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LA NO-DERECHA

Obama ha tenido el valor de defender la creencia de su agnóstica madre en “un sano escepticismo sobre la religión”.

Antonio Caballero
10 de mayo de 2008

Tengo muchos lectores que no leen mis columnas y me critican de oídas porque, dicen, sólo escribo contra el presidente Bush; y, explican, es por eso que no me leen. Otros, que tampoco me leen porque según ellos sólo escribo contra el presidente Uribe, me reprochan precisamente eso: que sólo escriba contra Uribe. Y por eso no me leen. Tal vez ni los unos ni los otros tengan razón en los detalles, pero aciertan en el fondo: llevo toda la vida escribiendo contra lo que Bush y Uribe representan: contra la derecha.

Por eso voy a escribir hoy a favor de Barack Obama.

Oh, claro, ya sé que Obama no es ni mucho menos de izquierda. No es que me esté haciendo ilusiones. Alguien que aspira al poder, sea por las buenas o por las malas, en los Estados Unidos o en donde sea, no puede ser la izquierda. Izquierda y poder son conceptos antagónicos, en mi sentir. Así que Barack Obama, que ha sido senador por Illinois y es precandidato del Partido Demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos, no es un hombre de izquierda. Pero, por su temperamento, por su talante, por su historia personal, por su discurso, representa en mi opinión lo menos dañino que hay dentro de lo imaginable del poder, lo menos peligroso de lo políticamente posible. Representa lo que me atrevo a llamar no-derecha.

La no-derecha es un espíritu, antes que una práctica. Para poner un ejemplo: el programa de Hillary Clinton sobre salud pública para la población norteamericana es en la práctica (quiero decir: en su proyecto; después, habría que verlo), más ambicioso y progresista que el de Obama: más "de izquierda". Pero a Hillary no hay que creerle mucho, porque el espíritu que la inspira es el del oportunismo: está dispuesta a decir o hacer lo que sea con tal de ganar, a ser lo que se necesite o lo que crea que convenga a cambio de llegar al poder. A Obama, en cambio, y cualquiera que sea su ambición de poder (pues si no, no estaría en esas), lo inspira un espíritu de franqueza: dice lo que cree. Dos ejemplos, o tres: el del patrioterismo, el de la religión y el de la raza. Tres temas cruciales en la política interior de los Estados Unidos.

(No voy a hablar aquí de la política exterior: es una política imperial, y en consecuencia no caben muchas diferencias entre la de Obama y la de Hillary o entre la de los demócratas y la de los republicanos).

El del patrioterismo. Le han reprochado a Obama que haya dicho que los Estados Unidos son "un gran país" en vez decir que son "el más grande país del mundo". Y sigue aferrándose a la primera fórmula. Y le han echado en cara la vergüenza de que no lleve clavada en el ojal de la solapa una banderita de barras y estrellas. Y sigue sin llevarla.

El de la raza. Obama es negro, como todo el mundo sabe. Pero, como ha dejado en claro en un par de espléndidos discursos, su concepción sobre el tema de la raza es lo contrario del racismo. O sea, no el anti-racismo, sino el no-racismo, en el que caben tanto su madre blanca, norteamericana y antropóloga, como su padre negro, africano y pastor de cabras en Kenya antes de ser economista en Hawai, o su padrastro indonesio. La inclusión, y no la exclusión ni el enfrentamiento.

El de la religión. Ningún político norteamericano puede declararse agnóstico, por supuesto, ni mucho menos ateo. En los Estados Unidos es obligatorio creer activamente en Dios. Pero Barack Obama, que pertenece a una de las innumerables mini-iglesias protestantes negras norteamericanas -la llamada Iglesia Unida de Cristo de la Trinidad, que cuenta con 6.000 (sí, seis mil) miembros-, ha tenido el valor cívico de romper con su pastor, el beligerante predicador racista Jeremiah Wright, y el de defender la creencia de su agnóstica madre en "un sano escepticismo sobre la religión como institución".

Es por cosas así que Barack Obama le inspira desconfianza y miedo a la derecha norteamericana (y a todas las derechas del mundo: la del ex liberal Uribe en Colombia, la del neo-comunista Putin en Rusia, la del neo-fascista Berlusconi en Italia, la del ex comunista Hu en China, la del neo-liberal Sarkozy en Francia, la del neo-conservador Fukuda en Japón. No es de izquierda, por supuesto. Pero es de no-derecha. Puede resultar todavía más peligroso que Jimmy Carter.

Así que ojalá gane. Ya tendrá tiempo de sobra para decepcionarnos.