimitada del resto del mundo desde el punto de vista económico. Prosperó la idea de construir una fortaleza europea, cuyo mercado común se erigiera como un baluarte comercial, para competir exitosamente contra el resto del mundo. Igualmente, no es extraño que el rechazo al ingreso de Turquía a la UE, la cual le hubiese permitido inventar una relación creativa con el mundo islámico, sea la expresión más reciente de la falacia eurocéntrica.

En lo que concierne a la falacia neoliberal, su idea rectora expresa que es posible la culminación de la UE únicamente a través de una integración económica. Por tanto, una integración política y social no sólo sería superflua sino hasta perjudicial. Dicha falacia reduce el proyecto a la conformación de un mercado interior poco regulado sin que ofrezca la oportunidad para el desarrollo de una integración más avanzada en términos sociales y políticos. A lo largo del proceso de neoliberalización de la UE se ha ido desmontado el modelo de Estado social que caracterizo a la Europa Occidental de la segunda mitad del siglo XX.

De esta manera la neoliberalización de la UE ha llevado el proceso a una integración negativa, porque a medida que se han eliminado las regulaciones nacionales de los Estados miembros para crear un mercado único (integración negativa), no se han creado al mismo tiempo reglas comunes en el ámbito supranacional que permitan corregir y regular dicho mercado, tal como se regulaban y se corregían los desajustes de los mercados nacionales. Desde esta perspectiva, la UE no es otra cosa que un gran supermercado, el cual obedece exclusivamente la lógica del capital. Sin embargo, los mercados no sólo se constituyen políticamente, sino que requieren permanentemente de correcciones y controles políticos para funcionar en forma efectiva.

Hoy se está pagando caro el error de crear una moneda única sin una mayor integración política. Desafortunadamente, como lo enfatiza Amartya Sen, “la maravillosa iniciativa política de una Europa democrática se hizo para incorporar un programa precario, compuesto por una amalgama financiera llena de incoherencia”. Desde esta perspectiva, la crisis actual de la UE evidencia crasamente la ausencia de una unión política que le otorgue mayores competencias supranacionales a los órganos de la UE, para que puedan coordinar mejor los sistemas financieros de los Estados miembros, controlar sus políticas macroeconómicas e imponer efectivamente las reformas requeridas a aquellos miembros con graves problemas financieros.

*Director del Departamento de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana y Editor de la Revista Papel Político.

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