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La nefasta política

Camilo E. Pachón Pinzón, representante del Instituto del Pensamiento Liberal, opina sobre la ‘política nefasta’ - narcotizada, criminal y asesina- que vive el país.

Semana
8 de diciembre de 2006

Con su independencia de juicio y proverbial prudencia, el politólogo Francisco Gutiérrez Sanín, escribía, hace un tiempo, que en la agenda de Uribe Vélez existe un problema sin solución, a saber: “Que la política no cabe plenamente dentro de la legalidad”. Responder a ese acertijo y hacerlo con decisión parece ser su principal desafío. Los escándalos de la para-política, los vínculos entre narcos, terratenientes y políticos tradicionales y el telón de fondo de corrupción, clientelismo y politiquería, parecen confirmar esa endémica inestabilidad del sistema político y la porosa relación entre la violencia y el accionar político en el país.

A medida que se combaten algunos ilegales, y se aíslan, otros vienen a ocupar su lugar. No se debe confundir el origen con la esencia de las cosas, como señalaba Alejandro Gaviria recientemente en El Espectador. En algunas regiones (en este país que es un tinglado de microrregiones y poderes fácticos), los paras actúan en connivencia con la clase política tradicional, en otras expulsan a los políticos y se erigen en moralizadores de la administración, en otras los políticos tradicionales se invisten con el poder de los paras y estos le ofrecen la logística armada y la sociotécnica para dominar a la población. Pero en esencia el problema es el mismo: el conflicto al servicio de la corrupción y la corrupción al servicio del conflicto.

Pero a pesar de tan contundente argumento quiero poner el problema de cabeza. Quiero discrepar a lo dicho, en esta revista, por Rodrigo Uprimny citando al escritor RH Moreno Durán, cuando decía: “Que la política en Colombia es tan nefasta, que ha afectado hasta el narcotráfico”. Pues, creo yo, es una afirmación imprecisa, puesto que la política es parte de la solución, por lo elástico del sistema. Ese sino trágico, como esa explicación lineal, no me parecen de ninguna manera, convincentes, razonables y prudentes. Conflicto de tierras, estrechez de la democracia local y políticos corruptos no son los únicos elementos de esta ecuación. Como bien decía Rousseau “Si los hombres fueran ángeles, no sería necesaria la política”, y, nuestra política tiene mucho de buenas intenciones, malas pasiones y carencia de pensamiento estratégico. Pero sigo convencido (y con ello soy un nostálgico), muy a pesar de las opiniones de nuestros columnistas y analistas políticos que hay volver a la política y poner la democracia primero.

Hasta la saciedad se ha repetido, en la necesidad de moralizar la política, exigir la verdad judicial, hacer que florezca una democracia limpia, sin contubernios, licencias para matar e intimidar, e impedir el auge de una criminalidad organizada, al servicio del poder político. Pero se suele olvidar, que aunque la política ha de buscar el bien, es también un acomodo de fuerzas, un compromiso, para atender nuestros conflictos de intereses, sin asesinatos y brutalidad, por supuesto (pero el esfuerzo es grande). En Colombia necesitamos un modus vivendi, antes que un gran consenso, una armonía de principios o una justicia universal. La ética y la política, están hechas para alcanzar ese modo de vida, para resolver algunas de esos conflictos latentes en las necesidades humanas de toda sociedad: Con imaginación, destreza y habilidad (y si se quiere con maña).

En nuestra historia, la política ha tenido un deterioro, pero también ha sufrido un movimiento deflacionario. Hemos vivido la política apolítica, término acuñado por el presidente López Pumarejo, al inicio de la República liberal, para referirse a ese experimento del partido republicano, a comienzos de siglo, que pretendía la paz pública y la felicidad, renunciando a la política misma. Cuya fórmula sintética era la siguiente: concertación por arriba, civilismo oligárquico y representación sin el pueblo, pues este estaba enceguecido por pasiones sectarias y mezquinas.
 
En los últimos años hemos visto el surgimiento de la anti-política (o la llamada “nueva política”, producto del pánico moral, ante la crisis y la corrupción), que buscaba denunciar el aparato de partido, levantar las restricciones del Frente Nacional, hacer política sin políticos. Es más, ir en contra de ellos. Ahora finalmente vivimos la política nefasta -narcotizada, criminal y asesina- que cobija a todos (o casi todos) y nos hace ilegítimos, irredimibles. Tanto horror a nuestros defectos nos impide ver con claridad. Creo que llego la hora de pasar a la política real, entender las motivaciones, hábitos, creencias e intereses de nuestros políticos y las costumbres de nuestra sociedad, para alcanzar un arreglo. Tal vez como dijo el teórico francés de la política Alexis de Tocqueville, “las costumbres de una sociedad pueden variar, pero la moralidad de los políticos en cualquier parte del mundo suele ser la misma”. Esa ya puede ser una lección a aprender.

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