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La percepción asimétrica del sufrimiento y pedagogía para la paz

Diversos estudios evidencian una contundente relación entre la exclusión y la inequidad extrema con las prácticas violentas.

Semana
9 de noviembre de 2012

Los conflictos violentos generan múltiples formas de sufrimiento, que son en general invisibilizados por los actores para generar una percepción asimétrica del sufrimiento, de manera tal que el compromiso emocional con el daño hacia el otro es: minimizada, naturalizada, desconocida, justificada o legitimada.
 
Los trabajos de Sabucedo, Blanco, Delacorte, Alzate, Barreto, Borja y López sobre la legitimación de la violencia muestran que la valoración asimétrica del sufrimiento es utilizada como recurso de legitimación de acciones violentas e implica necesariamente acciones orientadas a justificar -o mejor- a construir una ética que legitime la mutilación y el daño del contrario, así “los que sufrimos somos nosotros”, “nosotros somos las victimas”, “el contrario no sufre” y “él o los otros no son víctimas”.
 
Podemos tener todas las sustentaciones económicas, políticas, ideológicas e institucionales para sostener la violencia como recurso de control social. Así, trabajos como los de Acemoglu y Robinson (2012) y antes, los de Wilkilson y Picket (2009) y específicamente para el caso colombiano, el reciente libro de Marco Palacio sobre la violencia publica en Colombia 1958 – 2010, evidencian una contundente relación entre la violencia como recurso para la gestión de conflictos con variables como: la falta de institucionalidad que garantice a todos los miembros de la sociedad equidad e inclusión, la imposición de institucionalidades extractivas más que inclusivas, como también el papel determinante de la exclusión y la inequidad extrema de tipo socioeconómico y sociopolítico. Estos trabajos y otros muestran que evidentemente estos factores se encuentran en la base de las prácticas violentas que hemos instaurado por más de cien años. Sin embargo, éstas no se sostendrían, sin una legitimidad psicosocial ligada a una ética de la violencia.
 
La racionalidad de la violencia se encarga de construir diversos tipos de discursos que sustentan la moralidad de la misma, sobre la base de razones políticas (proteger un tipo de Estado y a grupos en el poder), económicas (de dominio sobre los recursos y la riqueza), ideológicas (mantener un conjunto de creencias) entre otras, menos desde la perspectiva de considerar el sufrimiento de todas las partes y evidentemente de exaltar el valor de la vida por sobre todas las razones.
 
Es por esto que resulta definitivo no sólo considerar el sufrimiento de una de las partes en el conflicto, sino de todas las partes. Sin embargo diversos estudios muestran que recrear las acciones de violencia (recuperar la memoria sobre los hechos) sin elaboración psicosocial y sin trabajar sobre el dolor y el perdón, terminan paradójicamente por conducir -por un lado- a desatar la necesidad de venganza violenta al profundizar las heridas o -por otro- a paralizar por vía de la desesperanza el miedo y la vulnerabilidad extrema que generan las acciones de terror que la violencia busca. La dificultad por tanto reside en cómo preparar a la sociedad en su conjunto para reconocer el sufrimiento y el dolor de todas las partes y rechazar la violencia como camino frente a cualquier razón o moral que busque legitimarla.
 
Tenemos que trabajar por tanto en el reconocimiento de lo que hasta ahora siempre se presenta en forma marginal, se invisibiliza o se presenta como una verdad por conveniencia, en segundo lugar trabajar sobre el lenguaje con el que tratamos la violencia y en tercer lugar, como mencioné en otra columna, en desarrollar un currículum del perdón. Trabajar una pedagogía para la paz debe por tanto incluir algunos de estos componentes.
 
Nuestra interminable historia de violencias que ha comprometido generaciones no se podrá preparar para la paz si las comunidades directa e indirectamente ligadas a la violencia (víctimas y victimarios, responsables y testigos en todos los niveles) no valoramos los costos psicosociales que tiene el sufrimiento, el dolor, la pérdida de confianza y la desesperanza generada por la misma, entendiendo sin ingenuidad que pensar la paz como un proceso que implica necesariamente mejorar la institucionalidad para que permita tramitar los conflictos en forma no violenta para todos y todas, como generar las condiciones de equidad e inclusión socio económica y socio política, ésta no será solo una quimera.
 
*Líder grupo Lazos sociales y Culturas de Paz. Profesor asociado Pontificia Universidad Javeriana. Editor Universitas Psicológica. Correo electrónico: lopezw@javeriana.edu.co. Twitter @wilsonLpez9

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