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La paz y el arte de especular

Las conversaciones y el pulso entre el Gobierno y las FARC apenas han de comenzar en unas semanas, cuando unos y otros se sienten cara a cara en La Habana.

Semana
23 de octubre de 2012

Aunque no han empezado los diálogos de paz entre los miembros del gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC, ya muchos están sacando conclusiones de algo que no ha ocurrido, están analizando cosas que no se han dicho y están condenando hechos que no han pasado.

Sin duda, en la instalación formal del proceso, llevada a cabo la semana pasada en Oslo, el tono de los discursos de las dos partes fue muy diferente, pero no debería ser motivo para alarmarse, ni para invocar a los jinetes del Apocalipsis. Si el gobierno y la guerrilla pensaran igual, no estarían negociando nada; no habría necesidad. Fueron dos discursos distintos en fondo, en forma, en duración y, claro, en intención. Y esto no es algo fortuito, pues se trata de dos visiones del mundo completamente divergentes, y cada parte, de entrada, tenía que marcar territorio.

El negociador jefe de Colombia, Humberto de la Calle, habló brevemente para ratificar lo dicho por el presidente, Juan Manuel Santos, en el sentido de no sentirse ‘rehenes’ del proceso y de invitar a las FARC no a modificar su manera de pensar, sino su manera de actuar; cambiando la lucha armada por la lucha política.

A su vez, y en claro contraste, el discurso de un altivo ‘Iván Márquez’, vocero de la guerrilla, fue un extenso catálogo de denuncias, con algunas pretensiones líricas, donde ratificaba las mismas tesis que su organización ha expuesto en anteriores conatos de negociación, que nunca condujeron a nada.

Muchos se sintieron indignados por las palabras de ‘Márquez’, donde prácticamente presentaba a su movimiento no como victimario, sino como víctima; pese a la estela de ataques a civiles, secuestros, siembra de minas antipersona y otros hechos violentos e injustificados de los que las FARC han sido responsables en medio siglo de lucha armada. Inmediatamente, se habló de su cinismo, falta de consideración, irrespeto, soberbia y otras cosas más, que, según los profetas del desastre, no eran un buen augurio. Yo, en cambio, creo que eso era lo esperable: así son ellos.

Era impensable que aparecieran con la cabeza inclinada, dándose golpes de pecho y prometiendo ‘nunca más pecar’... Pese a los golpes que el Ejército de Colombia le ha propinado a las FARC –con la eliminación física de casi toda su cúpula–, al desprestigio con que cuentan entre la gente común y a la creciente desaprobación internacional, su vocero no podía llegar a la mesa con actitud de vencido; entre otras razones, porque la derrota de su grupo aún no es un hecho cumplido, así algunos militares y funcionarios de defensa hayan dicho en más de una ocasión que las “las FARC están llegando al fin del fin”.

Así las cosas, lo único cierto es que aquí no ha pasado nada. Las conversaciones y el pulso entre las partes han de comenzar en unas semanas, cuando unos y otros se sienten cara a cara en La Habana.

A los pesimistas, habría que pedirles que, al menos, esperen que el proceso arranque, a ver contra qué o contra quién deben chillar, patalear o protestar... A los optimistas, recordarles que el de la paz, lejos de un cuento de hadas, es un camino largo, pedregoso, polvoriento, resbaloso, oscuro a ratos, a veces tormentoso, y que por lo tanto toca esperar con cautela.

Por último, hay que tener en cuenta que si, como es lo deseable, gobierno y FARC logran firmar un acuerdo que ponga fin al conflicto, ese apenas será el comienzo de un largo proceso de reconciliación nacional, para el cual debemos prepararnos, si de veras queremos una paz estable y duradera. Y en este propósito, se necesita el aporte de todos. Sin excepción.

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