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La Mona Lisa de Botero

Rocío Pachón Pinzón dice que la opinión internacional ve de manera distorsionada la realidad de Colombia, tal como el pintor Fernando Botero juega con su cuadro La mona Lisa niña.

Semana
19 de enero de 2008

Una distorsión de la realidad es lo que hemos estado viviendo los colombianos frente al exhibicionismo de algunos actores internacionales que buscan mostrar a sus nacionales y al mundo sus acciones en Colombia.

Una posible respuesta a la última columna de Eduardo Posada Carbó ¿Por qué la opinión internacional duda por igual del Estado colombiano como de las guerrillas? está en la mala comprensión que diversos actores de la comunidad internacional continúan teniendo de Colombia, su gobierno y la naturaleza de las Farc.

Su percepción es como la que pretende dar la Mona Lisa niña de Botero. Ambas, la pintura al óleo sobre lienzo, de 126 por 130 centímetros, realizada por el artista paisa en 1961, y la visión de la opinión internacional, crean ilusiones que juegan con las nociones de volumen y proporción. En efecto, si bien la obra artística resalta la cara obesa de la Mona Lisa de manera desproporcional a su figura y a su fondo, uno lejano de montañas diminutas; la visión de la opinión internacional resalta los vacíos para resolver la difícil situación humanitaria, las violaciones a los derechos humanos y los problemas de desarrollo económico, al tiempo que desconfía de las acciones realizadas por el gobierno en materia de seguridad.

Aun cuando mucho se ha adelantado, no se puede desconocer que una de las principales razones para que la opinión internacional continúe percibiendo erradamente lo que pasa en Colombia obedece a las debilidades que presenta la diplomacia colombiana para la formulación y la implementación de estrategias que conduzcan al ejercicio de una política exterior consistente y activa.

Independientemente de ello, cualesquiera sean nuestras debilidades, lo que hay que subrayar aquí son dos cosas. La primera, que no existe ninguna razón para que un Estado y un gobierno que actúe dentro de los márgenes democráticos sea cuestionado por otros países y actores multilaterales. La segunda, que la acción internacional de un Estado no es unidimensional y por ello, no sólo depende de la política que implementa el aparato gubernamental, sino también de la unidad nacional que se proyecte externamente junto a las acciones que adelantan la oposición y la sociedad civil.

En relación con el primer argumento hay que decir que con problemas, Colombia es un Estado democrático, débil mas no fallido, cuyo gobierno merece respeto. En esas condiciones, cualquier duda que la opinión internacional haga a la política que éste implementa implica un grado de injerencia en sus asuntos domésticos. La solicitud que hizo Chávez para que a las Farc se les remplazara su estatus de terroristas por uno político no es el único acto de injerencia que un actor externo hace en los asuntos domésticos colombianos. El señalamiento que hizo el diario inglés The Guardian al decir que “la credibilidad –tanto del gobierno colombiano como de las Farc– estaba en juego” también merece este calificativo. En definitiva, en ambos casos, la legitimidad internacional del gobierno colombiano fue puesta en entredicho.

Para complementar el segundo argumento, simplemente habría que volver a mencionar la estrategia que propone Posada Carbó: crear “un frente común entre gobierno, oposición y sociedad civil, basado en un pacto nacional por la paz, contra la violencia y el secuestro”. El país no puede seguir mostrando diferentes imágenes, unas contra el gobierno y otras a su favor. Pero ¿cómo? Primero, hay que aprovechar el momento. Nunca antes, los ex mandatarios Ernesto Samper y Andrés Pastrana habían brindado su pleno apoyo a las iniciativas del presidente Uribe. Este es un gran paso que por fin demostrará que los programas presidenciales de “el tiempo de la gente”, “la diplomacia por la paz” y “la mano fuerte y corazón grande” siguieron una continuidad que obedeció a las condiciones del país y a las demandas de la población y no a una lógica de ensayo y error, como siempre se creyó.

Segundo, resulta necesario modificar y fortalecer el discurso de Colombia en el mundo. El pacto nacional por la paz debería girar en torno a la defensa del Estado, uno democrático y legítimo que cuenta con amplía aceptación doméstico y por tanto, también merece respaldo internacional. Ello exige una Cancillería y un servicio exterior dinámico y proactivo que cuente con el respaldo de la oposición y la sociedad civil. Esto último, nada nuevo de lo que ya muchos han dicho.

Finalmente, es indispensable ampliar y fortalecer los estudios internacionales pero limitar el grado de injerencia externa en los asuntos domésticos. Mientras más conocimiento haya del mundo y de la posición de Colombia en él, habrá mas conciencia de los diferentes intereses y de las múltiples visiones que los actores internacionales tienen del conflicto y de su solución. Adicionalmente, habrá más conciencia de los beneficios y de los costos que trae tal participación.

Sólo si la opinión internacional empieza a ver el cuadro de Colombia desde una lógica más realista y menos boteriana, el país y su gobierno podrán manejar mucho mejor la imagen y la legitimidad internacional. Ello depende de que la realidad que se muestre sea completa y única y que ella este dada por un pacto de coalición nacional.

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