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La muerte de los pactos políticos… y la necesidad de revivirlos

Durante muchos años la política se caracterizó por la convivencia entre los partidos políticos plasmada a través de frecuentes pactos institucionalizados sobre importantes aspectos de la vida democrática.

Julia Londoño, Julia Londoño
24 de octubre de 2018

El famoso Pacto de la Moncloa ha tenido, por ejemplo, un impacto poderoso, no sólo en la vida política española, sino en el imaginario político de toda América Latina. El Pacto de Punto Fijo en Venezuela trajo varias décadas de prosperidad y estabilidad al vecino país. En Colombia, el pacto del Frente Nacional y posteriormente la Constituyente de 1991 siguen siendo los hechos políticos más trascendentales para explicar la evolución del Estado y la democracia en nuestro país.

La posibilidad de hacer Acuerdos y construir consensos es fundamental en la democracia, lamentablemente la idea de los pactos no sólo ha perdido su capacidad de atracción como mecanismo de acción política, sino que parece cada vez más lejos de las prácticas y las estrategias de los actores políticos. En ausencia de la búsqueda de acuerdos, la política deriva exclusivamente en estrategias confrontacionales y desligitimadoras de los adversarios, lo cual se encuentra en la raíz de la creciente polarización que viven las sociedades contemporáneas.

¿Por qué hemos perdido esta capacidad de llegar a acuerdos y qué significa esto para la calidad de nuestras democracias? Es una pregunta que vale la pena responder pues revela en gran parte lo que está sucediendo con la política y su creciente incapacidad para ejercer el liderazgo de la sociedad.

Empecemos por el final, esto es, por qué es importante que las sociedades construyan acuerdos políticos. La respuesta corta sería porque ello garantiza que las políticas que se acuerden vayan más allá de los gobiernos de turno, pero aparte de eso los pactos políticos muestran la capacidad de diálogo y entendimiento de las élites (palabra que al igual que los pactos parece haber pasado al lenguaje políticamente incorrecto). ¿Si los dirigentes no son capaces de ponerse de acuerdo, qué incentivo tienen las bases ciudadanas para mover sus posiciones hacia la concordia? La cultura política que acompaña a la democracia requiere, como lo señaló alguna vez el profesor de Harvard Stephen Carter, el ejercicio de la civilidad que implica la capacidad de diálogo, de reconocimiento del otro como interlocutor válido y la capacidad de refrenar nuestros impulsos y controlar nuestras pasiones.

Los pactos además le dan sentido a la existencia de los partidos, si algo diferencia a los partidos de otras formas de organización es que su vocación de poder y permanencia en el tiempo es garantía de que los acuerdos serán cumplidos. Ningún otro grupo dentro de la sociedad, ni los gremios, ni los movimientos sociales, pueden sentarse a construir pactos que representen a la ciudadanía y que ofrezcan garantías de ser cumplidos. Las sociedades necesitan partidos para que las políticas y las instituciones no desaparezcan después de cada cambio de gobierno, y al mismo tiempo, los partidos legitiman su existencia mostrando que además de competir en elecciones pueden llegar a acuerdos sobre el contenido de la ley y de las políticas.

¿Por qué entonces se ha perdido la capacidad de pactar? Brevemente, podemos argumentar, en primer lugar, que los pactos requieren nuevas metodologías para que logren mayor legitimidad.  No pocas veces los ciudadanos asumen con desconfianza los pactos que se realizan a puerta cerrada pues presumen que en ellos se acuerdan más cosas de las que les cuentan. Adicionalmente, si bien los partidos ocupan el lugar central de los acuerdos, la creciente pluralidad de la sociedad obliga a que en dichos pactos se incorporen otros actores. Estos dos elementos obligan a que los pactos políticos modifiquen sus metodologías para que resulten más incluyentes y legítimos.

Un segundo problema para la realización de los pactos es que las agendas de los políticos parecen distanciarse de las de los ciudadanos, en particular, la creciente corrupción que se ha tomado la política incentiva a que los dirigentes intenten conseguir mecanismos de impunidad que no solo resultan impresentables ante la opinión  (y por tanto no pueden ser puestos como parte de la agenda) sino imposibles de otorgar por sus contrapartes políticas dado que implicarían una manipulación de las autoridades judiciales y del Estado de derecho.

El presidente Duque ha reiterado su compromiso para conseguir un “Pacto por Colombia”, este es cada vez más necesario, dado el creciente deterioro del diálogo político y la convivencia. Es importante que esta iniciativa se convierta en realidad,  ya tenemos un primer avance en el diálogo que en torno a la lucha contra la corrupción se propició luego de la consulta ciudadana. Establecer agendas y metodologías para otros temas centrales ayudarían a que Colombia recupere su capacidad de diálogo y a que el Presidente logre su propósito de superar la polarización para encauzar a Colombia hacia nuevos horizontes.