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La opción de no perdonar

Alexandra Samper escribió una crónica bellísima, conmovedora, sobre el secuestro que vivió su amigo, ya fallecido, Guillermo la 'Chiva' Cortés.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
23 de noviembre de 2014

Alexandra Samper escribió una crónica extensa, bellísima, conmovedora, sobre el secuestro que vivió su amigo, ya fallecido, Guillermo la 'Chiva' Cortés, que fue publicada en El Malpensante y por la cual ganó este año un Premio Simón Bolívar. Además de los detalles que revelan la infamia de su cautiverio, Cortés hace unas reflexiones muy duras, pocos meses después de recobrar la libertad. La primera es que a pesar de estar ya en su casa, libre, se sentía perseguido y acorralado, tanto que le pidió a la cronista no publicar el texto. Tenía miedo. Ella lo publicó luego de que él murió, el año pasado. 


La segunda reflexión que deja es sobre la dificultad de perdonar y sobre el derecho legítimo que tienen las víctimas, todas ellas, a negarse al perdón. Dice la Chiva en su testimonio que las FARC le enseñaron algo que él no conocía: el odio. El desprecio que los guerrilleros depositaron a diario sobre su humanidad le enseñó a odiarlos. Y ese odio le impedía perdonarlos.

No quiero hacer una defensa del rencor, ni del resentimiento. Pero confieso que las palabras de la Chiva me han hecho pensar mucho en lo fácil que es banalizar el perdón. Convertirlo en un acto de oportunismo político de efecto mediático, en algo que se reparte a diestra y siniestra, sin que represente un acto de reparación de víctimas y victimarios. Hablo de la dimensión moral, cívica, humana que debería tener el proceso de reparación. Porque también es fácil banalizar la reparación; convertirla en cifras, presupuestos, metas por año, cheques girados, bienes públicos tangibles. Pero la dimensión espiritual de la reparación es difícil de tasar y, sin embargo, la única que puede conducir a una reconciliación verdadera, a una superación de la violencia. 

Creo que esa dimensión no reside tanto en el perdón de la víctima o el arrepentimiento del victimario sino en un ámbito más antropológico: comprender qué pasó. Por qué pasó. Entender la crueldad, la sumisión, la arrogancia del poder, la tentación de infligir dolor al otro, la indiferencia frente al sufrimiento ajeno. Todas ellas, tentaciones humanas que se exacerban y justifican en contextos de guerra o de violencia oficial. 

Me habría gustado que la crónica sobre la Chiva se hubiese publicado antes, cuando él vivía, para preguntarle si con el tiempo había empezado a perdonar. Si tenía una explicación para la sin razón de su secuestro. Si alguien había intentado reparar su sufrimiento. Si el odio se le diluyó con los años. Si un proceso de paz podría servir para ello.

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