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La pataleta presidencial

Lo más probable, siendo prácticos, es que rescates no haya, porque hoy menos que nunca el presidente se puede permitir una víctima entre los secuestrados

Semana
21 de octubre de 2006

La enfurecida del Presidente el viernes pasado después del carro bomba en la Universidad Militar le tuvo que haber devuelto muchos adeptos, que ya empezaban a desconocer al hombre que eligieron y después reeligieron para ganarle la guerra a las Farc.

A esos adeptos les gusta el Presidente bravo, que habla duro, que no está dispuesto a ahorrarse una bala, que no transa, que no concede, que no dialoga y que no baja a las Farc de terroristas.

Todo lo contrario al hombre de los últimos dos meses, que después de una impresionante votación, pensó que tenía el apoyo suficiente de los colombianos para mezclarle por fin un poco de corazón grande a la mano firme durante estos segundos cuatro años de gobierno.

Hábilmente comprendió que debía colocar el balón del intercambio humanitario en el campo de las Farc, que tenía que morigerar el tono y los adjetivos, que tenía que dejarse ayudar por personas y países amigos y hasta enemigos y que aunque la extrema crueldad que se les aplica a los secuestrados es ciento por ciento obra de las Farc, el Estado tiene que moverse para aliviarles su sufrimiento, siendo creativo a la hora de proponer caminos para devolverles la libertad.

La furia del Presidente era totalmente justificada. Por lo cobardes, los actos terroristas son fáciles, pero no tan fáciles como el ocurrido en la Universidad Militar. El terrorista más pareció un invitado que un intruso. Pasó varios retenes uniformado, debidamente acreditado, parqueó su vehículo junto a los de los generales y después se fue, sin que existiera una sola cámara de video que cubriera su retirada.

Pero confieso que, distinto de su furia justificada por la facilidad con la que el terrorismo infiltró a la universidad militar y puso en peligro la sede de inteligencia y contrainteligencia del Ejército, en lo demás no entendí la reacción del Presidente.

Que la noticia de esa alocución presidencial hubiera sido que Uribe les declaró la guerra a las Farc es ridícula, porque ni un solo instante de su gobierno hemos parado la guerra.

Anunciar que los secuestrados ahora serán rescatados a la fuerza tiene dos lecturas: si es que las autoridades sabían donde los tienen escondidos, es obvio que después del anuncio del Presidente ya no estarán donde estaban. Por lo que lo más probable, siendo prácticos, es que rescates no haya ninguno, porque hoy menos que nunca el Presidente se puede permitir una víctima entre los secuestrados. Y cuando Íngrid Betancourt cumpla, en febrero del año entrante, cinco años de estar secuestrada, es mucho más factible que de aquí a allá, la Iglesia, los facilitadores y los países amigos y enemigos vuelvan a estar a bordo del mismo esfuerzo humanitario, patrocinado por el gobierno Uribe, para resolver la tremenda sin salida de estos colombianos y de sus familias.

Distinto de registrar el golpe con autoridad y firmeza, y de rescatar a un sector de la opinión que comenzaba a verlo muy blando con las Farc, no le vi utilidad distinta a esta pataleta del Presidente. Por lo demás, ni siquiera sirvió para resolver las dudas que le han quedado a la opinión sobre los falsos positivos de recientes atentados.

El Presidente negó que estos se hubieran producido, pero la Fiscalía no ha emitido su primer parte en firme sobre la conclusión de sus investigaciones en estos confusos episodios. Debe comprender entonces el Presidente que las teorías de los ciudadanos sobre la autoría de este nuevo atentado terrorista fluctúen entre la suya propia y la del Vicepresidente, que señalan a las Farc; la de quienes suponen que puede ser una movida de los paramilitares para meterle un sofisma de distracción a la semana del debate en el Congreso, o incluso la de fuerzas clandestinas incrustadas entre nuestras propias fuerzas institucionales que querrían provocar al Presidente para hacer esta nueva ruptura del proceso humanitario con las Farc.

Al final, pareció como si el castigo por el atentado terrorista se les hubiera aplicado a los secuestrados: aunque dicen buenas fuentes que las Farc están desesperadas por hacer el intercambio humanitario porque la salud de los secuestrados es cada vez menos sostenible, y que se les empiecen a morir de agotamiento físico o de tristeza espiritual agravaría sus problemas de imagen, parece que les importara un pito un nuevo aplazamiento de esta negociación.

Total, recuperamos al Presidente que se ponía bravo. Pero las implicaciones de su agitada intervención pueden ser prácticamente nulas.

ENTRETANTO… ¿No será que la corbata del senador Javier Cáceres, el día del debate de los paras en el Congreso, la podemos archivar con el vestido de la posesión de la presidenta Dilian Francisca Toro?