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La partida de Mockus

“El que no esté listo a preferir la derrota en determinadas circunstancias comete, tarde o temprano, los crímenes que denuncia”.

Semana
10 de junio de 2011

Una buena parte de este país anda tan confundida, que entiende un acto de coherencia ideológica como la "negación" de la política. A ese punto hemos llegado: uno donde los principios son un problema y la falta de escrúpulos algo digno de aplausos. O al menos esa es la falsa especie que nos quieren vender la Dirección Nacional del Partido Verde y algunos columnistas, que buscan esconder el oportunismo electoral de Enrique Peñalosa bajo el manto de un supuesto “pragmatismo” necesario para hacer política.

En lo que se convirtió en la crónica de una partida anunciada, Antanas Mockus renunció al Partido Verde, ese que algunos apresuradamente consideran una entelequia pegada con babas que por fin explotó en mil pedazos. No es cierto, el Partido Verde sí existió, y aún existe: en un comienzo identificado con la Ola Verde, un movimiento ciudadano inspirado en la insatisfacción ante la corrupción y el carisma de Mockus que la encarnaba; y ahora subsiste con las maquinarias que ha venido construyendo y las que quiere sumar hasta convertirse en un verdadero Frankenstein electoral, como la mayoría de partidos colombianos.

Le dicen a Mockus que él no sabe hacer política, que le quedó grande construir partido, que no entendió el tamaño de la responsabilidad que tenía en sus manos. Coincido con la última afirmación, solo si se entiende en el sentido de que nunca debió permitir que un sujeto con tantas vacilaciones éticas como Peñalosa se quedara con la candidatura a la Alcaldía de Bogotá.

Lo más increíble de todo es el cinismo con que las directivas del partido quieren justificar el exabrupto. Lucho Garzón dice que La U no es el partido de Uribe sino de Santos. Ciertamente su estrategia tiene mucho de uribista: negar lo obvio, negar que el partido de Uribe es de Uribe. Muy pronto seguramente lo veremos también negando la existencia del conflicto armado, de los grupos armados (“son simples terroristas”, dirá) o incluso de la persecución contra sindicalistas (habiendo sido él uno).

En cualquier caso, tanto Peñalosa como sus aliados de la dirección subestiman al electorado. Tanto al de su partido (ignoraron el plantón de “muchachos” que tuvo lugar el jueves contra el apoyo de Uribe a Peñalosa: piensan ingenuamente que el partido puede seguir dándole la espalda a sus electores de base sin que le pasen la factura el día de las elecciones) como al de los “nuevos socios”: los votos, cuando se basan en el carisma del político, no son fácilmente endosables. En otras palabras, Uribe podría apoyar, por decir algo, la candidatura de William Vinasco, y ello no garantizaría que gane. Mucho menos en un escenario como el bogotano, donde el elector es menos manipulable que en el resto del país.

Enrique Peñalosa, convencido de que va a ganar, escribe en Twitter que quiere “dejar muy en claro que en mi alcaldía jamás vamos a negociar puestos ni cosas incorrectas”. Uno podría creerle solo si asume que reservó todas las “cosas incorrectas” para la campaña. Pero el diablo solo negocia a cambio de almas. No imagina uno un edil de La U o del Partido Conservador (o pronto incluso del PIN) entregando su caudal a cambio del “bien de la ciudad”.

Peñalosa prefirió apostarle a la mendicidad electoral, que nunca necesitó, en lugar de ir por el voto limpio y verde con el que pudo fácilmente ganar las elecciones. Dice, en una salida casi freudiana, que él no tiene “nada que envidiarle en términos éticos a nadie”. ¿Alguien le cree?

¿Qué le queda a Antanas Mockus? Muchas cosas. A largo plazo seguir fortaleciendo su capital político de cara a la presidencia, quienes lo siguen cada día tienen más muestras de que su integridad ética es inquebrantable. Y a corto plazo lanzar su propia candidatura a la Alcaldía, con algo de retraso es cierto y ahora sin maquinaria, pero, ¿acaso alguna vez la tuvo? La Ola Verde y lo que ahora es un partido desdibujado se construyeron alrededor suyo. También podría apoyar a otro candidato íntegro, Gustavo Petro. Porque tienen mucho en común, ya no es solo que Petro catapultó a Mockus en los inicios de su carrera política, sino también el hecho crucial de que ambos debieron renunciar a sus partidos porque no quisieron “comer callados”.

Este episodio lo prefiguró Nicolás Gómez Dávila con precisión matemática en uno de sus brillantes escolios: “El que no esté listo a preferir la derrota en determinadas circunstancias comete tarde o temprano los crímenes que denuncia”. Mockus, hombre de principios y por lo tanto político particularmente falible, no quiso cometer los crímenes que denunció en la pasada campaña presidencial. Quienes se acostumbraron a la doble moral lo tachan de “apolítico”; quienes aún creen en una forma distinta de hacer política, no pueden parar de aplaudir que haya decidido sacrificar la comodidad por la congruencia, un acto valiente y tal vez (solo tal vez) electoralmente suicida en una sociedad que castiga el “exceso” de principios.

@florezjose en Twitter - http://iuspoliticum.blogspot.com